de componentes de la apariencia
Dra. Blanca De Lima Profesora Asociada
E-mail: blancadelima@hotmail.com Lic. Joelanet Álvarez
Gerontóloga
E-mail: princessbeautiful_17@hotmail.com Departamento de Gerontología
Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda La Vela de Coro, Estado Falcón, Venezuela
Recibido: Enero 12, 2012, Aceptado: Junio 12, 2012
Resumen
Se exploró el manejo de la fachada personal en adultas mayores a partir de elementos de la apariencia. Se abordó como un estudio de casos múltiples, exploratorio y descriptivo. Participaron cinco mujeres mayores de 60 años. Se concluye que la adulta mayor maneja su apariencia de manera intencional, con los recursos a su alcance, para minimizar lo que la desvaloriza socialmente, ocultando elementos desacreditadores para lograr una fachada personal satisfactoria. Hay un entorno poco habilitante para la expresión del deseo, al imponerse la idea de que hay que arreglarse “según la edad”.
Palabras clave: cuerpo, estigma, estereotipos, microsociología, vejez.
Microsociologicaly approach to personal façade front in elderly women through components of appearance.
Abstract
This article explored the handling of elderly women’s personal facade through components of appearance. The approach considered a multiple case, exploratory and descriptive study. It included five women over 60 years old. It concluded that elderly women guide their appearance intentionally, with the resources at their disposal to minimize whatever devaluates them socially, hiding devaluating issues to achieve a satisfactory personal facade. There is a narrow enabling environment to express desire, as the idea that women need to take care of themselves according to their age.
Keywords: body, stigma, stereotypes, microsociology, old age.
Introducción
La construcción social del cuerpo ha sido un tema de interés para sociólogos, antropólogos, filósofos, historiadores y otros especialistas. Dentro de este amplio campo se distingue, con mucha fuerza investigativa, la preocupación por el cuerpo femenino expresada, por ejemplo, en obras resultado del emerger del movimiento feminista.
La microsociología se interesa en el estudio del encuentro de los individuos en los pequeños ámbitos sociales, para lo que se pone en juego el cuerpo revestido con una serie de elementos verbales y no verbales, pero todos enviando mensajes e imágenes que buscan el éxito en los encuentros sociales.
Para la gerontología social, en su emerger como área específica de conocimiento, es de interés el estudio del ámbito microsociológico, lo cual conduce al cuerpo del adulto mayor, las imágenes estereotipadas sobre el mismo y las opciones de los ancianos para lograr un cuerpo y una imagen que hagan viable y exitoso el encuentro social.
El estudio que se presenta hace una primera aproximación al tema a partir de la propuesta teórica de Erving Goffman, habiéndose escogido estudiar la fachada personal en la mujer anciana, toda vez que la investigación venezolana ha encontrado elementos indicativos de que está más presionada socialmente al respecto de su imagen corporal.
1. Tópico central
Las sociedades occidentales de mercado dan la mayor importancia a la presentación personal del individuo para efectos de la interacción social, donde la calidad de la presencia personal se hace incluso definitiva para que la dinámica social sea exitosa y satisfactoria. Para efecto de los encuentros sociales, la sociedad tiene una serie de expectativas estereotipadas sobre la imagen o imágenes aceptables para lograr la interacción social exitosa. En microsociología, los conceptos de fachada social y personal remiten a esas expectativas estereotipadas y la posibilidad del manejo individual de la presencia personal, a partir de la apariencia.
La mujer se ve más presionada que el hombre por el medio social para responder a las exigencias en materia de fachada social, estando fuertemente influenciada por la llamada bioconstrucción de la belleza. A lo largo de su vida la mujer se ocupa y preocupa más que el hombre por su presencia personal, es decir, la fachada personal y los elementos de la apariencia con los cuales construye esa fachada.
Muy enfatizado está en la actualidad el recurso a técnicas, invasivas o no, que cambian de manera temporal o definitiva alguna característica corporal para hacerla corresponder con el cuerpo y/o rostro ideal exigido por la sociedad; cuerpo y rostro anclados en facciones juveniles que obligan a la mujer mayor a asumirse en imágenes de otros grupos de edad.
Igual sucede con la indumentaria, el peinado, el maquillaje, accesorios y otros elementos ─no asociados a aspectos biológic os─, pero cuyo manejo adecuado resulta indispensable para procesar la fachada personal. Aquellas mujeres mayores que no tienen recursos económicos para acceder a procedimientos médicos, o que no desean utilizarlos, manejan otros elementos como los antes mencionados, a fin de lograr fachadas personales socialmente aceptables a partir de combinar elementos de la apariencia.
El problema radica en que la adulta mayor no encuentra en el mercado una oferta suficiente que le permita seleccionar objetos y recursos para trabajar su fachada personal. El mercado excluye de su oferta a aquellos grupos que no entran en las
expectativas estereotipadas del medio social, ejemplos de ello son los obesos, las personas con discapacidad y los adultos mayores. Una oferta empobrecida de objetos y recursos para trabajar la apariencia dificulta a la mujer anciana obtener una fachada personal que se aproxime al promedio socialmente aceptable.
La anterior reflexión nos llevó a explorar aspectos de la fachada personal en adultas mayores, teniendo como propósitos describir el manejo que la adulta mayor hace de su fachada personal, a partir de componentes de la apariencia e iidentificar dificultades encontradas para trabajar su apariencia y lograr una fachada personal satisfactoria.
