La imposibilidad de Delfos. La construcción del Estado en el pensamiento de AL

Dr. Felipe Gaytán Alcalá Coordinador de Investigación Investigador en el SNI Nivel I

E-mail: felipe.gaytan@ulsa.mx / fgaytan@colmex.mx Dirección de Posgrado e Investigación

Universidad La Salle México

Recibido: Abril 5, 2011, Aceptado: Febrero 22, 2012

Resumen

Los intelectuales en América Latina se han caracterizado por ser más parecidos a ideólogos o profetas sociales que constructores abstractos del pensamiento encerrado en la academia o en las artes. Su obsesión fue y es la crítica al poder, mejor dicho, la crítica al Estado como articulador del poder. Pero la excesiva atención no estaba dada en un deseo por asaltar el aparato estatal, por el contrario, creían en su capacidad de ser la conciencia política capaz de catalizar los deseos sociales de justicia, desarrollo y nación. Dos fueron los tipos de intelectuales latinoamericanos que tuvieron su momento estelar en el siglo XX: los intelectuales ideólogos en sentido estricto, encabezados por Raúl Haya de la Torre, y; los intelectuales expertos, con Raúl Prebisch a la cabeza. El ensayo explica los deseos y obsesiones de la intelectualidad latinoamericana vista a través del APRA y de la CEPAL, aún vigente con otros nombres.

Palabras clave: estado, política, poder, intelectuales, ideología.

Delphos’ inability.

The construction of the State in the thought of Latin America

Abstract

The intellectuals in Latin America have characterized themselves by to be more similar to ideologists or social prophets who abstract constructors of the thought locked up in the academy or the arts. Its obsession went and is the critic to the power, rather, the critic to the State like articulator of the power. But the excessive attention was not given in a desire to assault the state apparatus, on the contrary, believed in its capacity to be the

political conscience able to catalyze social desires of justice, development and nation. Two were the types of Latin American intellectuals who had their stellar moment in 20th

century: the intellectual ideologists in strict sense, headed by Raul Haya de la Torre, and; the expert intellectuals, with Raul Prebisch at the top. The test explains desires and obsessions of the Latin American Vista through the APRA and of Cepal, still effective intellectuality with other names.

Keywords: estate, politic, power, ideology, intellectuals.


Los astrónomos de Perinzia se encuentran frente a una difícil alternativa: o admitir que todos sus cálculos están equivocados y que sus cifras no consiguen descifrar el cielo, o revelar que el orden de los dioses es exactamente el que se refleja en la ciudad de los monstruos.

Italo Calvino [1]

Introducción

Al revisar la historia y el desarrollo de América Latina en el presente siglo, uno se percata que el cambio siempre ha girado en torno a las mismas preocupaciones: dependencia, subdesarrollo, soberanía, identidad nacional, pobreza, etcétera, a partir de los cuales, por cierto, se han implementado programas de diversa índole, pero con un ingrediente común: la centralidad del Estado. 1

A través del Estado se ha construido la identidad nacional y se ha potenciado el desarrollo regional. Los diversos actores sociales y políticos han expresado sus aspiraciones, conformidades y recelos respecto a otros actores, teniéndolo siempre como punto de referencia: los regímenes populistas, los golpes militares, las luchas guerrilleras, la construcción de la identidad nacional y el impulso al desarrollo ha encontrado su expresión en el aparato estatal. Para no pocas sociedades latinoamericanas, la política se remite solo al ámbito estatal.

De ahí que una buena parte del pensamiento político y social tenga como preocupación central la forma en cómo se construye el Estado, sus alcances ideológicos y programáticos. Es importante ubicar en este contexto a los intelectuales latinoamericanos, los cuales no han resistido el encanto de intervenir en los procesos políticos como agentes privilegiados para dirigir el cambio de ruta. Aquí se abre una apasionante y contradictoria relación entre el poder y el conocimiento. La frontera entre intelectual y político se vuelve difusa (a veces confusa) al vincular la teoría y la praxis en un ejercicio único de acción política. El intelectual oscila entre el ideólogo y el técnico, entre el revolucionario y el intelectual puro. Las formas en que se manifiesta dicha diferenciación es una de las preocupaciones centrales de este trabajo.

El primer apartado, aborda los alcances y límites de la relación entre el intelectual y el poder. El segundo, analiza brevemente la centralidad del Estado y las formas concebidas por los intelectuales en el ejercicio de su profesión, concretamente, el caso de Raúl Haya de la Torre y su propuesta de la Alianza Popular Revolucionaria de América (APRA), junto a la institucionalización del pensamiento a través de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) y su propuesta de cambio económico.

Este ensayo no pretende ser exhaustivo en el análisis de las propuestas del APRA y la CEPAL, ni siquiera señalar las formas perversas o virtuosas de los intelectuales en su actuar político. Sólo intenta dar cuenta de los procesos a los que se enfrenta el pensamiento en su relación con el poder.

