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e Handmais tale: mujer y género en la
restauración global del conservadurismo.
e Handmaid's tale, woman and gender
in the global restoration of conservatism.
José Ricardo Bernal Lugo *
Introducción
E
n el siguiente texto se retoma la serie e Handmaid´s tale
para analizar la manera en la que, desde ciertas corrientes de
la industria cultural hegemónica, ha comenzado a forjarse una
narrativa que denuncia la amenaza del neo-conservadurismo para
los derechos de las mujeres. El trabajo trata de mostrar que buena
parte del éxito de la serie se debe al hecho de que, a pesar de presen-
tarse como una  ccn distópica, logra interpelar a las audiencias
mostrando las consecuencias de institucionalizar un conjunto de
violencias que ya existen de facto en nuestras sociedades y que pue-
den acentuarse debido al ascenso de fuerzas neo-conservadoras a
nivel mundial.
En la primera parte del texto se muestra la manera en la que
funcionan ciertos elementos “intertextuales” que remiten a cir-
cunstancias actuales con las que las audiencias pueden sentirse
identi cadas, de esta forma, la serie logra construir lo que aq
se denomina como una “distopía en tiempo real; en la segunda
parte, se argumenta que el elemento distópico de la serie se cons-
truye mediante la visibilización de formas de violencia de género
que no aluden a realidades por-venir sino a la institucionalización
y normalización de prácticas de dominación física y simbólica re-
producidas a lo largo de la historia, las cuales siguen vigentes en
* Doctor y Maestro en Humanidades por la Universidad Autónoma Metropolitana-
Iztapalapa, Licenciado en Filosofía. Investigador en la Facultad de Humanidades de la
Universidad La Salle México Ciudad de México. Es miembro del Sistema Nacional de
Investigadores “C”. ricardo.bernal@lasalle.mx
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sociedades como las nuestras presuntamente orientadas por los
valores de la libertad y la igualdad.
I Una distopia en tiempo real
e Handmaid´s tale o El cuento de la criada es una serie de dra-
ma y  cción distópica dirigida por Bruce Miller, escritor y pro-
ductor de otras obras como e 1 0 0 , Eureka o Alpha. La historia
protagonizada por Elisabeth Moss está basada en el libro homó-
nimo de Margaret Atwood (1985) y explora las vicisitudes de una
sociedad en la que, debido a un colapso repentino en la tasa de
fertilidad, las mujeres que aún pueden procrear son reclutadas y
obligadas a servir como “gestantes” para las familias más podero-
sas de Gilead, un orden teocrático surgido después de una nueva
guerra civil en los Estados Unidos.
Como ocurre en otras series recientes como Black Mirror, el
trabajo televisivo dirigido por Miller no nos coloca ante un futuro
lejano, sino ante a una situación que bien podría pertenecer a nues-
tro propio presente si se llevan al extremo ciertas tendencias cons-
tatables en la actualidad. De esta forma, más que invocar un apo-
calipsis por-venir, se trata de hacer visible el in erno oculto bajo el
orden aparentemente estable de la sociedad estadounidense. Para
lograr este efecto, tanto los acontecimientos como la ambienta-
ción de la serie remiten constantemente a ciertas características
identi cables con el contexto de la primera parte del siglo XXI.
Siguiendo la terminología de Julia Kristeva (1967), se trata de un
ejercicio de “intertextualidad” en el que el espectador descubre un
sentido nuevo al poner en relación los sucesos de la pantalla con
un discurso externo a la misma que le es familiar (Bordwell, 1985).
Efectivamente, mientras que el libro de 1985 evoca el miedo
a un desastre nuclear en el contexto de la guerra fría, la versión
televisiva nos traslada tanto al contexto de la política de seguridad
impuesta después de los atentados del 11 de septiembre de 2001,
como a la in uencia creciente de los fundamentalismos evangé-
licos en los Estados Unidos, y,  nalmente, a la crisis medioam-
biental producto del crecimiento en las emisiones de CO2 y el
hiperconsumo energético. No es causal que en la serie la aparición
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de Gilead se relacione con un falso atentado terrorista orquesta-
do por un grupo de fundamentalistas religiosos que,  nalmente,
imponen un régimen teocrático justi cado en una interpretación
ortodoxa de las escrituras y en la recuperación de las fuentes “ver-
daderas” de la nación estadounidense. Además, se intuye que la
disminución de la tasa de fertilidad puede estar ligada a las afec-
taciones medioambientales generadas por los patrones de produc-
ción y consumo actualmente vigentes.