2. Aspectos metodológicos
Para este estudio se escogió un diseño cualitativo con enfoque etnográfico:
El objetivo inmediato de un estudio etnográfico es crear una imagen realista y fiel del grupo estudiado, pero su intención y mira más lejana es contribuir en la comprensión de sectores o grupos poblacionales más amplios que tienen características similares. [1:28]
Se enmarcó, además, como un estudio de tipo exploratorio descriptivo, pues el tema no ha sido abordado por la gerontología venezolana y por tanto se tiene poca información. Se optó por un estudio de caso múltiple, seleccionándose cinco mujeres mayores de 60 años de edad, residenciadas en el Sector San Nicolás de la ciudad de Coro, estado Falcón y asistentes al Círculo de la Tercera Edad “Años de Vida Feliz” del Ambulatorio “San Nicolás”, que no quisieron ser identificadas y se les distingue como AM (adulta mayor) y los números del uno al cinco. El número de casos se determinó mediante los siguientes criterios: selección primaria, conveniencia y selección gradual o por saturación. [2]
Se utilizaron como técnicas de recolección de datos el relato oral y las acotaciones microsociológicas de contexto; además, como instrumento: la entrevista abierta centrada en el tema de estudio, la guía de entrevista y la pregunta generadora de la entrevista. Se pidió a la adulta mayor relatar de forma oral cómo se vistió para la última Navidad, buscándose información sobre los siguientes elementos: peinado, indumentaria, calzado, maquillaje y cuidado de la piel. La investigación se desarrolló durante el año 2010.
3. Teoría microsociológica
3.1. Fachada social
En su obra “La Presentación de la Persona en la Vida Cotidiana”, Goffman aporta a lo largo de sus páginas los elementos que permiten definir el término fachada social. Comienza afirmando que “Es la dotación expresiva de tipo corriente empleada intencional o inconscientemente por el individuo durante su actuación”. [3:34]
Al entrar en escena, cada individuo representa una línea y lleva consigo una fachada, constituida por diversos elementos como el medio, la apariencia y los modales, los cuales son manejados de forma intencional o no por el individuo. El conjunto de elementos con los que cada persona construye la fachada que considera más idónea para actuar socialmente, variará según aspectos de personalidad, culturales, socioeducativos, religiosos y económicos, entre otros. Sea como fuere, el objetivo es construir una fachada que garantice el éxito en la interacción social.
Pero complejizando el concepto, Goffman agrega que la fachada social
Tiende a institucionalizarse en función de las expectativas estereotipadas abstractas a las cuales da origen, y tiende a adoptar una significación y estabilidad al margen de las tareas específicas que en ese momento resultan ser realizadas en su nombre. La fachada
se convierte en una representación colectiva y en una realidad empírica por derecho propio. [3:39]
La fachada social, entonces, no se construye, sino que se selecciona; y hay tantas como encuentros sociales tenga el individuo. Cada encuentro social implica un escenario, una fachada y una actuación; lo cual remite a los componentes de la fachada: el medio, la apariencia y los modales. Para efectos de este texto nos centraremos en la apariencia.
3.2. Apariencia y fachada personal
La apariencia es el conjunto de elementos que el individuo selecciona de entre la oferta que encuentra en el mercado y con los cuales construye lo que Goffman denominó fachada personal. La fachada personal implica un acto de creación, ya que el individuo va a escoger elementos de la apariencia y los modales para construir una fachada única y con ella entrar en interacción social; al respecto Goffman establece la fachada personal para referirse a “los otros elementos de esta dotación aquellos que debemos identificar íntimamente con el actuante mismo y que, como es natural, esperamos que lo sigan donde quiera que vaya”. [3:35]
Lo anterior significa que hay, además, elementos de orden biológico, únicos para cada individuo, que se unen a los otros para configurar la fachada personal. Por ejemplo el sexo, la estatura, el color de la piel y el aspecto físico general. Esto es posible porque para Goffman y otros autores lo biológico no es un hecho aislado, y en particular el cuerpo se asume “…como algo que pertenece a la cultura y no a una identidad biológica. Desde esta perspectiva, el cuerpo es interpretado culturalmente en todas partes, por lo tanto, la biología no se encuentra excluida de la cultura, sino que está dentro de ella”. [4:128]
La apariencia incluye todo lo referido a indumentaria y conexos, como el peinado, maquillaje y accesorios; los cuales permiten identificar al actor social, precisando su estatus. Con ellos, el individuo construirá la fachada personal que necesita para cada momento en particular, buscando causar una buena impresión con su imagen corporal. La apariencia incluye las técnicas “dirigidas a mostrar un cuerpo como una superficie decorativa: depilación, maquillaje y adornos”. [4:134]
Respecto de la apariencia, la investigación internacional ha hecho algunos hallazgos de sumo interés. Serbia [5] encontró en espacios laborales argentinos que los trabajadores identifican cuáles elementos de la apariencia exigen las instituciones y cuáles consideran estigma, tras lo cual proceden a generar una imagen laboral que es totalmente distinta a su imagen extra laboral, pero que les permite dar una impresión ajustada a la norma y lograr credibilidad en su representación.
Por su parte, Matamoros [6] encontró en el caso de una muestra de población gay mexicana, que la vestimenta les permite adaptarse a las exigencias del medio social; y, concluyó que el vestir está, como el cuerpo, sujeto a relaciones de poder, siendo la indumentaria una forma de orientación para entrar y permanecer en interacción social.
Con respecto a la apariencia y el adulto mayor, la investigación documental venezolana sobre estereotipos e imagen de la vejez ha encontrado una pobreza de oferta en el mercado de consumo para los objetos y productos en general dirigidos al anciano. Así, el estatus etario del adulto mayor, no representa un nicho de consumidores atractivo hacia el cual se dirija una parte significativa de la oferta de elementos de apariencia. La mayor oferta está en productos y procedimientos cosméticos destinados a la mujer para “combatir” el proceso de envejecimiento. Se hace evidente un sesgo por sexo hacia la mujer, quien tiene que enfrentar una pobre oferta y, a la vez, tiene mayores presiones y exigencias sociales para disimular el avance en la edad. [7-12]
Al manejar su fachada personal, la adulta mayor se enfrenta al hecho de que la vejez no encaja en el concepto de salud, ni en el de cuerpo o apariencia ideal. La mujer que envejece se enfrenta, por vía de los estereotipos negativos, a un cuerpo que va perdiendo valor social pero con el cual debe trabajar su fachada personal, y una sociedad que en general es agresiva en materia de apariencia y modales, ya que no le facilita la obtención de recursos para trabajar su fachada personal con base en sus requerimientos, sino que se le impone.
