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Narración, identidad y
nación iraníes en la
República Islámica de Irán
Alejandra González Guerrero *
Resumen
L
a identidad iraní se compone de diversos factores. La mayoría
de los autores coinciden en cuatro: territorio, lengua, religión
e historia. Como la idea de nación cambia y se adapta a los con-
textos, cada régimen exalta las características que más se acercan a
su ideología. En la República Islámica, la religión se ha convertido
en la más importante, pues esta se legitima al asegurar que solo
su gobierno puede lograr que los asuntos terrenales estén en con-
cordancia con la revelación; pero aún en el régimen, los discursos
evolucionan y cada presidente ha tenido aproximaciones distintas
a la idea de nación. La narración ocial de la nación tambn se
va adaptando a los contextos y a las personas en el poder. La na-
rración se difunde en diversos medios de comunicación, museos
blicos, libros, discursos políticos y prácticamente cualquier es-
pacio de comunicación ocial. Por ello, el Estado se asume con
el monopolio de la narración, pues, además, ayuda a delinear la
idea de nación que se pretende desde el poder. Esto es porque la
interpretación de la idea de nación es fundamental para dar a Irán
el lugar que creen debe tener no solo en el mundo ni frente a otras
naciones, sino para explicar y explicarse qué es Irán.
*
Estudiante de doctorado en Ciencias Políticas con orientación en Ciencia Políti-
ca, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autó-
noma de México y Maestra en Estudios de Asia y África con especialidad en Medio
Oriente en El Colegio de México. Contacto: aleglgr@gmail.com
ORCID: https://or-
cid.org/0000-0002-4293-6152
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/ Alejandra Gonlez Guerrero
M
Palabras clave
Nación, identidad, narración, Irán, República Islámica.
Fecha de recepción: Fecha de aceptacion:
marzo de 2021 junio de 2021
Iranian Narration, Identity and Nation in the Islamic
Republic of Iran
Keywords
Nation, Identity, Narration, Iran, Islamic Republic.
Abstract:
Many factors comprise Iranian identity. Most of the authors agree on
four: territory, language, religion, and history. As the idea of the na-
tion changes and adapts to the contexts, each regime exalts the charac-
teristics that most closely match its ideology. In the Islamic Republic,
religion has become the most important since it is legitimized by en-
suring that only its government can make earthly aairs by revelation.
However, the governmental speeches evolve, and each president has
had dierent approaches to the idea of Nation. e ocial narrative
of the Nation is also adapting to the contexts and the people in power.
e narration disseminates through various media, public museums,
books, political speeches, and practically any ocial communication
space. at is why the State assumes a monopoly of narratives because
it traces an idea of Nation according to the government’s intention.
e latter, because the notion of Nation is critical to give Iran the place
in which they believe it should have, not only in the world or in front
of other nations but to explain what Iran is.
Introducción
Es imposible determinar las razones absolutas e inamovibles por
las que se logra la cohesión en torno a la identidad iraní. Sin em-
bargo, la literatura coincide en cuatro elementos: historia, lengua,
territorio y religión. La justicación política del régimen en turno
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siempre ha estado relacionado con uno o varios de estos elemen-
tos y la exaltación de alguno sobre el resto ha sido una constante
en los discursos del régimen y/o de las personas en el poder.
La República Islámica de Irán (
RII) suele poner la religión
como prioridad en la identidad, pues en ella basa su ideología,
en parte porque: “Mientras que el mismo Cristo arma que solo
le preocupa el espíritu y no le interesan los asuntos físicos, ni el
gobierno, ni la política; el Islam exige el gregarismo y la alianza,
y se ocupa de todos los asuntos sociales humanos sin excepción
(Tabatabai, 2016, p. 210).
El Islam se ocupa de la vida espiritual y regula cómo las per-
sonas musulmanas se desarrollan en la vida mundana. Basado en
esta armación, el gobierno de la
RII trata de justicarse a sí mis-
mo mediante la regulación de los asuntos terrenales para lograr la
concordancia con las pretensiones religiosas.
La política se ha convertido en una de las mayores preocu-
paciones de muchas sociedades musulmanas, pues: “Es amplia-
mente declarado y creído tanto por musulmanes cuanto por no
musulmanes que el Islam y la política están estrecha e inevitable-
mente entrelazados sino es que son inseparables en prácticamente
todos los ámbitos y que esto ha sido cierto desde el surgimiento
del Islam hasta el presente” (Keddie,1995, p. 220).
El profeta fue líder religioso y líder político de su comunidad.
Gran parte de su revelación se enfoca en la acción política, cómo
gobernar y cómo asumir un buen gobierno o combatir uno malo.
Bajo esta premisa, la RII ha pretendido gobernar y legitimarse en
el poder, pues hacen una interpretación política de la revelación
para justicar que el gobierno apropiado para Irán es islámico e
iraní, pues cumplen con dos principios muy importantes desde
la conversión, cuando “los iraníes se volvieron musulmanes, pero
permanecieron iraníes” (Meskoob, 2015, p. 43).
Entonces, el régimen de la
RIIdesde el nombre— es islá-
mico y es iraní. En teoría, abarca la mitad de las características
mencionadas, pero hablar aisladamente de estas cuatro resultaría
infructuoso, ya que ninguna identidad puede basarse en una fór-
mula, ni permanece sobre las únicas bases que la teoría ha señala-
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do. Por estas razones, para descifrar lo que en Irán se ha entendi-
do como Nación, primero deben abordarse los argumentos que se
han construido para justicar a la nación iraní.
Iranidad
La justicación que se da para la existencia de la nación es fun-
damental para poder imaginar a una nación, aunque se sabe que
no es del todo real, ni precisa. A pesar de la articialidad de esto,
Nikkie Keddie (1995) apunta que:
En relación con el Medio Oriente, se puede decir que el nacio-
nalismo iraní fue el menos ‘articial’ de todos los nacionalismos
del Medio Oriente, ya que se remonta a los grandes imperios
preislámicos iraníes, principalmente a través de la versn es-
crita de la epopeya persa, el Shahnameh, que fue ampliamente
conocido y recitado por analfabetos (p. 61-62).
Por lo tanto, la idea de Irán como una nación milenaria se
basa, como casi todas, en tiempos inmemoriales y se apoya en los
vestigios arqueológicos que, como se abunda más adelante, hacen
creer que ha habido una constante en la identidad. La narración
iraní se ha encargado de reproducir una historia continua, por lo
menos desde los aquenidas hasta hoy, es decir, “el objetivo de
la intelectualidad iraní era restaurar el ‘pasado glorioso de Irán’
imaginado, supuestamente denigrado después de siglos de domi-
nación árabe-islámica, y reunir a un país imaginado, que nunca
había existido” (Mohammadpour & Soleimani, 2020, p. 3). La
narración de la nación iraní imaginó una comunidad que nunca
ha existido y en la actualidad continúa la pretensión de imaginar
que esta comunidad es homogénea y cohesionada a los principios
ociales.