No es difícil reconocer en esta premisa varias alusiones a la rea-
lidad de los Estados Unidos en el siglo XXI. Margaret Bendroth
identi ca algunas características del nuevo fundamentalismo cris-
tiano especí camente estadounidense, entre las cuales vale la pena
destacar tres: en primer lugar, la “absoluta autoridad del texto divi-
no” y de las llamadas “tradiciones de Abraham” que llevan a una
interpretación cerrada de la Biblia; en segundo lugar, una resistencia
a la tecnología y a todas aquellas ideas provenientes de la moder-
nidad, resistencia que, sin embargo, termina por ser selectiva pues
convive con una curiosa admiración hacía las innovaciones bélicas;
y,  nalmente, una visión autoritaria de la familia en la que los valo-
res dominantes están asociados a una masculinidad fuerte (Ben-
droth, 2017). Todas las características anteriores son fácilmente
localizables en la serie: en Gilead los preceptos del orden político se
fundamentan en una interpretación ortodoxa de las Escrituras; los
hogares son relativamente austeros y carecen de electrodomésticos,
circunstancia que contrasta con el armamento de última generación
utilizado por los guardias; y,  nalmente, la devoción familiar se sos-
tiene en el mandato absoluto del pater familias.
De igual forma, en los líderes de Gilead puede identi carse un
discurso que apela a la recuperación de los valores originarios de
la nación estadounidense. Esta narrativa parece estar inspirada en
el ideario del Tea Party, un movimiento político surgido en 2009
a la luz de la victoria presidencial de Barack Obama cuyo éxito se
hizo patente en las elecciones primarias del partido Republicano
en 2010 (Williamson, Scokpol & Coggin, 2011: 25). Críticos
fervientes de la política de Obama, los miembros del Tea Party
incorporaron en su discurso un fuerte contenido nacionalista,
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en algunos casos xenófobo y racista, acompañado de un tono de
añoranza por los valores de la propiedad privada, la libertad indi-
vidual y el trabajo arduo supuestamente olvidados por los actuales
dirigentes estadounidenses.
En Extraños en su propia tierra, la socióloga Arlie Hochsild,
analizó las ideas de un grupo de activistas del Tea Party en Luisia-
na con el que convivió durante más de cinco años para compren-
der sus convicciones políticas. En sus indagaciones Hochsild des-
cubrió que estos activistas explican la precariedad económica que
ha alcanzado a amplios sectores de la clase media blanca estadou-
nidense como la nefasta consecuencia de las políticas de apoyos
estatales a ciertos sectores de la sociedad como los afroamericanos,
las mujeres, los inmigrantes, los refugiados, etc. (Hochsild, 2018:
135). Para los miembros del Tea Party, estos grupos “minoritarios”
estarían aprovechándose del ps al obtener una serie de “privile-
gios” que le impedirían al estadounidense promedio, blanco y na-
tivo, cumplir el "sueño americano".
La convicción de que los grupos “minoritarios” son los causan-
tes de la perdida de la grandeza de “América” también está presen-
te en la serie. Como ocurre con las mujeres, en Gilead los homo-
sexuales y los migrantes son objeto de exclusión y de una serie de
castigos que, en el fondo, buscan restaurar el orden perdido debido
a la irrupción de las ideas “liberales”. Estas constantes referencias a
tendencias políticas localizables en ciertos sectores de la sociedad
estadounidense juegan un papel fundamental en la serie ya que
generan la sensación de que nos encontramos ante una “distopía
en tiempo real, esto es, ante una realidad que si bien no tiene un
lugar” físico localizable podría estar ocurriendo en este mismo
momento. Así, la serie logra interpelar de manera más vívida a las
audiencias pues no resulta difícil asociar algunas circunstancias
cotidianas con las situaciones que tienen lugar en la pantalla.
II Violencia, género y cautiverio
En Los niños del Hombre, Alfonso Cuan parte de una premisa
semejante pues coloca al espectador ante un futuro apocalíptico
donde la fertilidad ha desaparecido casi por completo. En la trama
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de esta afamada película,  eo debe llevar a Kee, una inmigrante
embarazada, a Reino Unido, lugar en el que, después de una serie
de acontecimientos desafortunados, la mujer logra “dar a luz, re-
novando así la esperanza de un futuro para la humanidad. Aun-
que Cuarón tiene un interesante gesto político al hacer de una
mujer inmigrante la última esperanza de renovación de la vida en
un mundo oscurecido por la ambicn ecomica y el desarrollo
tecnológico desmedido, la trama termina reproduciendo una vi-
sión romántica de la mujer en la que el valor más puro de lo feme-
nino se identi ca con su capacidad para la procreación.
En e handmais´s tale, en cambio, el tema de la reproduccn
es tratado de manera enteramente distinta. En este caso. la caída
en la tasa de fertilidad termina por radicalizar una forma de opre-
sión hacia las mujeres que parece encontrarse latente en todo mo-
mento. Más que un elogio de la mujer por su capacidad para “dar
vida, la serie muestra lo as xiante y opresivo de una sociedad en
la que se asume que la mujer tiene roles preestablecidos exclusiva-
mente asociados con la procreación, el cuidado y la donación de
placer (Cambra; Mastandrea; Paragis, 2018: 185).