Pese a la influencia de los estereotipos positivos y negativos que sobre la vejez maneja el medio social, hay un margen de movimiento que hace posible a la mujer anciana, por encima de la estandarización, un manejo muy individual de la presencia, y a eso remite la fachada personal, cuyos componentes son utilizados para lograr esa presencia única que la distinga aún en medio de la rigidez de la fachada social.
Encontramos así, entonces, una tensión permanente entre la fachada social con su estabilidad, y la fachada personal con su dinamismo. En este marco, la adulta mayor debe buscar alternativas que la hagan atractiva para el grupo donde desea interactuar, obtener su aceptación y con ello poder participar por haber cumplido con el primer paso, que sería una adecuada relación a nivel de fachada personal entre su apariencia y modales, generando un lenguaje corporal aceptable, lo que Goffman denomina “coherencia confirmatoria entre la apariencia y los modales”. [13:36]
En general, la literatura microsociológica coincide en que el mantenimiento, reproducción y representación del cuerpo son temas centrales en las sociedades con economías de mercado, y que el consumo es mucho más que un gasto inútil o compulsivo; siendo un mecanismo de socialización e integración social. [4,6,14]
4. Análisis de la información
4.1. Categoría apariencia. Sub-categoría peinado
En términos de descripción se encuentran la prevalencia del cabello corto y el recurso de algunas de ellas a los tintes para ocultar las canas. Las adultas mayores entrevistadas mostraron una tendencia a tener el cabello corto desde edades adultas. Excepto un caso, se encuentran satisfechas con su actual corte. Todas optaron por el cabello largo en su juventud, incluyendo una cuya profesión de enfermera le exigía llevarlo corto, pero que utilizaba pelucas fuera de horario laboral. Este tipo de cabellera se mantuvo hasta tiempo después de casadas, ya siendo madres. En la actualidad siguen cuidados básicos de limpieza, bien en casa y/o en peluquería, además de que algunas de ellas utilizan tintes que ocultan las canas y, adicionalmente, eliminan el vello facial. El cambio en la extensión del cabello no se relaciona con la vejez sino con diversas razones surgidas a lo largo de la vida adulta: exigencia laboral, motivos de salud, trabajo doméstico:
AM1
─Allá en el trabajo, tenía que usar el pelo corto, y entonces me acostumbré a tenerlo toda la vida corto [Era enfermera]. A veces me ponía pelucas de pelo largo.
En este caso, un imperativo laboral generó un particular corte de cabello que no se corresponde a lo socialmente deseable en una mujer joven. La cabellera femenina “simboliza primordialmente la fuerza vital, primigenia (…) y la atracción sexual”. [16:15] De hecho, esta adulta mayor utilizó pelucas fuera de su horario laboral para suplir la carencia de una cabellera atractiva.
AM4
— Me lo corté así porque yo trabajaba en la cocina, limpiaba, lavaba, cocinaba.
— [El esposo] me dijo chacha, es que te volviste loca (risas).
— [Al esposo] si a ti no te gusta, verme cambiar, bueno, ya yo me lo corté, y no me lo voy a dejar crecer más (…) y se acostumbró a verme así.
Esta adulta mayor procedió a cortar su cabello después de nacer su tercer hijo─tuvo cinco en total─. El cambio obedeció, formalmente, a la incompatibilidad entre el trabajo doméstico y el mantener una cabellera larga. Desde un punto de vista sociológico, la vida intrahogar y la dedicación a la administración del ámbito doméstico hicieron innecesario en esta mujer el continuar cuidando un elemento de atracción sexual y procreativa que ya había cumplido su función. Afianzada en sus roles, tuvo la capacidad para imponer a su pareja la nueva circunstancia de apariencia que facilitaba su desenvolvimiento al interior del hogar, y que ya había cubierto con suficiencia el objetivo social y biológico de atraer una pareja y establecer una familia.
AM 3
— He usado el pelo corto así, después de un tiempo de la operación que me hicieron a los 45 años de histerectomía.
— Me daba pena el corte radical que fui a hacer.
— Me llevé una pañoleta (risas).
— Y los de mi familia me decían no seas pendeja ¿por qué te da pena (…) si te queda bien?
— Después me estaba arrepintiendo de tener mi pelo así, pero luego me acostumbré.
En este caso una menopausia quirúrgica determinó cambios definitivos sobre el corte de cabello, no sin pasar por una etapa de ajuste a la nueva apariencia que implicó un momento inicial de negación ante una situación percibida como desacreditadora, con ocultamiento del nuevo corte para, posteriormente y dada la favorable reacción del entorno, animarse a presentar su nueva apariencia. Muy posiblemente esta mujer haya resentido biológica, social y psicológicamente las circunstancias de su menopausia adelantada. Se evidencia afectación inicial de la autoimagen y autoestima, superada de manera gradual.
Por otra parte, la sub categoría peinado ratifica lo expuesto en el marco teórico: hay que amoldarse a las exigencias del medio y ocultar los elementos desacreditadores, [17] todo aquello que inhiba la interacción social. A este respecto, la dificultad más relacionada para trabajar este elemento de la apariencia son las canas, siendo los tintes el recurso utilizado para ocultarlas, estrategia que se asocia a los verbos “sentir” y “ver”; se sienten mejor y se ven mejor porque ocultan algo no deseable. Lo anterior se relaciona con aspectos psicosociales; el sentir a la autoestima y el ver a la autoimagen. Las canas son signo de vejez, de edad avanzada; un atributo desacreditador. Hay, adicionalmente, la presión del entorno para su ocultamiento:
AM1
— Me lo pinto para que no se me vean las canas.
— Me quiero sentir mejor.
— Y empieza el nieto o la nieta a decir: ¡ah no, te vas a pintar ese pelo! AM2
— [Con las canas] y aparenta ser uno más viejo (risas), sí, con el pelo pintado uno se ve y se siente más joven.
— Mi familia y amistades se admiraron al verme. [Con el cabello teñido].
AM5
— Me vine a pintar el pelo de castaño claro, para ocultar esas canas que lo hacen ver más viejo a uno.
— Y ya tenía todos mis hijos y me decían mamá píntate ese pelo, porque te están saliendo canitas.