I. El oráculo de Delfos

Muchas definiciones se han dado para caracterizar a los intelectuales. Desde los que conciben al intelectual como creador y transmisor de ideas con autoridad moral en la sociedad, [2-3] hasta aquellos que lo ven como el que proporciona instrumentos de análisis para interpretar la fragilidad del poder en su densidad y ubicar a los auténticos protagonistas de la sociedad. [4-5]

Por intelectual entenderemos al conjunto de personas que emplean en su comunicación y expresión, con una frecuencia relativamente mayor que los demás miembros de la sociedad, símbolos generales y abstractos que se refieren al hombre, la sociedad, la naturaleza y el cosmos. [6:138] La asiduidad en el empleo de estos símbolos puede estar en función de una propensión subjetiva (creación intelectual), o de las obligaciones de un rol profesional (necesidad de emprender cambios a cambio de retribuciones). [6:139] La primera función se refiere a la independencia del conocimiento, mientras la segunda se entiende en el marco de la institucionalización del pensamiento a través de las universidades o instituciones creadas ad hoc para ello.

En no pocas ocasiones se ha tomado en cuenta a los intelectuales como un nuevo estamento social. Partiendo de una premisa sociológica, el sociólogo alemán Karl Mannheim, intenta caracterizar a los intelectuales como un nuevo estamento: en la sociedad de masas, dividida en clases, los intelectuales constituyen un estamento autónomo en cuanto que está formado por un conjunto de individuos que provienen de las clases más diversas, desligado de una clase particular, socialmente independiente, manteniéndose por encima de la disputa de clases. Por tanto, está en mejor posición de realizar la síntesis de las ideologías en disputa. [7:152] Mannheim enmarcó su discusión en la separación entre compromiso intelectual y compromiso político, sin excluir la preocupación de los intelectuales por alcanzar los ideales en la realidad social. En el pensamiento mannhemiano, pareciera que el intelectual se coloca más allá del bien y el mal e intenta situarse en la neutralidad ideológica por excelencia.

En contra de la ilusión del intelectual sin vínculos ni raíces (que en cierta forma es la razón ideológica profesional de los intelectuales), se puede argumentar que la llamada neutralidad de la que pregonan no es más que una postura ideológica en sí, de sentirse poseedores de un “capital cultural”, [8:113] de la que son, por cierto, una fracción de las élites que, bien buscan legitimar o destruir el status quo sin abandonar su posición de élites.

Pero el problema no radica solo en el discurso de la neutralidad, sino en la separación entre el mundo de las ideas y el mundo de las acciones, entre una política de los intelectuales o los intelectuales en la política. Es parte de un tema mucho más complejo que abarca la relación entre la teoría y la praxis. Es fácil, dice Bourdieu, que los sociólogos (o intelectuales) sucumban a la tentación de responder a las interrogantes que los diversos sectores sociales realizan acerca de las ideas sobre el porvenir de la civilización. Es cuando el intelectual está tentado a jugar el rol de profeta y, de ser posible, hasta de redentor. La política se presenta como el canto de las sirenas. En la mayoría de las ocasiones, la experiencia política de los intelectuales en América Latina no ha sido grata. Así, por ejemplo, Mario Vargas Llosa en el Perú, Gabriel García Márquez en Colombia, Fernando Henrique Cardoso en Brasil y el grupo Nexos en México, son experiencias que, en este sentido, no deben soslayarse. El debate sobre su papel en la sociedad y en la política latinoamericana es hoy más vigente que nunca. [9:13]

“Si, como dice Bachelard, todo químico debe luchar contra el alquimista que tiene dentro, todo sociólogo debe ahogar en sí mismo al profeta social que el público le pide que encarne”. [10:43]

¿Cómo entonces distinguir los ámbitos entre el intelectual y el político? ¿No estaremos regresando a la discusión planteada por Mannheim o, en todo caso, a un falso dilema positivista? La respuesta a esta última interrogante es un rotundo no, pues ni Mannheim, ni el positivismo reeditado se plantearon la relación conflictiva entre ambas esferas. Para Mannheim, la síntesis ideológica intelectual se orientaba a la respuesta de los intelectuales a cualquier crisis, mientras que el positivismo parte de la neutralidad per se del pensamiento social.

La primera pregunta es la que particularmente interesa responder, pues tanto el intelectual como el político se mueven en dos lógicas diferentes. Weber, en un ensayo sobre el científico y el político, [11:14] define el concepto de político como aquel que vive de y para la política y aspira a tomar parte en el poder o a influir en la distribución del mismo, particularmente sobre una entidad política como lo es el Estado, que reclama para sí misma el ejercicio del monopolio de la legítima violencia. En este sentido, la tarea del político es tomar decisiones y toda decisión implica elección entre distintas posibilidades, exclusión de otras y limitación de las elegidas por el contexto. En síntesis, ésta obligado a elegir una línea de acción y a ser responsable de las consecuencias.