Al menos desde el Segundo sexo (1949) de Simone de Beau-
voir, la crítica feminista ha distinguido con claridad entre el sexo
y el género. Citando a Marta Lamas, por género se entiende “el
conjunto de ideas, representaciones, prácticas y prescripciones
sociales que una cultura desarrolla desde la diferencia anatómica
entre mujeres y hombres, para simbolizar y construir socialmente
lo que es ‘propio’ de los hombres (lo masculino) y ‘propio’ de las
mujeres (lo femenino)” (Lamas, 2000: 4). En buena medida,  e
Handmais´s tale es una puesta en escena del intento desesperado
y, por lo mismo, violento de volver a enclaustrar a las mujeres en
aquellos espacios, físicos y simbólicos, que la antropóloga feminis-
ta Marcela Lagarde denomina como los cautiverios de las mujeres
(Lagarde, 2005: 36). En otras palabras, la serie nos coloca ante el
intento violento de volver a obligar a las mujeres a ocupar ciertos
roles sociales asignados históricamente y de las que recientemente
ellas han comenzado a emanciparse.
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Los estudios de género han mostrado que la construcción so-
cial del género asigna roles que delimitan las expectativas socia-
les de hombres y mujeres, asumiendo que el papel que se juega en
la sociedad no responde a criterios sociales sino a una diferencia
anatómica natural (Butler, 2003: 19ss). Esta forma de domina-
ción, material y simbólica, se sedimenta en patrones de conducta
y en creencias compartidas en el interior de una sociedad (Lamas,
2000: 7-9). La naturalización de estos roles aprehendidos durante
generaciones los vuelve difíciles de extirpar, generando resisten-
cias a veces conscientes, a veces inconscientes, por parte de algu-
nos hombres que ven su masculinidad cuestionada e intentan rea-
rmarla mediante la violencia (Segato, 2003: 30ss).
Esta violencia que se opone a la transgresión de un orden su-
puestamente natural se expresa con claridad en la serie a través
del recurso al fl a s h b a c k . Los recuerdos de Defred, protagonista
de la historia, nos retrotraen a la vida antes de la instauración de
Gilead. En las esporádicas escenas de su pasado podemos ubicar
una sociedad estadounidense donde las mujeres han avanzado en
la lucha por sus derechos, rompiendo paulatinamente los roles y
los estereotipos asignados durante siglos. En los Estados Unidos
antes de Gilead, la protagonista tiene un matrimonio interra-
cial, goza de un relativo éxito laboral en un importante puesto
editorial y tiene estrechos lazos de amistad con Moira, una mujer
de color lesbiana que poco a poco comienza a vivir en un mundo
en el que los estigmas que alimentaron durante años la discrimi-
nación por color de piel y por preferencia sexual parecen difumi-
narse lentamente.
En la narrativa conservadora de los líderes de Gilead, es este
contexto más bien “liberal” el que ha roto el orden natural de las
cosas. Para recuperar la jerarquía adecuada del mundo las mujeres
deben ocupar su sitio, esto es, el lugar asignado por las Escrituras.
De esta forma, quienes aún son fértiles son sometidas a un entre-
namiento cruento y humillante que las prepara para una docili-
dad casi absoluta. Una vez que han cumplido con este requisito
son asignadas a las familias de los hombres más poderosos. En
sus nuevos “hogares, las criadas se ven sometidas a violaciones
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ritualizadas en las que participan activamente las esposas de los
superiores. En los casos en que las “criadas” cumplen exitosamente
su papel de “gestantes, deben abandonar casi de inmediato a los
niños para ser reasignadas a otro hogar donde deberán cumplir la
misma funcn hasta que,  nalmente, dejen atrás su edad fértil.
En efecto, bajo el pretexto de servir a Dios como dadoras de
vida (el nombre de Handsmaid se explica como el resultado de
una lectura ortodoxa de la Biblia según la cual las mujeres sirven a
Dios a través de la procreación) las criadas son reducidas a su mera
corporeidad, son meros receptáculos para la procreación. Así, al
reducir a las mujeres a su capacidad de gestación, la procreación
se convierte, más que en una exaltación de la vida, en una forma
de dominio y de anulación de la autonomía y de la dignidad de
la persona. Esta anulación de la individualidad se hace más pa-
tente por el hecho, al mismo tiempo simbólico y material, de que
las criadas no tienen nombre, no tienen derecho a ser identi ca-
das mediante un rasgo que les dé individualidad, sino que son
interpeladas a través de una formula curiosa: Ofred o Defred,
Ofwarren o Dewarren, es decir, las mujeres son la posesn de
Fred, de Warren, etc.