Al ocultar el cabello encanecido resuelven un elemento de incomodidad e inconformidad con su apariencia personal y, como establece Goffman, controlan la impresión que los otros se forman de ellas ocultando un estigma físico. La incomodidad e inconformidad afectan la autoimagen y la autoestima. A lo anterior se suma la presión familiar que expresa las exigencias del entorno social y actúa como aprobador de la apariencia ajustada al deber ser social: “se admiraron al verme” (AM2).
Al teñido se adiciona, como elemento secundario, el alisado cuando la extensión del cabello lo hace posible, como forma de manejo de la apariencia también orientada a maximizar la aceptación y ocultar desventajas. En las sociedades occidentales una cabellera rizada, que insinúe elementos afro, no tiene la mayor de las aceptaciones, probablemente por asociarse a elementos de endoracismo y a la estereotipia de que los cabellos más deseables y atractivos son los lisos. Este escenario coincide con lo encontrado con Serbia [6] al respecto de que una apariencia personal no convencional obstaculiza la interacción. La adulta mayor, entonces, apela a técnicas cosméticas básicas para el cabello ─teñido y alisado─, para mejorar parte de su aspecto físico y emitir una información social que le permita obtener el máximo beneficio al entrar en el escenario social.
Pero si bien las canas expresan una problemática de apariencia que se resuelve, hay otras circunstancias relacionadas con aspectos de personalidad y culturales, que complejizan la escena. AM3 y AM4 no se tiñen el cabello; en la primera, la observación de sus reacciones al desarrollarse el relato oral y la relectura del texto asoman una mujer más bien tímida, sobre la cual se impusieron patrones culturales que estimularon su bajo perfil y la vida intrahogar. De escasos recursos económicos, al casarse se le impusieron las exigencias de su esposo, a lo que se sumó una cirugía que generó cambios hormonales y la importancia que ella da a las muertes de familiares, siendo la última su viudez con duelo no superado.
Como resultado de este escenario de pobre interacción social, AM3 no se vio sometida a las presiones del entorno para trabajar de manera elaborada su fachada personal, incluyendo el cabello. Esto hace comprensible su afirmación: “nunca dije que me lo iba a pintar, ni por canas ni por nada, nunca me pasó eso por la mente, si el pelo nunca me lo he pintado”.
Por el contrario AM4, quien también expresa tener problema económico y haber perdido un hijo de manera imprevista, se muestra como una mujer que maniobra para controlar sus elementos de apariencia, es activa en el manejo de su fachada personal y, en materia de elementos de la apariencia, orgullosa de sus canas: “Yo no me pinto el pelo, porque me encantan las canas”. Se expresa deseosa de poder arreglar su cabello para mejorar aún más su apariencia sobre la base de conservar y destacar el plateado de su cabellera: “no está bien blanquito, todavía le falta un poco más”, “si hay tinte blanco plata, así sí, me lo echaré sólo para darle colorcito y bastante brillo a mi pelo, es bien bonito”.
Finalmente, encontramos que el cuidado del cabello se inserta en una red familiar donde unas mujeres apoyan a otras para lograr la mejor fachada personal posible. Se observa la participación de varias mujeres del núcleo familiar, con intercambio de opiniones y ayuda mutua para aconsejarse, es decir, hay una especie de juego femenino en torno al arreglo personal que implica un trabajo colectivo sumado a las decisiones y
acciones individuales. En las lecturas realizadas para construir el marco teórico no se encontró mencionado este fenómeno, que veremos a lo largo de la construcción de la fachada personal:
AM1
— Y él o ella [nieto o nieta] me lo pinta, y me dicen; estas canas chiquitas de aquí también, píntatelas.
AM5
— Tenía el pelo pintado de negro, una de mis hijas me lo secó.
Tres escenarios asoman en estos casos estudiados, con reacciones que no sólo dependen de la presión social y los estereotipos, sino también de patrones culturales y elementos de personalidad: la adulta mayor que sigue la pauta social pero la maneja en su beneficio (AM1, AM2, AM5), la que pone límites a la presión del entorno y la maneja en su beneficio (AM4) y aquella cuya personalidad y patrones culturales se le imponen (AM3). Esto es un alerta para no hacer generalizaciones sobre el peso de ciertas imágenes rígidas, y considerar que aspectos sociales, culturales y psicológicos funcionan como filtros entre el estereotipo y su asunción, o no, por la persona que es expuesta a la acción de los mismos.
Por último, la idea goffmaniana de una actuación intencional del actor social manejando la impresión que otros se forman de él, se hace patente en el manejo del cabello; asomando de esta manera el enfoque dramático de la propuesta microsociológica.
4.2. Categoría apariencia. Sub-categoría indumentaria
La indumentaria forma parte de los actos no verbales con que la adulta mayor construye el esquema goffmaniano llamado línea. [13] Al vestirse adecuadamente ella busca una doble aprobación: personal y social. Debe verse bien para ella y para los demás.
En el tópico central de la investigación se planteó: “En el caso de la adulta mayor, se enfrenta al hecho de una escasa oferta de elementos que la ayuden a trabajar su apariencia para lograr una fachada personal satisfactoria”, “El problema radica en que la adulta mayor no encuentra en el mercado una oferta suficiente que le permita seleccionar objetos y recursos para trabajar la fachada personal”. Estos presupuestos no se cumplieron en los casos estudiados. Por el contrario, las adultas mayores reportaron no tener dificultades de oferta para seleccionar en el mercado; los cambios de indumentaria se hacen en función de otros factores, mas no de la oferta:
AM1.- Y me voy para allá, para los guajiros en Maracaibo, y allá hay ropa más bonita y más barata.
AM2.- Ahorita hay para todas, gordas y flacas, sí, caminando y siempre buscando (…) sí encuentro ropa.
AM3.- Y la telita del conjuntico, no fue difícil conseguirla. AM4.- Y antes no había tantas tiendas como ahora.
AM5.- Antes habían [sic] muchas más costureras que ahora, y habían [sic] menos tiendas, (…) ahora sí hay variadas tiendas para comprar.