El científico, en cambio, es aquel que expone los problemas o temas desde diversos ángulos, analiza su funcionamiento y advierte las consecuencias que cada uno tiene para la vida. El científico no elige, simplemente expone los problemas con claridad para que el público (en este caso el político) pueda discernir entre cual postura es viable adoptar para afrontar tal o cual problema. Sin ir más allá, la ciencia instruye sobre tales y tales medios, sin decidir cuál es el mejor o el peor. Simplemente hace ver al político la necesidad de decidir. [11:84]

Por lo importante de su elección, el político tiene que actuar con absoluta responsabilidad, justificando su acción en la ideología (ideología que es un saber cuya finalidad es la justificación de ideales prácticos). El actuar del político puede estar mediado por dos elementos: una ética de la convicción y una ética de la responsabilidad. [11:51] La ética de la convicción se fundamenta en la búsqueda de un fin último, una especie de acción con arreglo a valores. Sin embargo, las acciones de este tipo resultan funestas para la política, pues para alcanzar fines buenos se tiene que recurrir, en muchos casos, a fines moralmente dudosos. Aquí es donde surgen lo que Max Weber calificó como los profetas quiliásticos, donde el deber es ser fiel a ciertos principios, cueste lo que cueste. León Trotsky, quizá sea el ejemplo de la ética de fines y las perversas consecuencias de sus acciones. Para él, era moral todo lo que servía a la revolución, inmoral todo lo que la combatía. Al final, Trotsky resultó víctima de su propia moralidad. La ética de la responsabilidad se orienta a proponer medios adecuados al fin y, por tanto, tener en cuenta las consecuencias de tal elección. Está ética toma en cuenta todas las fallas del ser humano, volviéndose en cierto sentido una especie de elección pragmática del actuar político. La ética de la responsabilidad no carece de convicciones, simplemente toma en cuenta el alcance de los medios y las posibilidades de sus fines. En América Latina, la ética de la convicción justificó la acción de las guerrillas y la intervención de los militares en el poder estatal, mientras que la ética de la responsabilidad ha sido propia de los nuevos regímenes democráticos.

Por su parte, el intelectual y su relación con el poder difiere de la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad, tal y como se entiende en el ámbito de la política. No existe sólo la política para los políticos –dimensión ordinaria–, también hay una esfera donde se debaten las grandes ideas, las utopías que contribuyen a cambiar el mundo aparte de interpretarlo y comprenderlo. Esa dimensión corresponde al actuar de los intelectuales, a los que Bobbio (recuperando la propuesta de Coser) agrupa en cuatro posiciones: [2:97-98]

a) “Los intelectuales mismos están en el poder.” Como ejemplo, Coser señala la concepción marxista de la interdependencia de la teoría y la praxis, para la cual el jefe revolucionario es también el maestro de la ideología, el creador e intérprete de la doctrina.

b) “Los intelectuales ejercen su influencia sobre el poder manteniéndose fuera, mediante la elaboración de propuestas que podrán o no aceptarse.” La intención es sólo proponer mejores formas de convivencia en la política, o proporcionando elementos necesarios para la toma de decisiones en el ámbito de la economía.

c) “Los intelectuales desarrollan la función de legitimar el poder constituido.” Aquí se ubican los portavoces del pensamiento que buscan justificar en todo sentido el actuar del Estado.

d) “Los intelectuales adoptan una actitud permanente de crítica al poder, son, por vocación, los antagonistas al poder sea cualquier la forma que asuma.” Para ellos el poder, y por tanto su expresión en el Estado, es un instrumento de opresión, de coacción, de dominio, obtuso, etc.

Bajo un sesgo negativo, el pensador italiano introduce una quinta, la cual considera a los intelectuales ajenos a los asuntos de la polis. Su esfera es distinta respecto a lo político. Su única obligación se restringe a cumplir los roles de ciudadanos, pues su reino no es de este mundo. [2:108]

Siguiendo la lógica de los incisos a y b, podemos afirmar que toda acción política requiere de principios y valores que permitan distinguir los fines perseguidos y, a la vez, la necesidad de contar con conocimientos técnicos que le permitan alcanzar dichos fines. Los ideólogos (señalados en el inciso a) son los que elaboran los principios a partir de los cuales una acción queda justificada y en consecuencia aceptada como guía para la acción. Para el ideólogo, vale tanto el cambio en las ideas como en los hechos; sin ello, lo demás sería especulación, aunque esta fuera revolucionaria. En cambio, existen intelectuales considerados expertos (inciso b) que proporcionan conocimientos- medio para alcanzar un fin concreto. El conocimiento sólo se acepta en términos de los resultados.