Estos principios, como en casi todas las naciones del mundo,
se relacionan con la adherencia a la tierra, puesto que no es casual
nacer en ese lugar, ya que este hecho se justica por medio de al-
gún linaje o signicado social y personal. Esto es, “La tierra natal
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en el sentido de residencia de una vida verdadera y una existencia
espiritual, no se trata de este u otro territorio porque la tierra en
sí también se convierte en poseída por verdad y calidad en su rela-
ción con el cielo” (Meskoob, 2015, p. 43).
El lugar de nacimiento y residencia es importante para cada
persona porque cuenta parte de su historia y, si es el caso, también
de la historia familiar, entonces deja de ser solo un sitio, para con-
vertirse en un lugar cargado de Historia, historias, emociones e
ideas. Las personas que lo habitan se relacionan con él y con el res-
to de los residentes. Además, pueden convertirse en comunidad.
Irán, por supuesto, no es la excepción a esta dinámica y, ayu-
dada por la narración nacional, exalta la adherencia a una tierra
milenaria con historia antigua y que desde tiempos inmemoriales
ha sido trascendente para la historia mundial, con grandes mo-
mentos y personajes que son parte de la memoria colectiva en
gran parte del mundo.
Algo similar ocurre con la lengua persa que, a pesar de que no
es homogénea para toda la población, es un símbolo del nacio-
nalismo ocial, cuyo uso está expandido en la región, pues tiene
enorme inuencia en las lenguas de los lugares conquistados por
los otrora grandes imperios que se originaron en lo que ahora es
Irán. Además, es importante mencionar su relación con la reli-
gn, pues, entre otras razones, “la aceptación del persa como se-
gunda lengua del Islam, le trajo cierto grado de santidad” (Banua-
zizi, 2015, p. 11). La lengua persa se ha relacionado con la religión
y la llamada “alta cultura” en el Medio Oriente desde que el Islam
llegó a estas tierras.
La relign tiene gran importancia en Irán, no solo política,
sino social. La mayoría de la población practica el shiísmo duo-
decimano, pero hay otros credos enaltecidos por la narración por
haber estado presentes desde los tiempos inmemoriales y que los
discursos presumen aceptados. Entre estos credos se pueden men-
cionar al zoroastrismo, al judaísmo y al cristianismo, los cuales
están reconocidos en la actual Constitución iraní —existen tam-
bién otras minorías religiosas no reconocidas por el Estado islá-
mico, como los musulmanes suníes—. Sin embargo, las políticas
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y la realidad exaltan la preponderancia de la relign mayoritaria,
en especial en la
RII, ya que “las formas modernas de avivamiento
o ‘islamismo’ arman que el mensaje original, en su sentido puro,
es recuperable” (Soleimani, 2017, p. 2).
Como ya se mencio, el régimen asume y presume hablar en
nombre del verdadero Islam, ir a las fuentes y traerlo al presente;
por ello es que “como aclaró Jomeini, se trataba de leyes divinas
que no podían alterarse y a las que todo el mundo estaba sujeto
[] Jomeini parecía estar sugiriendo que la ley islámica protegía a
las personas de un gobierno arbitrario” (Ansari, 2012, p. 196). La
RII se ha apropiado de la relign mayoritaria y ha impuesto su
interpretación del ideal de la cotidianidad para toda la población.
Religión y Religiosidad Ocial en la República Islámica
La fusión entre la relign y la
RII comenzó desde la Revolución,
pues esta se usó como bandera para contrarrestar las políticas que
se interpretaron como antireligiosas de Pahlavi; ades de que el
líder de la revolución era un religioso que supo usar su posición y
aunque Jomeini no armó ser el último imán que regresó como
Mahdi, a quien esperan los shiíes duodecimanos, su llamamiento
tuvo un efecto mesiánico y algunos seguidores pensaban en él en
términos mesiánicos” (Keddie, 1995, p. 169).
Por otro lado, inspirado por el “[] matrimonio del Islam shií
y el método marxista que Shariati trató de promover [y que] re-
sultó ser una mezcla ideológica muy potente para una generación
de jóvenes iraníes cada vez más educados y ansiosos por adherirse
a una ideología que parecía moderna pero arraigada tradicional-
mente” (Ansari, 2012, p. 189).
Jomeini cruzó los principales intereses de las personas ante la
inminente presencia del capitalismo y el imperialismo occidental
en Irán, con las enseñanzas religiosas. En otras palabras, justicó
el rechazo a las políticas de Pahlavi mediante interpretaciones de la
revelación y otras fuentes islámicas. Este rechazo se debía a que, se-
gún Jomeini (2002), “el único gobierno que la razón acepta como
legítimo y acoge libre y felizmente es el gobierno de Dios” (p. 170),
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mientras que el régimen Pahlavi, aunque no renegó de la religión,
fue muy laxo e incluso contrario a los principios islámicos.
En respuesta a ello, por un lado, exaltaron el rechazo a la
monarquía, puesto que “el Islam, entonces, no reconoce la mo-
narquía. La herencia o sucesión no tienen lugar en el Islam” (Jo-
meini, 2002, p. 31) y, por el otro, impulsaron la radicalización de
los grupos conservadores que deseaban un régimen religioso o,
al menos, guiado por los principios islámicos. En palabras de Jo-
meini (2002), “No decimos que el gobierno deba estar en manos
del faqih [jurisconsulto]; más bien decimos que el gobierno debe
funcionar de acuerdo con la ley de Dios, por el bienestar del país
y del pueblo exige esto, y no es factible excepto con la supervisión
de los líderes religiosos” (p. 170)
Esto signica que, como sería completamente irracional ir en
contra de los designios de Dios, justicó la Revolución y la poste-
rior República Islámica por la necesidad de que las leyes munda-
nas se basaran en las religiosas para así lograr la armonía y bienes-
tar del país, y de la población, es decir, el orden divino.
Bajo este mismo principio, “el Estado-nación moderno se con-
vierte en la medida de releer la historia musulmana del gobierno
(Soleimani, 2017, p. 2); el gobierno es quien escribe su Historia y
adapta la narración a las necesidades e intenciones del momento
o de los líderes en turno. Entonces, “el Estado-nación moderno
gestiona, repiensa, redene e incorpora o descarta selectivamente
aspectos de la religión constantemente” (Soleimani, 2017, p. 4), el
régimen de la
RII se asume con el monopolio de la interpretación
de la revelación islámica y se ha apropiado de los medios para la
difusión de su versión de la religión como única válida.