Todas encontraron indumentaria ajustada a sus gustos y necesidades, incluso para adquirir dos cambios utilizados en un mismo día (AM5). Es preciso acotar que estas mujeres no consumen de manera compulsiva y/o inútil, no tienen un patrón de compras de este tipo porque sus recursos económicos no se los permiten, pero con lo que tienen
logran manejar elementos de la apariencia como la indumentaria y crear fachadas personales que les resultan satisfactorias, siguiendo incluso las tendencias del mercado. Al extremo perciben que en la actualidad hay más recursos para manejar su indumentaria que en épocas juveniles, con lo cual se niega lo expuesto por De Lima [14] sobre los problemas de oferta para lograr fachadas deseables:
AM1.- Yo uso el color según la moda del año (…) yo sigo las tendencias de cada año. AM2.- Me compré un vestido muy elegante, azul marino, estampado así como mínimos destellitos plateados brillantes.
AM3.- Me mandé a hacer un conjuntico a una señora que siempre me cose la ropa, y me lo hizo a mi gusto, pues sí, como yo lo quería.
AM4.- Yo no tengo problema, no tengo tanta dificultad de comprar mis cosas como cuando era muchacha.
AM5.- La ropa es fácil de conseguir por un lado, porque la ropa está hecha, y porque hay de todo para escoger.
Del conjunto de relatos de desprende que en sus épocas juveniles el mercado interno venezolano era mucho más pequeño, y las opciones de compra por tanto reducidas en comercios y en productos. En la actualidad encuentran un extenso mercado nacional e incluso opciones internacionales que les permiten escoger en precios y estilos. Ninguna reportó problemas relacionados con la edad para seleccionar indumentaria. Como en el trabajo de Matamoros, [6] el vestir en estas adultas mayores es un medio que orienta su interacción, facilitando el encuentro cara a cara. Una vez más aparecen los verbos sentir y ver:
AM2.- Yo me arreglo bien para sentirme y verme bien yo misma, y para que me vean bien, y se sientan bien conmigo (…) y para que vean que no he perdido, sí, la coquetería. AM4.- Arreglarme para sentirme bien, ah, y también, para que los demás se sientan bien conmigo, y para que no digan.
AM5.- Uno se arregla siempre por dos cosas, para verme bien y sentirme bien conmigo misma, y para que los demás me vean bien arreglada, pero más para mí misma.
Los cambios en el manejo de este elemento de la apariencia se dan en función de otros factores, pero no de la oferta de mercado; estos factores se relacionan con cambios corporales y aspectos socioculturales. El sobrepeso y el duelo se hicieron presentes, pero en particular destaca el concepto de edad por sí mismo, asociado a la vejez.
El duelo tuvo, en el caso de AM3, una repercusión tal que alteró el manejo de todos los elementos de la apariencia abordados en este estudio. Al respecto de la indumentaria: “Desde la muerte de mi esposo, yo todo lo que compro es en colores serios”, “No quiero ponerme ahora nada de ropa de color, sino todo serio, me gusta usar el color blanco, beige, marrón, azul marino o gris” [El esposo falleció en el año 2003]. En otro caso la alteración fue definitiva pero muy parcial: “Desde que se murió mi hijo, yo más nunca me puse una ropa o un vestido rojo así como antes que yo me vestía de rojo” (AM1). Por el contrario, AM4, con una personalidad que ─como ya se dijo─ pone límites a la presión del entorno y la maneja en su beneficio; al hablar de la pérdida de uno de sus hijos afirmó: “Eso me afectó un poco en mi apariencia, pero no es que haya dejado de pintarme, ni de vestirme, ni nada de eso; no”.
Lo anterior evidencia, una vez más, que aspectos sociales, culturales y psicológicos funcionan como filtros entre el estereotipo y su asunción, o no, por la persona que es expuesta a la acción de los mismos.
El cambio en la silueta, específicamente el sobrepeso, fue un factor que introdujo cambios, aunque no radicales como los que ocasionó el duelo. La maternidad y enfermedades se relacionan con el aumento de peso:
AM2.- Después que uno tiene sus hijos, uno va perdiendo un poco la contextura delgada, (…) tengo años con una ropa ahí guardada (…) porque rebajo y engordo un poco. Sin embargo, la misma adulta mayor afirma: “Siempre encuentro para mí, [ropa] y en las tienden venden ropa en tallas distintas”.
AM4.- Uno engorda después que pare a todos los hijos y quizás también es por la edad, porque uno cambia.
AM5.- Luego cuando una pare, una se descuida un poco, esa barriga se va estirando (…) a veces me siento un poco incómoda, porque a veces uno tiene un barrigón, y la ropa no le queda buena. Pero: “sí hallo la ropa, porque sí hay la talla, en esas tiendas que dicen que son para gorditas, sí”.
En estas mujeres, entonces, la oferta del mercado─bien para adquirir la ropa hecha o para comprar los materiales y mandarla a ha─cerelimina el problema poten cial del acceso a la indumentaria. Pareciera haber un ajuste casi total a la nueva silueta, ajuste que fue gradual, como lo fue el aumento de peso.
Finalmente, la díada edad-vejez es una interesante pareja de palabras que se mostró con un fuerte peso para decidir la estructuración del elemento indumentaria. En este sentido, coincidimos con Berriel y Pérez [10] en que hay un entorno poco habilitante para la expresión del deseo. ¿Qué permite apoyar esta afirmación?: la idea de que hay que vestirse según la edad:
AM1
— Uso ropa normal y de acuerdo a mi edad.
— Ya la edad no es la misma como cuando era más joven, ya no uso esos colores así llamativos, ni cosas exóticas ya, ni escotes ni nada de eso, claro, y ahora uso colores más sencillos.
AM3
— Uno tiene que usar cosas que estén acorde con su edad.
— No me gustaría volver a usar esos colores que eran más vivos y que utilizaba más joven, porque son muy juveniles para la edad de uno.
— A mí siempre me gusta así de cuellito, nunca me gusta solo o de escote para mí, no.
AM5
— Hay que vestirse de acuerdo a la edad, porque uno ya está viejo, pero con colores alegres.