Se utilizará esta sugerente tipología para analizar la construcción del Estado en América Latina desde el pensamiento político y social. 2 En el intelectual ideólogo hemos puesto el pensamiento de Víctor Raúl Haya de la Torre, por sus contribuciones a la ideología del Nacionalismo Revolucionario y el ejercicio político del APRA. En la

categoría de intelectual experto, se ubica el pensamiento cepalino del desarrollismo, fundamentalmente por sus aportes de carácter técnico y su impacto en la profesionalización del pensamiento

Los dos hemisferios no son absolutos en el sentido de su actuación, las más de las veces se mezclan. No existe un ideólogo que no eche mano de la técnica y expertos que no se orienten por fines establecidos. La distinción que hacemos aquí radica en el predominio de una forma sobre la otra.

II. América Latina, la construcción intelectual del Estado Nacional

Los intelectuales en América Latina poco han diferenciado su actuar respecto de la política. Las más de las veces son tentados a participar en ella como los casos que señalamos párrafos anteriores. Sin embargo, es necesario distinguir dos periodos del pensamiento que marcaron profusamente la historia del sub-continente en el presente siglo. El primero, el de los ideólogos, donde se buscó la construcción del Estado Nacional, su identidad y su soberanía. Algunos de los representantes son: José Martí, José Carlos Mariátegui, Víctor Raúl haya de la Torre. El segundo, denominado de los expertos, abarcó la década de los años de los 50´s, orientado a satisfacer el desarrollo económico de las naciones desde el propio Estado. A este último periodo se le llamó el periodo del desarrollismo cepalino. [12:144-149]

¿Por qué pensar en y desde el Estado Latinoamericano? Antes bien, entendemos por Estado moderno la unidad de dominación de índole institucional, cuyos fines, con éxito en los resultados, ha sido monopolizar como medio de dominación la legítima violencia física dentro de su territorio, reuniendo todos los elementos materiales a disposición de su dirigente, expropiando a los estamentos y creando su propia jerarquía. [11:8]

La construcción histórica del Estado en América Latina ha tenido un proceso sui generis, pues si bien monopoliza el ejercicio de la violencia legítima, no logra expropiar los privilegios a los estamentos. Por el contrario, uno de los estamentos, en este caso la oligarquía, se posesiona del aparato estatal para favorecer sus propios intereses, excluyendo a los demás sectores. El poder y la identidad nacional pasan forzosamente por el Estado. Según Zapata, la formación de los Estados nacionales en América Latina a lo largo del siglo XIX e inicios del XX ha tenido un carácter excluyente. [12:11-19]

En el siglo XIX, el Estado tuvo su origen en la pugna de criollos contra peninsulares, más que de la incorporación de los grandes conglomerados sociales o indígenas a un proyecto nacional. En las postrimerías del mismo siglo, la pugna volvió a darse entre estamentos liberales y conservadores. Al triunfo de los liberales se impulsa ampliación de los derechos civiles, secularización de la vida pública, control militar del territorio nacional por parte del Estado y el mejoramiento de las condiciones de vida de la mayoría. Se gesta un nacionalismo que busca formular objetivos comunes a una estructura social heterogénea, incorporar en forma jerarquizada a las masas y negar la contradicción de intereses a su interior. Había la necesidad de darle sentido y viabilidad al Estado Latinoamericano desde el marco intelectual.

José Martí, es uno de los primeros intelectuales ideólogos que aborda la construcción de la nación mediante la independencia de las potencias. Piensa en la construcción social de la Nación desde el Estado a través de reformas sociales que pudieran generar bienestar e igualdad a todas las clases sociales que conviven en la nación. Martí reflexionó sobre los peligros del caudillismo y elaboró una serie de principios guía para orientar la acción revolucionaria. [12:33] Pero como la teoría y la praxis van juntas, según la tipología de Coser, Martí encabezó la lucha revolucionaria en Cuba y murió en combate sin ver terminada su obra.

Contrario al planteamiento ideológico, aparecen en escena los intelectuales expertos, preocupados más por proporcionar principios - medios que principios guía. Los objetivos es dar viabilidad al Estado a través de información y conocimiento objetivos. Su expresión máxima como grupo se desplegó en México con los llamados “científicos”, quienes poseían grados de especialización académica en Europa. Gabino Barreda, José Yves Limantour y Justo Sierra fueron los que propiciaron la grandeza económica de la época porfiriana, aunque a un costo social muy alto.