Este pretendido monopolio también está en las formas de en-
tender el nacionalismo y sus aproximaciones a él, pues al inicio
de la República, Jomeini rechazó y repudió el nacionalismo por-
que iba en contra de la unidad islámica, y la pretendida ummah
[comunidad musulamana], pero poco tiempo después —en es-
pecial durante la guerra contra Iraq (1980-1988)— entendió su
importancia y lo adaptó a la nueva ideología. Por lo que, aunque
ideológicamente, el nacionalismo iraní parecería contradecir la
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plataforma de la Reblica Islámica, el régimen posrevoluciona-
rio también debió tener en cuenta los intereses nacionales de Irán
al congurar su política” (Zimmt, 2017, p. 136).
La
RII no adoptó, ni reprodujo el nacionalismo como se venía
desarrollando desde los Qayar, sino que seleccionó lo que se acomo-
daba a sus deseos e intereses, y lo adaptó a sus discursos. Entonces,
a pesar de que “Jomeini era especialmente cauteloso con el naciona-
lismo en el período inmediatamente posterior a la victoria de la re-
volución porque el tipo particular de nacionalismo que había adop-
tado el Sha era, en muchas formas, contradictorio a la ideología de
la revolución y porque el período posrevolucionario exigió una rup-
tura decisiva con el régimen anterior” (Samuel, 2017, p. 258).
La
RII adoptó el nacionalismo como fuerza para impulsar la
cohesión necesaria para sobrevivir a una revolución y una guerra,
ya que “los líderes de la República Islámica de Irán encontraron el
nacionalismo no solo útil, sino atractivo” (Ansari, 2012, p. 232),
los líderes entendieron que el nacionalismo no era únicamente
lo que los Pahlavi habían planteado, sino una forma de unirse y
exaltar la identidad iraní, sin que esto signicara el rechazo a la
identidad islámica. La República Islámica logró tejer la relign
islámica con el nacionalismo iraní y, hasta el presente, este tejido
sigue siendo una relación exitosa en Irán.
Uno de los primeros grandes hitos en el devenir de la idea de
iranidad fue la conversión religiosa, pues el Islam se asume como
una religión que hermana a todas las personas adscritas a ella. La
ummah se convierte en la principal comunidad de los creyentes,
ya que “el Islam se declaró como la creencia de la hermandad. Lo
principal era la fe y lo que diferenciaba era ser creyente o no, no
si era árabe, persa, turco o tayiko” (Meskoob, 2015, p. 96). Como
ya he mencionado, los iraníes se convirtieron al Islam y se volvie-
ron parte de la ummah, pero permanecieron iraníes al conservar
su historia anterior y exaltar sus aportaciones a la relign. Este
hecho tampoco es monocausal, a pesar de que se ha tratado de se-
ñalar algunas razones como únicas, por ejemplo, Meskoob (2015)
asegura que “mantuvimos una nacionalidad o, mejor dicho, nues-
tra identidad nacional, nuestra iranidad, mediante la bendición
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de la lengua, por medio de la vitalidad del persa como un refugio.
A pesar de la fragmentación política en numerosas unidades geo-
grácas y con gobiernos árabes, iraníes y túrquicos” (p. 29).
La lengua es un componente importante de la identidad ira
pero no es universal, pues no es la lengua materna de toda la po-
blación, ni la única razón para creer que existe esta identidad ni la
única justicación para mantener la idea de comunidad separada
de otros componentes de la identidad política, social y religiosa.
La lengua es uno de los principales rasgos de la identidad ira-
ní, pues es fundamental para la narración y es una herramienta,
consecuencia y razón de la persocentralidad. Todo esto se debe a
que “la lengua es el más esencial y más común medio de comu-
nicación en la vida diaria y el medio más apropiado para traer a
la existencia y dar forma a ideas, y también para describir y ex-
plicar emociones” (Meskoob, 2015, p. 37). La lengua es la forma
de comunicarnos, otorga identidad y semejanza con las personas
a nuestro alrededor, nos permite hacer comunidad y distingue a
un grupo, pues inuye en el pensamiento. Por lo tanto, “la len-
gua es el mejor, pero no el único, medio para dar forma a una
nación o gente. Artes y otros factores sociales, y culturales suelen
acompañarla” (Meskoob, 2015, p. 37). La lengua es parte del de-
sarrollo de la vida cotidiana y de los eventos extraordinarios; de
ella parten todas o casi todas las expresiones y comunicaciones.
Por ello su centralidad en las políticas de homogenización y en las
herramientas de difusión de la idea ocial de nación.
Política y nación
La
RII se ha legitimado a partir de la armación de que “la reli-
gn y los valores religiosos no se pueden imponer, solo se pueden
cultivar desde el individuo hacia arriba y, en consecuencia, “‘si
una sociedad es religiosa, su gobierno también adquirirá un tono
religioso’” (Ansari, 2012, p. 241); en consecuencia, han tratado
de demostrar que son, no solo los poseedores de la interpretación
correcta de la revelación, sino las personas correctas para guiar a la
Nación iraní y que son herederos de una larga tradición religiosa,
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y enfatizan la importancia de la Revolución en el devenir de la
Historia nacional.
El siglo XX fue convulso en Irán, pues vivieron varios movi-
mientos sociales, dos de esos levantamientos, la llamada revo-
lución constitucional de 1905-11 y la ‘Revolución Islámica’ de
1978-79 fueron grandes movimientos populares que cambiaron
la forma de gobierno y duraron más de un año. Otros dos mo-
vimientos, el movimiento de las Protestas del Tabaco de 1891-
92 y el movimiento de nacionalización del petróleo de 1951-53,
involucraron de manera similar a grandes masas de personas en
varias ciudades y resultaron en victorias al menos temporales,
en ambos casos principalmente contra empresas británicas,
pero con implicaciones más amplias (Keddie, 1995, p. 73).
Esto, sin mencionar el cambio de dinastía Qayar a Pahlavi,
pues esta fue mucho menos violenta y no involucró grandes mo-
vimientos sociales.