— Me compro lo que está de moda pero de acuerdo a mi edad, porque el estilo de chamita no puede usarlo uno, y escotado tampoco, porque es de acuerdo a su edad.
El vestirse según la edad se asocia al hecho de prescindir de diseños y estilos que muestren ampliamente el cuerpo─como los escotes pronunciados y los hombros al descubierto─, así como al uso de una gama cromática que pierde intensidad tonal y se decanta por los colores claros. Esto se relaciona con la exclusión de la imagen erótica y fértil de la mujer. [4] Rompen esta tendencia AM4, quien desde joven optó por gamas cromáticas de tonos pastel, y AM2; quien haciendo resistencia a la presión del entorno afirmó utilizar “Los mismos colores que usaba de muchacha” porque “unos colores así tristes pues, hace ver a uno más viejo (…) siempre elijo colores así, que transmiten alegría”.
La edad per se, entonces, se revela como un elemento que impone nuevos límites al manejo de los componentes de la apariencia, pero aún con estos límites pareciera haber un ajuste que resulta satisfactorio para estas adultas mayores; para quienes ahora la indumentaria es un vehículo de interacción social no asociado al cortejo, la seducción, la competencia laboral u objetivos similares; enfatizándose más bien el objetivo general de un arreglo personal válido para su entorno familiar y comunitario:
AM1.- Si me invitan a una fiesta, o una reunión allí, sí cambio, sí tengo que ponerme más arreglada; a mí me invitan para todas partes, que si al ateneo, para el cine, (…) yo tengo que ir con los demás bien arreglada.
AM2.- Y todavía de adulta mayor, también yo salgo para donde sea, y voy bien arreglada. AM3.- Porque así sea uno sencillo, sí creo que es importante, quererse uno mismo y arreglarse en cualquier etapa de la vida.
AM4.- Yo me siento bella como estoy gordita, es importante mantenerse uno arreglado y presentable, en todas las etapas de la vida.
AM5.- Ya no ando buscando novio a esta edad (risas), pero sí la opinión de mi esposo (risas), y no me he descuidado, sigo con mi apariencia arreglada.
Vuelve, por último, a verse la red que surge entre mujeres para construir la fachada personal más deseable, el intercambio de opiniones y la ayuda mutua. La adulta mayor no queda sola al seleccionar su indumentaria, recibiendo apoyo de las mujeres de su entorno:
AM2.- Porque a la yerna [sic] que viaja para Panamá, le encargué unos vestidos y me los trajo bien lindos, sí me trajo varios, y yo escogí los que me gustaron.
AM3.- Mis hijas me llevan, o la mujer de mi hijo (…) entonces a veces, una de ellas me lleva por ahí a comprar mis cosas.
AM5.- Todas esas tiendas me las recorro con mi nieta.
Una vez abordados dos componentes de la apariencia: cabello e indumentaria, avanzamos la idea de que estamos ante una “economía del cuerpo”, es decir, mujeres que perciben ya no pueden manejar su cuerpo como en otras etapas de su vida pues los objetivos de esas etapas (cortejo, maternidad, laborales, ampliación del entorno social, por ejemplo) han sido cumplidos o rebasados con el avance en la edad; y ello comporta ajustar la cabellera e indumentaria a un cuerpo que se administra socialmente con criterio de “ahorro”, ya que se le muestra menos y se estimula menos visualmente al entorno al optar por una cabellera que tiende a ser corta y por colores fríos en la indumentaria. El tinte de cabello no tiene otro objetivo más que optimizar la construcción de la fachada personal. Disociado de la cabellera larga, abundante y sin canas de la juventud; el color del cabello pierde su sentido de atractivo en general y cortejo-fertilidad en particular.
Indiscutiblemente, estas mujeres están respondiendo a una nueva construcción social de sus cuerpos, administrando un nuevo lenguaje corporal donde asoman los estereotipos negativos y el riesgo de la exclusión, ante lo cual ellas han logrado hacer ajustes que les han resultado satisfactorios.
4.3. Categoría apariencia. Sub-categoría calzado
Al igual que con la indumentaria, la oferta referida al calzado resulta suficiente en estas adultas mayores para seleccionarlo a su gusto:
AM2.- [Zapatos] Fue fácil conseguirlos.
AM3.- Conseguí y me compré fácilmente las sandalias. AM5.- Fue fácil encontrar las sandalias doradas.
Sin embargo, aparece un nuevo escenario de orden biológico que restringe las opciones sobre el calzado, y es la osteoporosis. Esta condición impone el uso de calzado antiresbalante y de tacón bajo. Las mujeres afectadas por la osteoporosis expresaron caminar con mayor seguridad y comodidad con ese tipo de calzado.
Las adultas mayores, sin embargo, no manifestaron conflicto por esta limitante, se advierte un proceso de ajuste a su condición:
AM1.- No puedo hacer movimientos bruscos, tengo que tener más cuidado al caminar. AM3.- Y uno se puede caer, si uno tiene que andar con cuidado.
AM4.- Es una enfermedad [la osteoporosis] con la que tengo que aprender a vivir.
La abundante oferta que ellas dicen encontrar en el mercado les permite seleccionar
─dentro del rango del calzado de tacón bajo y antiresbalante─ modelos que cubren sus exigencias de combinación con la indumentaria, ya que el calzado, para efectos de su manejo, siempre queda supeditado a las características de la indumentaria (colores, brillos, etc.); es un complemento de ésta. Al extremo, algunas expresaron utilizar tacones altos en ocasiones muy especiales.
Se puede afirmar, respecto del calzado, que la salud es un factor definitivo generador de limitaciones en su uso y selección, prevaleciendo como elemento demarcador la osteoporosis y, muy de lejos, las afecciones venosas.
4.4. Categoría apariencia. Sub-categoría maquillaje y cuidado de la piel
Sólo una de las mujeres entrevistadas no utiliza maquillaje, y ello por razones de salud (AM3). El maquillaje y el cuidado de la piel que se le asocia se presentan como elementos de variada utilidad al momento de manejar la apariencia. Por una parte es un simulador de salud: se trata de no lucir pálida, y la piel en general debe verse limpia, higiénica, aseada. La palidez viene a ser, retomando el marco teórico, un elemento inhibidor de la interacción, quizás por asociarse en el imaginario del colectivo a la pérdida de vigor, a la enfermedad y la muerte. La palidez es una señal negativa que debe disimularse hasta en un cadáver, con lo cual también adquiere un valor social:
AM1.- Uno va bien vestido a todos lados, y bien limpio, y lo tratan bien.
