¿Libertad o seguridad? / Luis Adolfo Gaspar Barrios
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bre; un dilema al que se enfrentan todas las sociedades, a saber, el balance
entre seguridad y libertad. En su teoría contractualista, Hobbes (2010) esta-
blece que, en un momento determinado, los ciudadanos ceden su libertad in-
dividual en aras de la constitución del Estado. No obstante, la entrega de la
libertad no es gratuita, ya que, como pago a su sacricio, el Estado tendrá co-
mo función primordial el mantenimiento de su seguridad: del cuidado de su
propia conservación. La instauración del Estado tiene como tarea fundamen-
tal proveer de seguridad a los ciudadanos. En resumen, las sociedades, cuan-
do crean los pilares del Estado, esperan que la libertad que han cedido, y que
se traduce en el control que el Estado ejerce sobre sus vidas, sea compensa-
da con el valor de la seguridad. El intercambio, en denitiva, es libertad por
seguridad.
En el marco de las democracias liberales,
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el debate se ha centrado en el pa-
pel del Estado para regular ciertos ámbitos de la vida social. Desde esta pers-
pectiva, se ha abogado por una reducción de la intervención estatal, salvo en
lo referente a las cuestiones de seguridad. Es decir, incluso desde la perspec-
tiva más reduccionista de la intervención estatal, se mantiene su obligación
irrenunciable e intransferible de velar por la seguridad y desarrollar las capa-
cidades sucientes para garantizarla. La democracia,
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como forma de gobier-
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El que el día de hoy hablemos de la existencia de democracias liberales nos induce a pensar en la
interdependencia entre el liberalismo y la democracia. De manera general, por liberalismo en-
tendemos una concepción en la que el Estado tiene poderes y funciones limitados y, por tanto,
se contrapone a lo que entendemos por Estado absoluto. Por democracia entendemos la forma
de gobierno, entre otras, en la cual el poder no recae en una sola persona, sino en la mayor par-
te. El Estado liberal encuentra en la teoría de los derechos del hombre su presupuesto losóco,
parte de la idea de que los hombres tienen por naturaleza derechos fundamentales: el derecho
a la vida, a la libertad, a la seguridad, y que el Estado, caracterizado como el poder legítimo en
ejercicio de la fuerza para obtener la obediencia de sus ciudadanos, debe respetar no intervi-
niendo y garantizarlos frente a cualquier amenaza.
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La atracción que ejerce la democracia reside en su negativa a aceptar, en principio, otra con-
cepción del bien político que no sea generada por el propio pueblo. Desde la búsqueda en las
primeras repúblicas autogobernadas de elementos de soberanía popular hasta las diversas lu-
chas en los siglos y de un sufragio realmente universal, los defensores de una mayor res-
ponsabilidad en la vida pública han intentado instaurar medios satisfactorios para autorizar
y controlar las decisiones políticas. De manera general, se trata de rechazar el papel de los mo-
narcas, príncipes o “expertos” para determinar la acción política, y de defender los controles en
la determinación de las preocupaciones e intereses públicos. En este sentido, la democracia se
ha planteado como un mecanismo que conere legitimidad a las decisiones políticas siempre
y cuando se adhieran a principios, reglas y mecanismos adecuados de participación, represen-
tación y responsabilidad. La democracia, en cualquiera de sus representaciones, es una forma
de contener los poderes estatales, mediar entre proyectos individuales y colectivos enfrenta-
dos y de exigir responsabilidades ante las decisiones políticas en circunstancias caracterizadas
por la pluralidad de identidades, formas culturales e intereses; por tanto, siempre debe ofrecer
una base para tolerar, debatir y negociar la diferencia. En resumen, normativamente, la demo-
cracia no representa un valor entre otros como la libertad, la igualdad o la justicia, sino que es