La
RII resalta el hecho de que se haya tratado de una revolución
en el amplio sentido de la palabra, pues cambió radicalmente el
gobierno, derrocó y exilió a los anteriores líderes, cambió política-
mente las formas del gobierno, su relación con la sociedad y hasta
mo se relaciona la sociedad con el gobierno. Por ello, “parece
haber pocas dudas de que la revolución iraní de 1978-79 fue una
revolución, principalmente política, ideológicamente y debido a
su participación civil masiva” (Keddie,1995, p. 2). La
RII se asume
portadora de los deseos y apoyo popular por conjugar la religión
mayoritaria (y asumir su monopolio), y por ser los representantes
en el poder de los deseos de los iraníes; pero también han tenido
cambios y evoluciones en el discurso, algunos como consecuencia
del contexto nacional, regional o internacional, otros por deseos
o exigencias de la población.
La evolución de la forma de aproximarse a la idea de nación se
puede identicar en los discursos y políticas de los presidentes, es-
pecialmente después del n de la guerra contra Iraq y de la muerte
de Jomeini (1989). Por ello es que
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[] era cierto que tanto Rafsanyaní cuanto Jatamí habían in-
tentado explotar sentimiento nacionalista, pero cada uno de
ellos había abordado la cuestión de manera tentativa y, a menu-
do, con una fuerte cualicación. En el caso de Jatamí, el enfo-
que fue de inclusión, con el objetivo de empoderar a las masas.
Ahmadinejad, sin embargo, pareció lanzarse sin miedo y no
solo adoptó un enfoque mucho más inequívoco, sino que buscó
vincularlo a su persona en una narrativa renovada del ‘salvador’,
que también buscó sacralizar asociándolo con la escatología shií
(Ansari, 2012, p. 280).
Cada presidente ha tenido una forma distinta de aproximarse
al nacionalismo y ha pretendido crear un vínculo con la pobla-
ción a partir de él: Rafsanyaní siguió la idea que se había explo-
rado (y explotado) durante la guerra contra Iraq; Jatamí incluyó
el pasado preislámico y buscó el diálogo de Irán con el mundo;
Ahmadineyad fue mucho más osado al usar cada uno de los ele-
mentos que se le presentaron, desde exaltar la historia nacional,
recurrir a la narración de tiempos inmemoriales, hasta usar las
confrontaciones por la crisis nuclear; Ruhaní ha sido mucho más
cauto y apostó por la reconciliación.
Sobre las posiciones de Jatamí y Ruhaní, es decir, sobre el
diálogo y reconciliación, se debe hablar con mucha cautela, pues
ha habido varios momentos en que las relaciones con potencias
internacionales han terminado en intervención y dominación
extranjera. En parte por esto, “la Revolución también fue nacio-
nalista, expresando rechazo generalizado a la dominación extran-
jera. Además, los acontecimientos posteriores, ya sea el resurgi-
miento del descontento étnico y, en particular, la guerra contra
Iraq, mostraron la vitalidad del nacionalismo” (Litvak, 2017, p.
3). El descontento social con el gobierno de Reza Pahlavi estuvo
relacionado con la intervención extranjera y la forma en que este
permitió que gobiernos extranjeros intervinieran en las políticas
nacionales.
El rechazo a las otras formas de gobierno y regímenes monár-
quicos anteriores también se debió a que permitieron la interven-
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ción extranjera, por lo que “los iraníes responsabilizaron a su go-
bierno de las depredaciones occidentales en 1891, en la revolución
constitucional de 1905-11, la nacionalización petrolera de 1951-
53 bajo Mosaddeq, las manifestaciones de 1963 en torno a Jomei-
ni y la revolución de 1978-79” (Keddie, 1995, p. 101) entonces, en
Irán sigue habiendo un rechazo generalizado por las intervencio-
nes extranjeras en cualquier aspecto, pues se reconocen como una
nación milenaria con la Historia e importancia suciente como
para repudiar que potencias extranjeras se asuman superiores y
decidan su devenir.
Una forma de hacer comunidad a una nación es, sin duda,
la posibilidad de crear y moldear el nacionalismo y, en Irán, las
distintas aproximaciones políticas al nacionalismo lo han hecho
preponderante en la denición de la identidad iraní, pero sigue
teniendo diversas inconsitencias, pues la pretendida centralidad
ocial se esfuerza por circunscribir su denición a unas cuantas
características que convienen al régimen en turno e ignoran el
contexto y a las diversidades.
Debido a esta centralidad, “el nacionalismo en todas sus ma-
nifestaciones ha sido el punto de referencia al que todas las ideo-
logías en competencia han tenido que adherirse en última ins-
tancia, y dentro del cual la mayoría ha sido subsumido” (Ansari,
2012, p. 1). Entre ellas, la relign; pero no la creencia individual
y acercamiento personal a la relign en sí, sino la forma colectiva
de identicarse como creyentes dentro de las fronteras iraníes, ya
que “en primer lugar, la relign no es externa al nacionalismo.
Segundo, la religiosidad no es un signicante étnico, o un sub-
producto cultural de la etnia. Tercero, la relign es central y no
marginal en el caso del nacionalismo estudiado” (Aghaie & Ma-
rashi, 2014, p. 184-185).
Como se ha explicado, la religión es parte de la identidad iraní
y, por lo tanto, parte del nacionalismo. En cierta medida por estos
deseos de poner a la religión al centro y, sobre todo, por la idea de
nación y nacionalismo que Pahlavi trató de imponer,
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[] después de la Revolución de 1979, Jomeini se pronunció con-
tra el nacionalismo. En un discurso pronunciado el 12 de sep-
tiembre de 1980, arremetió contra el ‘nacionalismo (qawmiyat
va-meliyat), que crea odio y animosidad entre los musulmanes,
los debilita y los divide’ por estar ‘contra los principios del Islam
y los intereses de los musulmanes’, y un truco de los ‘extranjeros
atormentados por el Islam y su inmenso ritmo de crecimiento
en todo el mundo’. Sin embargo, aclaró que ‘el amor a la patria
y a los compatriotas, protección de las fronteras de un país son
cuestiones que no se cuestionan’” (Grinberg, 2017, p. 208).
Al inicio de la República, cuando se comenzaban a realizar
los cambios políticos e ideológicos que habían llevado al triunfo
de la Revolución, entre otras razones, la ortodoxia obligada del
discurso y los deseos de exportar la Revolución Islámica llevaron
a Jomeini a renegar de la idea de la nación iraní diferenciada del
resto de la ummah, pero la realidad del contexto le hizo revirar y
llevaron a Jomeini aceptar el nacionalismo siempre que estuviera
supeditado al Islam.