AM2.- Y para no lucir pálida usé y uso todo esto [rubor, compacto, base facial, lápiz labial, sombras, rimmel].
AM4.- Y cuando me muera, me tienen que maquillar, tienen que ponerme bien bonita, porque yo muerta, con esa urna allí, descolorida, toda pálida, ¡ay, salen corriendo!
A las adultas mayores les preocupa y ocupa el estado general de la piel de todo el cuerpo. El uso de cremas es generalizado. La piel, en particular de las manos, es un vehículo de contacto inmediato al socializar, y en función de ello se muestra sumo interés en que se vea y se sienta suave, limpia, agradable. A lo anterior se le suma la deshidratación de la piel asociada a enfermedades específicas, como la diabetes, lo cual impone un mayor cuidado:
AM1.- Con la cosa de la diabetes, a veces se me reseca la piel y entonces el médico me manda a que me eche esa crema hidratante.
AM2.- Utilicé cremas hidratantes para sentir la piel más suave, por si me tocaban.
- Me echo crema hidratante para los brazos y las piernas.
AM3.- Lo único que sí uso son cremitas hidratantes para el cuerpo.
AM4.- Toda la vida me echaba mi desodorante, colonia y mi hidratante, porque siempre tenemos que estar sanas, limpias.
El maquillaje complementa ─como el calzado─ a la indumentaria, pero es más importante su papel porque define el rostro, que es foco de la interacción social. Al maquillarse la adulta mayor busca generar una imagen integrada y armónica entre su indumentaria y su rostro; con ello logra una autoimagen favorable y recibe aprobación de su entorno:
AM1.- Ella [una hija] dice los colores con que nos van a pintar para que combinaran [los colores del maquillaje] con lo que íbamos a vestir.
AM2.- Y sombras de color azul, que combinaran con el vestido.
- Y a los hijos míos también les gusta cuando yo me arreglo, sí, eso es bueno, ajá, sí, y a mí me gusta también [maquillarse], claro, sí, y que me digan cosas bien bonitas.
Nuevamente la presencia de redes familiares femeninas se hace sentir, al convertirse el proceso de la decoración facial en un trabajo que se comparte, un tema individual con participación variada de las mujeres del entorno familiar:
AM1.- Fuimos las tres [abuela, hija y nieta] para el salón de belleza a que nos maquillaran.
AM3.- Una hija mía me hizo todo eso [las uñas].
AM4.- Ella [la nuera] vende productos y me regala cremas, me regala compacto, me regala lápiz labiales [sic] para maquillarme.
AM5.- Una hija mía me limó un poco las uñas (…) y me las pintó.
Adicionalmente, se detectaron en estas mujeres otros motivos de preocupación a nivel del rostro, como el vello facial, las verrugas y la pérdida de piezas dentales; configurando un escenario más complejo que la común estereotipia que reduce la visual del rostro a la cabellera. La adulta mayor no siempre tiene los recursos económicos para afrontar las cirugías, implantes y otros procedimientos que resuelven algunos de estos problemas. Se centra, entonces, en trabajar rostro y piel utilizando lo que está al alcance de su poder adquisitivo para lograr los mejores encuentros cara a cara.
Por último, llamó la atención encontrar a tres de estas adultas mayores (AM1, AM4 y AM5), que manifestaron problemas para el uso de accesorios de joyería, en función de la inseguridad personal. En general, se prescinde de las joyas en metales preciosos y se opta por la bisutería. Accesorios de valor, como anillos de graduación y joyas de familia, quedan a buen resguardo y estas mujeres se han acostumbrado y están completamente adaptadas al uso de joyería de fantasía, misma que además les ofrece la posibilidad de combinar en estilos y colores con la indumentaria.
Los análisis realizados recrearon escenarios de distintas mujeres, todas haciendo un empleo intencional de la indumentaria, calzado, arreglo del cabello y rostro, y cuidado de la piel; con el objetivo de lograr fachadas personales socialmente aceptables en una ocasión especial: la fiesta de navidad en su entorno familiar.
Todas tuvieron el mayor cuidado para entrar en escena y representar la línea correcta. Las variaciones obedecieron a factores de personalidad y cultura; pero teniendo siempre la preocupación por lograr una fachada personal coherente, que precisara el estatus de adulta mayor, al arreglarse para salir a escena según la edad.
Consideraciones finales
En el manejo de la apariencia para el logro de fachadas personales satisfactorias en estas mujeres intervienen una variedad de elementos y se observa un escenario muy complejo, que deja por atrás las generalizaciones sobre el peso definitivo de los estereotipos negativos y sus efectos adversos sobre la vida social del adulto mayor, así como la generalización de que se impone una oferta discriminatoria y restrictiva de productos para el manejo de la fachada personal.
Elementos tanto corporales como psicosociales y socioculturales se combinaron en estas mujeres para definir el manejo de su fachada personal a partir de componentes de la apariencia. Se encontraron varios de los mencionados en diversas investigaciones que nutrieron el marco teórico, como los cambios de estatus, la enfermedad y la presión del entorno social; pero también se dejaron ver otros que resultaron inéditos, como el duelo y los conceptos asociados al aseo personal.
La indumentaria es el principal elemento de la apariencia y el centro a partir del cual se construye la fachada personal. En este sentido hay una coincidencia con el estudio de Matamoros, [6] ya que en estas mujeres el vestir es un medio de orientación para la interacción. En torno a la indumentaria giran el cuidado del cabello y el maquillaje adecuado. El resto de los componentes son de orden secundario. Vestimenta y rostro concentran la atención.