A partir de este momento (finales del XIX, principios del XX), el pensamiento latinoamericano se bifurca en dos formas de construir de la nación: los ideólogos y los expertos. Los primeros se preocuparon por la identidad y la independencia, mientras los segundos por el conocimiento para impulsar el desarrollo. Las características de uno y otro tendrán una expresión distinta de acuerdo al contexto histórico.

a. Dos momentos en la historia del pensamiento de América Latina

El grupo de los expertos fue el que mejores condiciones e impacto tuvo en el ejercicio intelectual respecto a los ideólogos. Su fuerza y madurez llega después de la segunda guerra mundial debido a que contaron con mayores recursos para la formación de cuadros y dispusieron de mejor información. El Estado los alentó a través de financiamiento institucional, remunerando económicamente al personal y facilitando los medios para su trabajo.

Antes de la guerra, los intelectuales-ideólogos carecieron de respaldo institucional en sus propios países y, en no pocas ocasiones, salieron exiliados. En su mayoría eran ensayistas o pensadores no profesionales con formación de abogados, burócratas o con un pasado de líder estudiantil. Los más agudos reflexionaron sobre las particularidades de sus países, pero no en la dimensión del cambio social a nivel global. [13:26-28] Eran como expresiones impotentes, profetas que se creían armados y no lo estaban. ¿Por qué se presentaban estas diferencias? ¿Por qué el Estado cambió de parecer y otorgó recursos a los expertos y no a los ideólogos?


Por su trascendencia e impacto en el Estado Latinoamericano abordaremos a continuación el pensamiento Nacional Revolucionario de Raúl Haya de la Torre (ideólogo) y al grupo de la CEPAL (expertos), siguiendo la misma lógica de bifurcación del pensamiento.

· El diálogo y la redención nacional

Raúl Haya de la Torre (1895-1979) nació en el Perú. Participó en las luchas estudiantiles que culminaron en la versión peruana de la reforma de Córdoba, Argentina. Entre 1919 y 1913 las luchas sociales se agudizaron y el papel de Haya de la Torre es cada vez más evidente, por lo que es detenido y deportado a Panamá. Viaja a México a invitación expresa de José Vasconcelos, Secretario de Educación Pública. El exilio no aleja su vocación política, por el contrario, se amplia y busca alguna forma de expresarse. [14]

Haya de la Torre observa, desde el exilio, las discusiones suscitadas en la V Internacional Comunista y se percata de la ausencia de América Latina (AL) en el debate. Esto lo lleva a plantear la necesidad de estudiar la especificidad de AL y su relación con el imperialismo. En su planteamiento intelectual asimila la versión leninista de la política, en donde el Estado ocupa un lugar central. Considera al imperialismo como la primera etapa del capitalismo en AL, [13:100] y sostiene que en la realidad latinoamericana se da un carácter desigual y no combinado en la articulación de los modos de producción feudal y capitalista, siempre bajo la égida del imperialismo. Hasta este momento, su planteamiento es eminentemente ideológico y su esquema recurre a categorías marxistas. [15]

Pero la preocupación de Haya de la Torre va más allá del planteamiento intelectual - ideológico. Para él la intervención política era necesaria para cambiar la correlación de fuerza de los países latinoamericanas respecto al imperio. Promueve la creación de una Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) articuladora de la lucha anti imperialista. Participa y exige en el seno de la III Internacional ser reconocida como la única organización anti imperialista latinoamericana. Al final decide no firmar los documentos de la III Internacional y alejarse de ella en un efecto publicitario más que de diferencias de fondo. Haya de la Torre prefirió hacerse notar y no pasar desapercibido.

En los postulados del APRA se reivindica la centralidad de la lucha contra el imperialismo, la autonomía del APRA con respecto a interferencias extranjeras y la propuesta de desarrollo económico a través de la intervención del Estado. Los postulados del APRA pueden resumirse en cinco principios básicos que dieron identidad al Nacionalismo Revolucionario: [14]

1. Acción contra el imperialismo

2. Por la unidad política de América Latina

3. Nacionalización de tierras e industria.

4. Internalización del Canal de Panamá.

5. Por la Solidaridad con todos los pueblos y clases oprimidas.

La encomienda del APRA era articular la lucha de los actores del cambio político identificados en las clases medias, la burguesía nacional y los trabajadores, sin olvidar la centralidad del Estado en su capacidad de arbitrar y conciliar los intereses al interior de la nación y negociar la relación con el imperialismo. El Estado será entonces quien de dirección al aparato productivo, concilie intereses de los diferentes grupos y permita el desarrollo de las clases medias y la burguesía nacional. El ideólogo encontró así una forma de vincular la teoría y la práctica, convertirse en el jefe revolucionario, maestro de principios-guía e intérprete de la doctrina. Al cabo el APRA daba para eso y más como Frente, Partido y Alianza a la vez.