El nacionalismo en la República Islámica está siempre tejido
con la relign y, como ya he repetido, se ha pretendido que el Is-
lam —especícamente el shiísmo duodecimano— sea el más im-
portante factor de la identidad iraní. Esta idea se ha repetido des-
de antes de que siquiera existiera un movimiento social en contra
de la monarquía Pahlavi, ya que los que ahora se reconocen como
ideólogos de la República Islámica—Morteza Motahhari, Mo-
hammad Beheshti, Mehdi Bazargan y Alí Shariati— señalaron
la importancia de la religión en la conformación de la identidad
iraní e incluso la apuntaron como la más importante, pues “eran
muy conscientes de su identidad como iraníes, pero a diferencia
de los intelectuales seculares, consideraban al Islam como insepa-
rable del iranismo” (Grinberg, 2017, p. 210). Estos intelectuales
trataron de explicar la identidad iraní y se dieron cuenta de la im-
portancia de cada uno de los elementos, pero obviaron las diversi-
dades y los intereses en torno a la conformación de esta idea, y su
uso en el nacionalismo.
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M
Ante la innidad de
posibilidades para denir una identidad
y después de los intentos por pretender denir la iraní a partir
del mito de la arianidad y la narración en torno a la fundación
de Irán por los arios —Irán signica la tierra de los arios—. Es
importante recordar que es imposible constreñir una identidad
nacional a una raza, es absolutamente erróneo suponerlo. Las
identidades se componen de diversos factores. Como ya se men-
cionó, los principales elementos de la identidad iraní —que no los
únicos— son la historia, el territorio, la lengua y la religión.
Cada grupo se aproxima a ellos de forma distinta y la prepon-
derancia discursiva de uno u otro tiene mucha más relación con
el grupo que construye ese discurso que con las personas que lo
reciben y, muchas veces, lo asumen. Es decir, cada grupo de poder
tiene un enfoque e intereses distintos, entonces imaginan una na-
ción, un nacionalismo y una identidad distinta donde enfatizan
alguno de los factores mencionados. Esto no signica que en las
personas que asumen y viven la identidad iraní sea igual. Cada
persona aprende, entiende, se apropia y vive la identidad de ma-
nera distinta.
También es muy importante apuntar que no se trata de una
identidad aislada que se ha construido sin conexión con el con-
texto, al contrario “la identidad nacional iraní —gracias a facto-
res tales como los medios de comunicación, contactos internacio-
nales y las posiciones de poderes exteriores— se ha entrelazado
con lo que sucede fuera de Irán” (Banuazizi, 2015, p. 17). A pesar
de lo que Nikkie Keddie (1995) dene como antiextranjeros (p.
62), Irán no está aislado, sino que vive el contexto y se va adaptan-
do a él. Un ejemplo perfecto de esta adaptación necesaria son
los discursos de Jatamí que, por un lado, vio a la identidad
iraní como inexorablemente conectada con el Islam, pero sin
negar la parte no islámica de la identidad.
Durante su gestión, en uno de sus discursos, "Jatami desafió
tanto a los defensores de una identidad puramente
preislámica como a aquellos que la niegan. En cambio, declaró
que ‘nuestra identidad es iraní-islámica’” (Aghaie & Marashi,
2014, p. 266).
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Y, por otro, “Jatami llegó al poder cantando el lema de ‹d-
logo entre civilizaciones, que tenía como objetivo fundamental
poner n al aislamiento político de Irán. Tal énfasis en el diálogo
con el mundo, sin darse cuenta, abrió un espacio limitado para
el resurgimiento de culturas subalternas como el de los kurdos
(Mohammadpour & Soleimani, 2020, p. 6-7).
Ambas posturas hablan de la inclusión que el presidente tra
de impulsar, no solo por su forma de pensar, sino porque durante
sus períodos presidenciales buscó una nueva forma de cohesio-
nar a la población, pues ya no podían vivir del recuerdo, ni de la
herencia de la Revolución, ni de la guerra. Jatamí llegó al poder
como un triunfo de los sectores de la sociedad iraní que buscaba
reformas a los modos anquilosados de la
RII, ya en su encargo de-
bió encontrar y reforzar las estrategias que lograran que la pobla-
ción continuara apoyando a la República Islámica.
En este orden de ideas, la identidad depende siempre de di-
versos factores, pero hay rasgos que se han ido resaltando y que
pueden ayudan a denir la iranidad, Aghaie y Marashi (2014)
mencionan que “nuestra nación (mellat) siempre es especialmen-
te sensible a su identidad islámica e iraní, y han considerado que
esta cuestión es importante. La identidad islámica e iraní es crí-
ticamente importante para nosotros” (p. 190). Pero es muy im-
portante el énfasis en que son dos factores separados que se tejen
y conviven como un tejido, aunque son dos factores y, de hecho,
uno ayuda a construir al otro, es decir, la identidad iraní asume el
componente islámico, pero desde el shiísmo duodecimano y con
las características que Irán (y su historia) han aportado al Islam.
Los iraníes son iraníes y además son musulmanes.
Narración de la nación y República Islámica
La conformación de la nación iraní es sumamente compleja y de-
pende de muchos factores internos y externos. Es imposible pre-
tender aislarla como una denición única, ni como una idea per-
manente, pues no solo va cambiando según el contexto, sino que
la percepción de las personas que viven la identidad siempre será
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distinta del resto, ya que también depende del contexto personal,
local, regional, nacional e internacional.
Escribir una narración que especique quiénes somos y de
nde venimos abona a cierta estabilidad, aunque sea impostada
y esta también mute. Tener una narración ayuda a las naciones a
recordar quiénes son. La narración otorga el sentido a la identi-
dad, pues le da coherencia al discurso y sentido histórico a la idea
o sentimiento de nación.
Esto se debe a que “los procesos necesarios para la formación
de la nación son la autodenición, la creación de mitos y memo-
rias, la territorialización, la cultura pública y la estandarización
jurídica. De particular importancia en este sentido es la centra-
lidad de los elementos simbólicos: mitos, recuerdos, tradiciones,
valores, rituales y símbolos” (Litvak, 2017, p. 26). La narración
está al centro de las necesidades de las identidades, pues es ella la
que delinea la justicación de su existencia, ayuda a la autode-
nición mediante la explicación de su pasado, sus mitos, sus me-
morias, la historia del territorio (actual e histórico). En resumen,
la narración delinea la historia de la nación para que las personas
que habitan el territorio y/o se adhieren a la identidad expliquen
su origen y devenir.
La narración también se va adaptando a los cambios políticos
y sociales, va olvidando eventos y recordando otros. La Historia
de la Nación evoluciona con ella, pues el presente tiene implica-
ciones distintas al pasado, no solo en términos de regímenes, sino
de contexto y desarrollo; pero no deja de estar centralizada, es de-
cir, hay una narración ocial y es la que se cuenta en los libros de
texto y en los medios de comunicación ociales y aliados.
