Logos / Año LII / Número 143 / jul-dic 2024 / pp. 105-117 107
Pues bien, por su constitutiva y fundamental libertad, el ser humano es
siempre indiscerniblemente un ser humano en acción. Y la acción es de tal
modo determinante que, como advierte Hannah Arendt, “la esencia huma-
na [...] la esencia de quién es alguien, nace cuando la vida parte no dejando
tras de sí más que una historia”.2 Por ello mismo es por lo que no se puede res-
ponder a priori a la pregunta ¿qué? o ¿quién es?, sino solo a posteriori, desde la
muerte que —por su carácter de término— hace posible la historia, la biogra-
fía, en denitiva, la respuesta a la pregunta por el quién.
El ser humano no es autónomo absolutamente, puesto que no se da a sí mis-
mo la existencia: se encuentra existiendo ya. Y, sin embargo, la experiencia de la
angustia, tan lúcidamente expuesta por Kierkegaard y Heidegger, pone de mani-
esto el carácter abierto, no predeterminado del ser humano. Para dicho ser esta
experiencia no es otra cosa que la de la libertad pura. La angustia es, en ese orden,
angustia ante la posibilidad, ante la libertad: tener totalmente en manos de uno
mismo la certeza de que la propia existencia es una empresa por realizar que ex-
clusivamente concierne a cada ser personal. Esa libertad se podría entender, en un
principio, con el sentido que la denió Aristóteles: “Al igual que un hombre libre
es, decimos, aquel cuyo n es él mismo”.3 Un ser para sí mismo que se reere prin-
cipalmente, entendido en su más profundo sentido, a la posibilidad de la propia
conguración teleológica, pues el ser humano —que no se puede dar a sí mismo el
ser— logra sin embargo otorgarse su propio n.
El ser humano puede situarse en el origen, puede volver sobre sí hasta el pun-
to de pesar sobre él —y no es de extrañar que a los ojos de Kierkegaard resultara
angustioso— la responsabilidad de decidir sobre su propio n: de lograr su cum-
plimento o de no hacerlo. En este sentido, la posesión es real: se tiene a sí mismo
como un proyecto por hacer a lo largo de un tiempo nito. Ese tiempo que separa
su origen —lo que es— de su télos —lo que llegará a ser—. Así, en el orden operati-
vo, el ser humano se encuentra con que todo está por hacer, todo está por decidir.
Se encuentra, por lo tanto, con la evidencia de que él es principio para sí mismo.
Este carácter de principio que el ser humano tiene respecto de sí mismo
muestra —como ya se ha apuntado— la relevancia de la acción humana. Pues-
to que no todo está dado desde el comienzo, puesto que la libertad consiste en
la posibilidad de poseerse en el origen, la vida humana exige innovación, in-
cremento, precisamente desde el origen. Por la acción, el ser humano va cons-
tituyéndose y autorrevelándose simultáneamente, ya que el desvelamiento
ante los demás y la autoconstitución no son dos realidades distintas, sino una
2 Arendt, La condición humana, 256.
3 Aristóteles, Metafísica, trad., intr. y notas por Tomás Calvo Martínez (Madrid: Gredos, 1994),
982b 25-27.