La propuesta aprista resultó muy atractiva para las naciones latinoamericanas, las cuales veían agotarse el modelo primario de exportación y transitar a un modelo de sustitución de importaciones. Los políticos encontraron en los postulados ideológicos del aprismo la justificación para la intervención estatal y la posibilidad para reafirmar el discurso nacional por encima de las diferencias político - sociales internas. Perú, Brasil, México, entre otros recogieron los postulados del Aprismo como el pensamiento Nacional Revolucionario.

De alguna forma, la ideología del APRA, en combinación con el despliegue del modelo de sustitución de importaciones, dio paso a las primeras formas del populismo en América Latina al colocar al Estado como el árbitro en la solución de las diferencias internas de cada nación. El pensamiento de Víctor Raúl haya de la Torre, fue funcional al discurso político populista dominante al negar la contradicción de intereses en aras de la nación, la inclusión de todas las clases sociales en un proyecto común, la presencia omnipotente del Estado y su control semi-corporativo y clientelar soportado en una propaganda de corte nacionalista y antiimperialista. Este esquema encontrará en la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) su máxima expresión.

El oráculo de los ideólogos tergiverso el pensamiento de la acción política. Lo que quiso ser el principio de la acción, sirvió para legitimar a los nuevos regímenes de dominación política autoritaria. El gran triunfador del pensamiento Nacional Revolucionario no fue Haya de la Torre, ni siquiera el APRA, sino el Estado latinoamericano y las nuevas élites políticas.

· La institucionalización pensamiento, la oportunidad de los expertos

El surgimiento de la Comisión Económica para América Latina en 1949 (CEPAL), marcó un cambio radical en la forma de pensar América Latina. Por primera vez se creaba un organismo de carácter internacional para analizar la realidad regional en su conjunto, Se destinaba recursos, tanto de los países desarrollados como de los propios Estados latinoamericanos, para impulsar la investigación, sobre todo en el área económica. [16]

El Estado latinoamericano necesitaba para esos momentos, intelectuales expertos que le proporcionarán conocimientos-medios para superar la crisis del modelo de sustitución de importaciones e insertarse de mejor manera en los mercados internacionales. La CEPAL surge con el fin de elevar los niveles de vida, impulsar la industrialización, proponer mecanismos de planeación de los sectores productivos nacionales, la intensificación del comercio de la región y una mejor y más amplia diversificación de sus recursos. [17:1351]

La CEPAL (con Raúl Prebisch a la cabeza) ofreció empleos de tiempo completo a economistas profesionales, impartió seminarios para preparar especialistas económicos, reunió estadísticas oficiales –hasta ese momento no sistematizadas y poco socorridas por los ideólogos– lo que le permitió establecer comparaciones entre un país y otro. En síntesis, desarrolló investigaciones empíricas económicas sobre AL, alejándose del discurso ideológico explícito para acercarse a una perspectiva más analítica.

En sus trabajos, la CEPAL introdujo una esquematización del desarrollo en AL, entre un periodo de crecimiento hacia afuera antes de los 30´s (exportador de materias primas) y un crecimiento hacia adentro en el modelo de sustitución de importaciones (industrialización) a partir de los cuáles desarrolla una serie de conceptos y categorías tales como intercambio desigual, relación dinámica entre el centro y la periferia, heterogeneidad, especialización, etc. Todo ello será importante en la edificación del discurso del desarrollismo y sus ideas básicas: [18:71] a) necesidad de industrialización y planificación del desarrollo, b) reordenamiento de la economía mundial y la situación de AL en ella, c) necesidad de requisitos para el financiamiento externo y d) reformas estructurales para superar el subdesarrollo y la distribución desigual de la riqueza.

Más allá del discurso analítico-económico, la verdadera relevancia de los expertos de la CEPAL radicó en la legitimación que otorgaron a la intervención estatal y su rectoría en la economía. El equipo instó a los Estados miembros a fomentar una rápida industrialización mediante planes nacionales programados ex profeso. Cada Estado tuvo, bajo el modelo desarrollista, que evaluar su situación e implementar las políticas de aranceles, cuotas de importación, inversiones gubernamentales, infraestructura para las industrias y regular la inversión extranjera privada. El Estado latinoamericano encontró en los intelectuales expertos los conocimientos-medios para preservar su dominio político a partir de los éxitos económicos. El milagro mexicano y el auge industrial en Argentina y Brasil fueron piezas claves para entender la relativa estabilidad política del continente y su capacidad de negociación con organismos financieros internacionales en esos años. La ilusión de un desarrollo ascendente bajo la tutela del Estado era percibida por todos los sectores, tanto internos como externos.