Aunque los medios de comunicación son las herramientas
más comunes, no son las únicas usadas para la propagación de la
narración y el discurso ocial. Los censos son parte importante,
junto con los museos, pues es ahí donde el Estado exhibe de ma-
nera ocial y aparentemente objetiva la versión de nación que le
interesa difundir. Por ello, “los museos sirvieron para exhibir el
pasado de una manera que sería accesible para los plebeyos y útil
para los especialistas, ya que proporcionaba ‘hechos’ que podían
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complementar y corregir textos que tendían a reejar los sesgos
del autor” (Ansari, 2012, p. 107).
Los museos parecen espacios inocuos donde solo se exhiben
las piezas que forman la Historia nacional, unos aparentemente
inocentes trozos físicos de Historia. Pero la selección, la curadu-
ría, el orden y la coherencia que se les da, altera por completo la
narración. Los museos hacen Historia y escriben la narración, por
esta razón, en la actualidad el Museo Nacional (donde se expo-
nen las piezas y se cuenta la Historia preislámica) es pequeño y
demuestra poco interés del gobierno, mientras el Museo de la De-
fensa Sagrada es muchísimo más grande, con curaduría y discur-
sos claros, con muchísimo más presupuesto. Esta comparación
hace evidente cuál es el evento histórico que interesa exaltar al
régimen.
Los museos pueden ser una fuente para la narración, igual que
los mitos fundacionales y los mitos modernos, como los políticos.
Según Ansari, en el Irán moderno, “los mitos políticos moder-
nos, más que los históricos, llegaron a moldear la política de la
nación en la era de los medios de comunicación” (Ansari, 2012, p.
288), pues exaltan las hazañas políticas que llevaron a Irán a ser la
nación actual y son más moldeables a los discursos que los mitos
históricos o fundacionales, pues los segundos son ya parte de la
tradición y la memoria, y, por lo tanto, es muy difícil cambiar la
idea que tiene la población sobre los mitos que la han formado.
En cambio, es posible adaptar la interpretación de los hechos
recientes a los discursos o a la idea de nación del régimen en tur-
no. Ejemplo de esto es el manejo ocial de la memoria de la Re-
volución Constitucional y del Shahnameh (Libro de los Reyes),
pues la RII continúo con la negación (que inició con los Pahlavi)
de la importancia de la Revolución Constitucional para exaltar la
trascendencia de la Revolución Islámica y ha sido relativamente
exitosa en este propósito; mientras que, al inicio de la Repúbli-
ca, trataron de diluir la presencia e importancia del Shahnameh,
pero no solo no lo lograron, sino que terminaron incluyéndolo en
los discursos ociales.
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Esta lucha contra el Shahnameh tuvo varias etapas. Primero
fueron ciertos ataques (y hasta repudio), después solo trataron
de desvanecer su importancia y posteriormente fue su inclusión
en los discursos. Es decir, “en el primer o segundo año después
de la revolución, también dirigían algunos de sus ataques contra
Ferdowsi. Cambiaron el nombre de la Universidad Ferdowsi en
Mashhad y quitaron copias del Shahnameh de muchas librerías”
(Banuazizi, 2015, p. 16).
Cambiar los nombres de instituciones, calles, ciudades es una
acción muy común después de un cambio de régimen, pero pre-
tender eliminar de la memoria nacional una de las principales
fuentes que les recuerda su lugar en el mundo de las naciones,
no solo es infructuoso, sino obtuso, pues quisieron borrar una
de las más importantes fuentes (sino es que la más importantes)
de la iranidad. El Corán es el libro que les trajo una invasión y
los convirtió a una religión que aceptaron y adoptaron, pero el
Shahnameh es el libro que les recuerda quiénes son y les ayudó a
conservar su identidad preislámica.
Al nal, “los mitos del Shahnameh [no] fueron eliminados
por completo del discurso público, sino que desempeñaron un
papel menos prominente en el discurso ocial y al mismo tiempo
siguieron siendo importantes en los círculos literarios y de oposi-
ción” (Ansari, 2012, p. 116). Los esfuerzos fueron vanos y se die-
ron cuenta de que podría ser mucho más benecioso apropiarse
de la fuente y usarla en su favor, entonces, como los ideólogos del
nacionalismo moderno, creyeron que “leer el Shahnameh incul-
caría sentimientos positivos y un sentido de orgullo nacional, va-
lentía y patriotismo entre los iraníes” (Ansari, 2012, p. 105).
La obra de Ferdowsi otorga identidad porque les separa del
resto de las naciones e identidades de la región, describe quienes
son y describe su origen y devenir. Es decir, el Shahnameh les da
razones para sentir orgullo, puesto que demuestra que “el adjetivo
iraní no estaba destinado a ser una distinción geográca, sino que
implicaba alusiones apenas disimuladas a la superioridad sobre la
base no solo de una prioridad aparente sino también de una sos-
ticación cultural” (Ansari, 2012, p. 1). Los iraníes se asumen una
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cultura milenaria que ha abrevado a las culturas con las que han
tenido contacto —ya sea por medio de conquistas de los iraníes
o a los iraníes, o por intercambio— e incluso han aportado a su
identidad, pero se distancian del resto, pues se cree que la iranidad
implica sosticación; de hecho, esta se ha señalado para separar a
la identidad iraní de la árabe.
Aunque esta no es la única fuente de la narración, “Irán tuvo la
suerte de tener un depósito de mitos —encapsulados dentro, aun-
que no limitado al Shahmaneh de Ferdowsi— mediante el cual
la práctica virtuosa podría ser transmitida” (Ansari, 2012, p. 55).
Irán sí tenía memoria de sí misma, y esa memoria forma parte de
su vida cotidiana, pues recuerdan el Shahnameh constantemente
para hablar de sí mismos y enorgullecerse; pero la modernidad
impuesta y la necesidad de los regímenes de validarse en el mundo
de las naciones (especialmente frente a Europa), les llevó a escribir
narraciones con inuencias extranjeras, según los modos de Oc-
cidente. Por esta razón comenzaron a escribir historias nacionales
ociales, pues asumieron que “no hay identidad nacional sin la
formación de la memoria y la historia colectivas, [entonces] se de-
dicó un esfuerzo particular a las revistas históricas (más de 70),
que tratan la historia iraní desde la antigüedad hasta el presente”
(Litvak, 2017, p. 19). De nuevo, negaron la memoria y las historias
colectivas que tenían desde hacía siglos para imponer una forma
extranjera.