El arreglo personal no es un acto en solitario; es un quehacer social que depende de la participación de varias mujeres de diferentes edades del núcleo familiar, donde hay un intercambio de opiniones y ayuda mutua y se aconsejan unas a otras; siendo la anciana la mujer-receptora de los beneficios de este trabajo grupal. Puede hablarse de un juego femenino en torno al arreglo personal, donde la construcción y/o manejo de la fachada personal y apariencia no es tan individual como dejan ver ciertas lecturas del marco teórico; en este grupo de adultas mayores se observa el arreglarse como un hecho social familiar que les importa, y se comparte con el grupo de mujeres de la casa para generar estas fachadas y jugar con esa apariencia por lo menos en los momentos de cierta relevancia, como lo fueron en este caso la celebraciones navideñas.
La edad implica esfuerzos adicionales para lograr una apariencia satisfactoria, al aparecer componentes corporales que inhiben la interacción social por ser desacreditadores, y que requieren atención e inversión: enfermedades, cambios de peso, arrugas, encanecimiento, entre otros. Pero también hay dificultades u obstáculos en otros planos, como el cultural y el psicosocial. La viudez, el duelo y el temor al rechazo por ser anciano se encuentran entre ellos. La mujer supera y controla todos estos elementos para lograr una fachada personal que “habla”. Y ¿qué nos dicen estas fachadas? Contrarrestando los estereotipos negativos, la preocupación principal es demostrar salud, bienestar físico; después una presencia agradable y, en sus palabras, acorde a la edad.
Por encima de las dificultades, la adulta mayor logra una apariencia satisfactoria pero instalada en lo que en este trabajo se denominó “economía del cuerpo”, ya que se prescinde de mostrar ciertas partes del mismo, se estimula menos visualmente al entorno al utilizar gamas cromáticas frías, cabelleras más bien cortas, zapatos que no elevan la estatura, entre otros aspectos. Si los cambios biológicos van generando un nuevo cuerpo, también el medio social va configurando un nuevo cuerpo, y este debe operar para efectos de la apariencia sobre la base de restricciones que no tuvo en edades anteriores. Lo biológico y lo social se integran en una estructura que funciona con un sentido de “ahorro”, ya que el cuerpo se muestra, pero bajo un horizonte donde la adulta mayor tiene en claro que hay nuevos límites, nuevos márgenes de acción.
Sin embargo, las ancianas logran ajustarse a los cambios biológicos y sociales en torno a sus cuerpos. Los elementos problemáticos que ellas indican en torno a la construcción de su fachada personal (canas, sobre peso, arrugas, etc.) logran ser manejados con resultados a su favor, y esto lo asocian favorablemente con las opciones que expresan tener para manejar los componentes de la apariencia. En este sentido se coincide, con Colina y Medina, [18] en que la actitud de estas mujeres les lleva a darle valor a lo que poseen más allá de lo que pueda determinar la sociedad como imagen ideal. También hay un encuentro con lo reportado por Fernández y Reyes: [20] en buena medida, estas adultas mayores utilizan su propia realidad y vivencias, sus valores socio culturales, para representar su vejez y actuar en consecuencia para su beneficio.
Los elementos que permiten manejar la apariencia no son, en los casos estudiados, una variedad de indumentaria de altos precios o recursos cosméticos costosos y/o invasivos. Recordemos que estas mujeres no provienen de estratos socioeconómicos elevados. Con todo, es generalizada la indicación de que el mercado tiene una oferta suficiente y al alcance de sus presupuestos (vestidos, cremas, labiales, rubores,
desodorantes, perfumes, talcos…), cuyo uso logra lo mismo que León [9] encontró en mujeres que sí recurrieron a la cirugía plástica: mejorar el aspecto físico y la autoimagen, traduciéndose en una mayor seguridad al interactuar.
Se logra advertir una tensión en las adultas mayores para combatir las imágenes negativas sobre la vejez. El concepto de estigma, [17] de alguna forma, se deja ver, sin llegar al punto de la exclusión pero sí asomando la idea del rechazo. La mujer anciana, con el manejo de su apariencia, minimiza aquello que la desvaloriza y se mantiene en el rango de “normalidad” en el contexto de su edad. En este sentido hay una total coincidencia con Goffman en su obra “La Presentación de la Persona en la Vida Cotidiana”, ya que estas mujeres actúan de manera intencional, con todos los recursos a su alcance para controlar la impresión que los otros se forman de ellas, habiendo una preocupación expresada en que hay que manejar los componentes de la apariencia para verse bien tanto para sí misma como para los otros (auto imagen). A fin de lograr lo anterior es preciso disimular los déficits, recibiendo así la aceptación del medio social lo cual conlleva a sentirse bien (auto estima).
Por último, sí se advierte la presión del medio social y del entorno familiar para cuidar la apariencia del rostro y cuerpo, pero no hubo expresiones de añoranza sobre la apariencia juvenil, sino otras asociadas a un ajuste a la edad en función de sus propios valores socio culturales. En este sentido, el duelo es un claro ejemplo de cómo un valor social y cultural puede alterar de manera definitiva el manejo de la apariencia.
Pero recordemos que este estudio se hizo en un escenario muy concreto: el familiar y en una fecha especial, siendo posible que la perspectiva de exclusión sea más visible cuando la adulta mayor interaccione en escenarios ajenos al entorno familiar. Esta posibilidad hace necesario que a futuro se ejecuten investigaciones similares pero en espacios y con actores sociales diferentes, para ver cómo se expresaría entonces la estereotipia hacia la vejez y cómo la adulta mayor manejaría su línea de actuación.
No parece ser tan simple como sumar estereotipos negativos, estigmas y rechazo social. Todo indica que, como en el estudio de Wilkis [19] los escenarios son más complejos, los distintos actores se necesitan independientemente del hecho de que unos tengan mayor estatus; y deben verse con mayor cuidado los espacios donde interacciona el adulto mayor, las opciones para el manejo de su fachada personal y, en especial, detenerse en el estudio de cómo logra ajustarse en los distintos escenarios a la exigencia de esa nueva construcción social de sus cuerpos y la administración de un nuevo lenguaje corporal .
Referencias
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http://www.cienciared.com.ar/ra/revista.php?wid=3&articulo=393&tipo=A&eid=4&sid
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