La ilusión comenzó a declinar a finales de la década de los cincuenta debido, entre otros factores, al excesivo proteccionismo del Estado hacia las industrias nacionales, la relación clientelar con los sectores empresariales y clase medieros, imposibilitando la competencia en el mercado interno y la continua dependencia de los bienes de capital de los países desarrollados. El Estado, montado en el milagro económico, no previó la espiral ascendente de la deuda externa y la inflación, producto de préstamos y exceso de circulante que se dispusieron para el pago de inversiones en infraestructura y subsidios. Los expertos continuaron aconsejando el buen camino, pero no se percataron, o no previeron, las tensiones sociales originadas a raíz de su modelo de política pública de desarrollo. El impulso a la industrialización propició un crecimiento exponencial en las tasas de migración del campo a la ciudad, un crecimiento urbano que desbordó la planeación y los recursos de los gobiernos. Las nuevas capas sociales buscaron empleo en una industria nacional que había llegado a su tope y demandaron del Estado bienes y servicios tales como educación, salud, vivienda, etc. El Estado se volvió asimismo una paradoja política-económica: su protagonismo excesivo, legitimado por los expertos, se tradujo en un paternalismo sobredimensionado por las sociedades latinoamericanos (¡todo se resuelve desde el aparato estatal!), pero carente de recursos para hacer frente a las demandas de todos los sectores.

La dimensión de los problemas obligó a los expertos de la CEPAL a reconocer las limitaciones de su modelo. Pero como intelectuales consejeros, estaban incapacitados para proponer posibles soluciones de fondo. En primera, porque no era su ámbito abarcar cuestiones políticas y sociales; sus programas se soportaban en un excesivo cálculo de las tasas de crecimiento del PIB, con poca atención a las necesidades sociales y a los contextos políticos. Segundo, porque su institución dependía de los recursos y respaldo proporcionado por los Estados latinoamericanos, en muchos casos recelosos de sus ámbitos de poder. Los gobiernos no recibirían con agrado los ataques y críticas a su red clientelar y de poder social como eran los empresarios.

Se requería en forma urgente estudios serios de las tendencias de control político y la distribución de los beneficios en los sectores más marginados. La CEPAL no estaba en condiciones de sugerir una reforma política y la ideología del desarrollismo (cuya cara externa parecía de neutralidad) orientada a promover el crecimiento de las élites económicas locales, era incapaz de sugerir un cambio en la distribución equitativa de los costos entre los niveles altos y bajos de la sociedad.

El oráculo de los expertos, superior desde el ámbito técnico al de los ideólogos, había fracasado, no tanto porque sus modelos fueran erróneos, sino porque en las condiciones sui generis de Latinoamérica las fronteras entre la política (personalista, clientelar, corporativa) y la economía (desarrollo de punta mezclado con modelos de autoabastecimiento, de conformismo con sectores altamente dinámicos) sólo no llega a diferenciarse, sino a convertirse en un maridaje que no tiene un punto de entrada, ni de salida.

A la CEPAL le siguieron muchas otras propuestas de desarrollo. Su mérito histórico e intelectual radica en su propuesta de modelos de desarrollo más sistemáticos, con soporte técnico y viabilidad financiera. Su mérito mayor fue dar un paso a la institucionalización del pensamiento latinoamericano cuando las universidades locales se mantenían al margen de nuestras sociedades. Basta recordar el reproche que José Vasconcelos hizo a la Universidad Nacional cuando ocupó la Secretaría de Educación Pública por la falta de compromiso con la sociedad.

III. Conclusiones: designios del oráculo

Durante una mesa redonda organizada por la revista Cuadernos Americanos en 1944, [19:15] cuya temática giraba en torno a la “Lealtad del intelectual”, José Gaos afirmó que, como hombre, el intelectual podía participar en los problemas de su sociedad, elaborando ideas y medios de solución, aunque sin rebasar los límites de su capacidad. De buscar poner en práctica sus ideas se enfrentaría con los políticos en su terreno, convirtiéndose en un “político bisoño”. Afirmaba que las ideas deberían entregarse a quién estuviera en condiciones de llevarlas a cabo. La vocación del intelectual -según Gaos, en afinidad con Weber- es la idear proyectos e ideas y compartirlas. La vocación del político es ejercer el poder, y el poder no se comunica ni comparte. [19:20]

Los intelectuales latinoamericanos han estado obsesionados por el poder, dice Paz. [3:47-48] Según él, en la escala de valores de AL está, antes que la riqueza y el saber, el poder. Habría que matizar la aseveración de Paz diciendo, a favor de los pensadores de América Latina que, no han tenido una obsesión por el poder per se, piensan más en él como una forma de llevar a cabo sus ideas y proyectos e identificando al Estado como la expresión máxima desde el cual pueden modificar los diversos ámbitos de AL. En todo caso, si el intelectual interviene en política, necesariamente pierde su condición de tal y pasa a formar parte de los políticos, sujeto a la responsabilidad de su elección y las consecuencias que de ello deriva. Tendrá que asumir necesariamente una ética de la convicción o una ética de la responsabilidad.