La inuencia extranjera en la forma ocial de hacer memoria
fue tal que las historias ociales estaban basadas en fuentes occi-
dentales que contaban la historia de Irán a partir de sí mismos,
por lo que el Irán moderno se narró a sí mismo como una nación
desde la otredad. Este hecho hizo que las historias de Irán fueran
sumamente problemáticas, pues narraban un Irán ajeno al de la
iranidad y que iba negando a las distintas identidades de la amal-
gama; por esto “los cientos de libros de historia, miles de artículos
y documentales de televisión históricos han forjado una meta-na-
rrativa de una historia iraní continua y bien integrada desde la
antigüedad hasta el presente [pero ajena]” (Litvak, 2017, p. 19).
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La
impostación de la narración con formas y fuentes extranje-
ras centralizó la redacción de la historia nacional y negó la posibi-
lidad de diversidad o la inclusión de las otras identidades iraníes,
es decir, acentuó la persocentralidad por medio del auto-orienta-
lismo. Esto no signica que las identidades no persas (e incluso la
persa) se circunscribieran a los discursos ociales, sino que desde
el Estado se hicieron esfuerzos por imponer una identidad e idea
de persona iraní, pero estos no triunfaron y han encontrado re-
sistencia en la población, especialmente en los grupos no persas.
Esta centralización hace que “los Estados consideren
traición las narrativas alternativas (no oficiales)” (Soleimani &
Osmanza-deh, 2021, p. 3), pues incluyen eventos e
interpretaciones distintas a la oficial y alteran la idea que se
pretende imponer para entender e identificar a la Nación.
Probablemente, la narración sea uno de los factores de mayor
interés para el monopolio ocial de las identidades, ya que su al-
teración puede cambiar el destino del régimen en turno o su idea
de nación y ciudadanía que son fundamentales para que se man-
tenga en el poder. Por ello, “en Irán, las comunidades no persas no
pueden cuestionar la narración soberana de ‘lo nacional, históri-
co o religioso, mientras que los libros de texto están escritos para
racializar el ‘pasado’ y el presente a expensas de esas comunida-
des” (Soleimani & Osmanzadeh, 2021, p. 3).
El pretendido monopolio de la narración otorga un falso con-
trol sobre la idea de nación, pero es imposible tenerlo, pues cada
grupo recuerda la historia según su percepción y posición en ella,
por esto es que las comunidades no persas no se vuelven parte de
la construcción de la narración y se encuentran en ella como ele-
mentos periféricos, a veces contingentes, que se han ido sumando
a la idea central, es decir: según la narración, las comunidades no
persas existen, pero se han ido homogeneizando según avanzó la
modernidad y la islamización (o reislamización) de Irán.
Al triunfo de la Revolución, una de las primeras acciones fue
la reescritura de la narración, pues “el mismo Jomeini era muy
consciente de la necesidad de una narrativa adecuadamente
grandiosa para enmarcar y este movimiento trascendental en la
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memoria colectiva, y consideró esto como una parte esencial del
proceso revolucionario” (Ansari, 2012, p. 204). Contar la historia
nacional a partir de los eventos y con la mirada del nuevo régimen
sigue siendo muy importante para la
RII, por ello se esfuerzan por
mantener la versión única y centralizada de la narración, y eviden-
temente usaron al Islam como eje central de esta nueva versión.
Basado en la armación de que “el Islam es una religión de
quienes luchan por la verdad y la justicia, de quienes claman por
la libertad y la independencia; es la escuela de quienes luchan con-
tra el colonialismo” (Jomeini, 1985, p. 1), Jomeini aseguró que el
establecimiento de la República Islámica signicaría un retorno
al verdadero Islam y lograrían expulsar a los invasores extranjeros
para tener un gobierno nativo que respondiera a las necesidades
de los iraníes inspirado por la religión; pues:
[]
el gobierno islámico está sujeto a la ley del Islam que vie-
ne no del pueblo ni de sus representantes, sino directamente de
Allah y su divina voluntad. La ley del Corán, que no es otra cosa
que la ley divina, constituye la esencia de cualquier gobierno is-
lámico y gobierna infaliblemente a todos los individuos que
for-man parte de ella (Jomeini, 1985, p. 7).
A partir de su interpretación, aseguraron que la islamización
no era más que obediencia a los designios divinos, pues la potes-
tad sobre el poder político era dada por Dios y ello les permitiría
lograr que la vida mundana correspondiera a las expectativas y a
las leyes religiosas, pero también fue un pretexto para imponer
cambios políticos y sociales que beneciaran a los grupos cerca-
nos al poder.
Después del triunfo de la Revolución, la narración islámica se
concentró en recordar los sacricios que se necesitaron para lograr
llevar al poder al grupo que representa los verdaderos intereses del
pueblo iraní y que son los únicos capaces de responder a sus nece-
sidades. Por lo tanto, “la narrativa ocial de la República Islámica,
esbozada arriba, que buscaba articular una historia narrativa de
la resistencia popular musulmana iraní, ayudada e instigada por
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clérigos desinteresados, fue un mito de la salvación nacional por
medio del Islam” (Ansari, 2012, p. 222).
El Islam salvó a Irán de la decadencia y la Revolución Islámica
se enmarca como el momento cumbre de las movilizaciones so-
ciales en el país y se señala como el evento más trascendente para
lograr la nación que los iraníes necesitaban y merecían. Fue así
como “la Revolución Islámica pronto se interpretó como la terce-
ra gran revolución después de la francesa y la rusa” (Ansari, 2012,
p. 201), y se adjudicó trascendencias nacionales, regionales y mun-
diales. Los líderes de la Revolución se han encargado de insertarla
en la Historia nacional como el momento más importante en el
devenir moderno y la ligaron con el resto de movimientos sociales
que ocurrieron en el país durante el siglo
XX. Esta narración de la
historia de Irán a partir de los movimientos sociales:
...no implicó la imposición de una nueva narrativa, sino la rein-
terpretación de la antigua comenzando con la Revuelta del Ta-
baco, pasando por la Revolución Constitucional, la Crisis de la
Nacionalización del Petróleo y, nalmente, la Revolución Islá-
mica, insertando en el camino la importancia del levantamiento
contra la Revolución Blanca —considerada como el momento
fundacional de la revolución islámica— y selectivamente dismi-
nuyendo o descartando a aquellas personalidades que compli-
caron una narrativa limpia de ascenso (Ansari, 2012, p. 204).
La escritura de la narración de la República Islámica retomó
momentos importantes que sirvieron para unir a la sociedad en
torno a causas comunes, siguieron con la narrativa de continui-
dad en los movimientos sociales contra gobiernos injustos y se
colocaron como la cima de estos.
De la misma forma que los gobiernos anteriores, la RII justi-
có sus discursos con una narración que contaba una historia ad
hoc a sus pretensiones y adaptaron la memoria a estas. Aunque
trataron de exaltar la islamización como el momento más impor-
tante en la historia, poco a poco fueron incorporando la época
preislámica a la narración nacional.