Además de las ya mencionadas Criadas, mujeres dedicadas por
completo a la reproducción, la serie muestra cuatro roles más que
se les asignan a quienes han perdido su fertilidad. Las llamadas
Marthas, son mujeres dedicadas por completo a las labores del
cuidado del hogar, tampoco tienen nombre y les está práctica-
mente prohibido salir del terreno de lo privado al espacio público.
Las llamadas Tías, una especie de capataces o institutrices desti-
nadas a la educación y el buen comportamiento de las Criadas que
no tienen reparo en hacer uso de la fuerza en nombre de la causa
religiosa; las esposas de los generales, mujeres sumisas a las que no
se les permite leer ni escribir y están enteramente sometidas a la
voluntad de sus maridos. Finalmente, las mujeres que han inten-
tado rebelarse o que cometen “crímenes” como el de ser lesbianas
cuyo destino es ser enviadas a las Minas, una especie de campos de
concentración en el que son obligadas a trabajar en condiciones
deplorables hasta morir.
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El cuidado, la sumisión y la procreación como mandato, son
características con las que históricamente se ha identi cado a las
mujeres limitando su poder y negando su independencia. En His-
toria de las mujeres, Una historia propia (2009). Bonnie S. Ander-
son y Judith Zinseer retoman, entre otros muchos ejemplos, un
auto sacramental parisiense del siglo XV en el que se a rma: “que
la mujer debe someterse absolutamente al hombre y de no hacerlo
sucumbirá a la locura; de la misma manera, recuperan las pala-
bras de un aristócrata italiano que comparaba a una buena esposa
con un perrillo pues “aunque su amo le pegue y le arroje piedras
el perro sigue moviendo la cola y tumbándose ante su dueño para
apaciguarlo...Siempre tiene el corazón y su ojo en su amo. Por su
parte, el propio Bocaccio, en la boca de uno de sus personajes, a r-
maba: “Conviene a la mujer que desee una vida tranquila, feliz y
sin problemas con su hombre, que sea humilde, paciente y obe-
diente”. Y en su obra del siglo XVI titulada El viejo fuego, Hans
Sachs recomendaba a las mujeres lo siguiente: “Cuando haces lo
que deseo como una humilde voluntariosa y obediente esposa, es-
toy dispuesto a compartir contigo mi último mendrugo de pan
rancio y procurar que no te falten ni ropas ni delicadeza.
Estos ejemplos dan cuenta de una serie de estereotipos arrai-
gados en la sociedad desde hace siglos que, en los hechos, dieron
lugar a prácticas culturales y ordenamientos jurídico políticos an-
titéticos a la autonomía y la dignidad de las mujeres. En el fondo,
Gilead no es más que la reconstrucción moderna de ese mundo
que, sin embargo, aún se encuentra latente en nuestra realidad co-
tidiana. Efectivamente, los roles asignados a las mujeres en el mun-
do teocrático de Gilead (Criadas, Marthas, Tías) están inspirados
en los roles que históricamente se les han mandatado en nuestras
sociedades, donde lo “masculino” y lo “femenino” ha sido cosn-
truido sobre la base de una relación de violencia y dominación.
Refl exiones fi nales
El estereotipo de la mujer sumisa, cuidadora y servidora del hom-
bre ha atravesado buena parte de la historia de Occidente. Como
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es sabido, esa historia también está llena de escenas de violencia
ante cualquier intento de transgresión a estos patrones culturales.
Sólo recientemente la organización de las mujeres ha logrado ins-
titucionalizarse en derechos que modi can las formas de convi-
vencia social en la búsqueda de una igualdad formal y sustantiva.
Esta afortunada transformación en las raíces de nuestra organiza-
ción social no ha estado exenta de reacciones que, en el extremo,
se expresan en formas de violencia simbólica y física cada vez más
complejas y, tambn, más cruentas.
A través del recurso a la  cción, e handmais´s tale nos ad-
vierte que el ascenso del neo-conservadurismo es una amenaza
para los derechos obtenidos por las mujeres después de siglos de
lucha. La serie resulta tanto más actual cuando constatamos que
el ascenso de fuerzas políticas de extrema derecha no se restringe
a la sociedad estadounidense sino que ha avanzado en Europa y,
más recientemente en América Latina. La victoria de Jair Bolso-
naro en Brasil es una clara muestra de ello. Como Donald Trump,
Bolsonaro fue cuestionado por utilizar expresiones misóginas a lo
largo de su campaña sin que ello disminuyera su popularidad, lo
que nos habla de la normalización de un discurso contrario a los
derechos de la mujer que no puede sino resultar alarmante.
Fuentes
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