El intelectual, como tal, tiene que saber diferenciar los ámbitos de influencia. La de él es guardar una sana distancia con el príncipe, no indiferencia. El intelectual no elige, no se inclina por un dios y desprecia a los demás. Su función es exponer con claridad los problemas y preocupaciones de la sociedad ( en este caso del poder) para que los políticos puedan decidir sobre las diferentes posturas e impedir que el monopolio de la fuerza se convierta en monopolio de la verdad. Debe hacer ver la necesidad de elegir, sin ir más allá, a riesgo de convertirse en demagogo, como dice Weber, o en falso profeta, como dice Bourdieu.

Uno de los pocos casos del intelectual que se asume como tal, en el pleno sentido weberiano del concepto, es Gino Germani (1911-1977), inmigrante italiano asimilado en Argentina, impulsó el desarrollo de la sociología en Argentina y AL en su conjunto. En 1955 fundó el departamento de Sociología de la Universidad de Buenos Aires y realizó los primeros trabajos de corte sociológico- empírico utilizando información de censos para inferir la estructura económica y su correlato en el cambio político. Se preocupó por entender el cambio de la sociedad tradicional a la moderna. Sus trabajos no se orientaron hacia doctrinas ideológicas, ni a satisfacer cotos de poder 3. Por el contrario, intentó profesionalizar el trabajo académico a través de vínculos con otras universidades y con recursos de fundaciones extranjeras, lo que le valió duras críticas de sectores de izquierda y derecha. La izquierda lo acusaba de someterse a los designios del imperialismo al aceptar recursos de las fundaciones. La derecha lo acusaba de querer destruir la unidad y solidaridad de la nación argentina con sus investigaciones. Debido a las presiones, Gino Germani, sale de Argentina para continuar sus trabajos en la Universidad de Harvard en los EUA. [13:30]


En América Latina, el canto de las sirenas orilla a muchos pensadores a asumir posturas ideológicas y a actuar en consecuencia (algunos sectores exigen un compromiso abierto y militante y/o la seducción de las élites políticas resulta tentadora). Además, las condiciones sociales y económicas de nuestro continente provoca cargos de conciencia, una especie de mea culpa que hace sentir al intelectual la necesidad de intervenir en la política para remediar los males, aunque ello conduzca a dos posibilidades: al patíbulo o ser el tirano coronado. [13:44]

El debate entre los intelectuales-ideólogos e intelectuales-expertos sigue vigente en los círculos académicos y en el corazón mismo del poder, aunque en condiciones totalmente diferentes. Raúl Haya de la Torre y los economistas de la CEPAL no pudieron resolver desde sus respectivos pensamientos y acciones los problemas de AL. La acción político partidista de Haya o la influencia del poder a través de la información como lo hizo la CEPAL, se imposibilitaron por las condiciones sociales y, en muchos casos, tergiversaron el contexto político. Los ideólogos hablan ahora desde institutos creados ex profeso por los partidos políticos, se envuelven en el halo de la academia lo que les da cierta inmunidad frente a la crítica, aparte que son muy bien remunerados. Los expertos en cambio, han logrado tal grado de especialización y dominio en su materia. Los primeros se presentan hoy como analistas y politólogos, militantes abiertos de partidos políticas, siempre flanqueados por algún nombramiento académico universitario. Los expertos son ahora la moderna tecnocracia que impulsa los cambios macroeconómicos y el modelo de desarrollo denominado neoliberal, que, contrario a la CEPAL, busca reducir a su mínima expresión al Estado. La pugna entre pensar la realidad latinoamericana solo desde la política o la economía continua, con el Estado de por medio.

En América Latina, simultáneamente el oráculo ha intentado convertirse en Dios y en sacerdote. Quiere pensar e intervenir en un solo acto, quiere predecir y evangelizar a la vez. La imposibilidad de Delfos continuará mientras el intelectual no entienda su rol. Experto, ideólogo, revolucionario, o cualquier adjetivo más, el pensador tiene un ámbito específico: escribir, investigar, pensar, construir y actuar desde la crítica y la propuesta, dejando al político la responsabilidad del actuar político con sus consecuencias.

1 Aún las posiciones neoconservadores no han dejado de lado al Estado, aún cuando sólo se preocupen por reducirlo a su mínima expresión. Así, por ejemplo, está el discurso de diversos intelectuales preocupados por el desarrollo hacia afuera y la globalización de las relaciones económicas buscando que el primer motor sea el Estado, aunque posteriormente desaparezca.

2 Por una cuestión de intención (espacio y tiempo) obviamos otras formas del pensamiento latinoamericano que fácilmente pudieran insertarse en los otros apartados.

3 No asumir un discurso doctrinario no implica neutralidad ideológica. Por supuesto que Germani tenía preferencias ideológicas, pero como sociólogo buscó ser lo más objetivo posible

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