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Los
tiempos inmemoriales son el momento en que se asegura
se fundó la nación y a partir del cual ha habido una historia inin-
terrumpida, son fundamentales para crear cohesión, identidad y
exaltar el orgullo. La importancia que se da a los tiempos inme-
moriales en Irán se basa en el reconocimiento internacional, pues
varios personajes son trascendentes en la llamada Historia Uni-
versal. Aunado a esto, es sustancial señalar que “Irán era rico en
evidencia arqueológica y debería usarla” (Ansari, 2012, p. 107),
pues no solo se trataba de historias o menciones en las memorias
ajenas, sino que el país contaba con basto legado arqueológico que
recuerda el pasado y enaltece su importancia.
La presencia de esta valiosa herencia cultural material añade
certezas a las afirmaciones de continuidad desde la fundación,
pues hace parecer que el poder y la cultura pasaron ininterrum-
pidamente de civilización a civilización y que cada una estuvo
ligada a la anterior. Por lo tanto, “la longevidad del Estado iraní
fue fundamental para dar forma a una cultura política
compartida e incluso a una memoria colectiva, al menos entre
varios grupos de élite” (Litvak, 2017, p. 27). Esta creencia en la
continuidad abona al orgullo nacional que se funda en un
pasado glorioso y en la majestuosidad de su historia. La
narración iraní resalta su grandioso pasado y lo justifica con su
basto legado arqueológico.
Como se ha evidenciado, cada presidente tiene una
forma particular de usar los discursos y reescribir la narración
según sus ideas, ideales e intereses, entonces pese a que:
Rafs
anyaní pudo haber visitado las ruinas de Persépolis y
Jata-mí reflexionar sobre la ética del Shahnameh,
Ahmadinejad [pre-tendió explotar descaradamente el
sentimiento nacionalista] se deshizo de la precaución y se
fue directo al corazón, alabando a los iraníes por su
excepcionalismo y su genio muy particular, que estaba
constreñido solo por la perfidia de los extranjeros
(Ansari, 2012, p. 260).
Puesto que después de 25 años del triunfo de la Revolución
y
más de 15 años de la muerte de Jomeini —sin mencionar los
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e
ventos propios de sus períodos en el ejecutivo—,
A
hmadineyad tuvo que buscar nuevas formas de cohesionar a
la población y exaltar el orgullo nacional, por ello decidió
recurrir a un período de la historia nacional del que la mayoría
de la población tiene memoria y se siente orgullosa. En
consecuencia, Ahmadineyad fue el primer líder
posrevolucionario en explotar plenamente la herencia
aqueménida y alabar, en términos que pueden haber he-cho
sonrojar a Mohammad Reza Shah, los logros históricos de
Ciro el Grande” (Ansari, 2012, p. 278). Ahmadineyad
encontró en los tiempos preislámicos un pretexto para aludir al
nacionalis-mo, pues era una fórmula que se había usado en el
pasado y sabía que podía resultar exitosa.
La Idea de Nación Islamizada
La idea de nación es la forma en que se interpreta a la
nación, es decir, como los iraníes se apropian los discursos, la
narración y crean su propio concepto. Parte fundamental de
esta interpre-tación es dar a Irán el lugar que creen debe tener
no solo en el mundo ni frente a otras naciones, sino para
explicar y explicarse qué es Irán. De estos esfuerzos surgen
nociones como “Irán no es una sola geografía, una nación, un
pueblo, o una tribu; más bien es una escuela de pensamiento y
un camino” (Aghaie & Marashi, 2014, p. 192). Estas
descripciones tratan de justificar la idea de una gran nación,
pues no solo se trata de una historia o una narración, sino de
un conjunto de factores que la hacen más grande que la “asible”
nación.
Con la RII, además, se sumó la necesidad de llevar el
verda-dero Islam y, aunque nunca han tenido intervenciones
militares directas, han apoyado causas afines a sus intereses
ya sea para legitimarse (como Palestina) o para afianzar su
influencia en la región (como Siria). Entonces, a partir de
afirmaciones como: “no es sólo nuestro deber en Irán, sino que
también es el deber de todos los musulmanes del mundo, en
todos los países musulmanes, llevar la evolución política
islámica a su victoria final” (Jomeini, 1985, p. 2), han propaga-
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d
o la idea de que Irán debe defender y difundir la forma de
vida del verdadero Islam que es la república islámica. No tratan
de conquistar nuevos territorios, ni volver al “Gran Irán”, sino
que usan el discurso de la propagación del ver-dadero Islam y
su influencia en la región para consolidar su idea de nación, es
decir, usan como pretexto la fuerza en el exterior para afirmar
y presumir que esa es la manera en que se debe vivir el Islam y
entender la política.
Una parte fundamental de la idea o sentimiento de nación
es que evoluciona, es decir, que :
“[] este ‘sentimiento de nación, ha cambiado a través de la his-
toria. Nunca ha sido un único Estado ni ha tenido un único sig-
nicado. No fue un único Estado porque uctúa en intensidad.
A veces ha estado sumamente presente en la etapa histórica o ha
sido instrumental en la formación y edicación de la Historia,
mientras en otros tiempos ha estado atado como una sombra en
las alas, esperando redescubrir” (Meskoob, 2015, p. 173).
Como ya he mencionado, la idea de nación va cambiando para
adaptarse al contexto y la idea ocial se adapta tambn a los de-
seos del régimen y los gobernantes en turno.
Reexiones nales
La cohesión en torno a la nación no es asible ni monolítica, por ello
se recuerda constantemente en los discursos y en pequeños guiños
cotidianos. La versión ocial de la nación en la República Islámica
de Irán es justamente islámica e iraní, es decir, ensalza la relign
como el factor más importante de la identidad nacional, pero no
olvida que es iraní y por tanto, aunque parte de la ummah, se dis-
tancian del resto de los países musulmanes y/o islámicos.
La larga historia iraní y las diversas fuentes artísticas, arqueo-
lógicas, la literatura y la memoria popular acentúan la idea de Irán
como una gran nación, además de su inuencia en la región, en
las historias nacionales de diversos países y hasta en el devenir del
Islam. Por ello, el cambio de país musulmán a país islámico, no
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N,       R I  I
/ Alejandra Gonlez Guerrero
M
cambió del todo la narración y se continuó la exaltación de los
tiempos inmemoriales, aunque adaptados a las necesidades y de-
seos del nuevo régimen.
La narración nacional de Irán en la República Islámica recuer-
da que Irán permaneció iraní, aunque se convirtió al Islam.
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