Varia
Por la unión de las izquierdas sociales y políticas. Manifiesto para un movimiento social cívico mundial
Guy Bajoit2 Profesor emérito
Universidad Católica de Lovaina Bélgica
Mis motivaciones al escribir este texto son muy simples y claras. Por una par- te, quisiera ayudar a las víctimas del capitalismo neoliberal a combatirlo con eficacia y a liberarse así de sus efectos nocivos. Por otra, quisiera ayudar a las fuerzas sociales y políticas de la izquierda a unirse alrededor de un programa común de reivindicaciones y de lucha. ¡Nada más, nada menos!
Mi presentación constará de dos partes. Inicialmente, me centraré en re- flexionar por qué el mundo de hoy anda tan mal, y después, en explicar lo que creo que puede hacerse para que ande mejor.
Efectivamente, el mundo anda realmente muy mal. Siempre he definido el de- sarrollo como “el mejoramiento de las condiciones materiales y sociales de vida de los pueblos”. En 1966, cuando comencé a dar cursos de Sociología del desa- rrollo, me acuerdo haber comparado los diez países más ricos del mundo con los diez más pobres desde el punto de vista del producto interno bruto (pib). En aquella época, los primeros eran entre 40 y 45 veces más ricos que los se-
1 Este texto fue presentado por el Dr. Guy Bajoit para dictar la Cátedra Prima de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad La Salle Ciudad de México el 1 de septiem- bre de 2021 por invitación directa del Dr. Ramsés Leonardo Sánchez Soberano. Se publica en es- te número con la autorización del autor.
2 El autor de este artículo es un sociólogo belga, jubilado hace diecinueve años (tiene 84 años). Después de haber sido, durante treinta y cinco años, profesor de Sociología del Desarrollo en la Universidad Católica de Lovaina, en Bélgica. Es hasta hoy investigador emérito en Sociología del cambio social y cultural y en Sociología de la historia. Ha sido invitado, numerosas veces, como conferencista y profesor en la Universidad Complutense de Madrid y en varias universi- dades latinoamericanas, sobre todo en Chile. Es también presidente del Centro Tricontinental (Cetri), fundado por François Houtart en 1976, en Lovaina la Nueva.
gundos. Hice el mismo ejercicio en 2020, y descubrí que la desigualdad no había cambiado mucho (salvo en algunos casos aislados): los diez países más ricos de hoy son 44 veces más ricos que los diez más pobres. Por supuesto, todos los países del mundo son más ricos en 2020 que en 1966, pero los que ya eran los más ricos en 1966 lo son mucho más en 2020, mientras que los que ya eran los más pobres lo son solamente un poco menos.
Entre 2005 y 2010, en muchos países del mundo, numerosos actores po- pulares se rebelaron contra sus condiciones materiales y sociales de vida. Sin pretender hacer aquí un inventario exhaustivo, recordaremos algunos casos: en el mundo árabe, Túnez, Libia, Egipto, Siria, Líbano, Argelia, Irak; en Asia, Irán, India, Indonesia, Hong Kong, Birmania; en África, Sudán, Etiopía, Eritrea, los países del Sahel; y en América Latina, Haití, Chile, Ecuador y Colombia. Esto, sin contar el terror y los daños sembrados por varias bandas armadas incontrolables, que quisieron tomar el poder para imponer su concepción de la vida individual y social. Y sin contar tampoco los pueblos muertos de hambre y aterrorizados que, hasta ahora, no se han atrevido a protestar porque saben lo que les pasará si lo hacen: la represión de sus gobernantes será terrible.
Además, las leyes de la naturaleza están perturbadas por las actividades (téc- nicas, económicas, militares) de los humanos y las reacciones naturales amena- zan directamente el futuro de la especie humana. Por primera vez en la historia, el peligro de destrucción de la humanidad, a corto o mediano plazo, es profunda- mente real. Parece que el homo perdió su sapiens.
Otros hechos importantes son, primero, que los pueblos que se rebelan atri- buyen la culpa de sus problemas a sus dirigentes políticos, a quienes perciben como incompetentes, traidores, mentirosos, corruptos, incapaces de cumplir las esperanzas que han despertado en la conciencia de su población; y segun- do, que estos dirigentes políticos se defienden contra las revueltas populares, ejerciendo una represión muy violenta, sin piedad: ellos y las fuerzas armadas que los protegen están dispuestos a matar.
Estos son los hechos. Es así, pueden matizarse mucho, pero es así. Las semillas de la violencia son omnipresentes en el mundo, como si estuviéramos en una ter- cera guerra mundial. En varias partes de la Tierra, nuevos muros inútiles se están levantando para separar grupos de humanos que huyen de sus países o que no re- sisten más las condiciones de su difícil contexto. Para convencerse de esto, basta con mirar cualquiera de los informativos difundidos por la televisión o internet.
Pero ¿por qué es así? Es cierto que la cuestión es muy compleja. Pero, como decía uno de mis profesores, el que quiere comprender lo que pasa en los países pobres tiene que comenzar por comprender lo que pasa en los países ricos. Des- de los años 60, y sobre todo después de 1980, muchos cambios importantes se produjeron en los países noroccidentales. Después, estos cambios extendieron
sus efectos muy rápidamente hacia el mundo entero. Entre todos estos cam- bios, dos me parecen fundamentales: a) la hegemonía mundial del capitalismo neoliberal y b) la mutación del modelo cultural de la modernidad. Veremos que el encuentro contradictorio entre estos dos cambios es lo que explica las rebeldías populares que estallaron, principalmente (pero no exclusivamente), en los países del Sur global.
La hegemonía mundial del capitalismo neoliberal
El capitalismo tiene una extraordinaria capacidad de adaptarse al medio en el que está operando, de crear nuevas maneras de funcionar y de sobrevivir a los cambios que él mismo produce. Hemos conocido cuatro edades del capita- lismo: el capitalismo artesanal-mercantilista (desde el siglo xv hasta el xviii); el capitalismo industrial salvaje (el que Marx analizó en el siglo xix); el capi- talismo proteccionista y de bienestar social (desde la crisis de 1929 hasta los años 70); y, finalmente, el capitalismo neoliberal mundializado, que se impuso a partir de los años 70 y que sigue siendo hegemónico hasta hoy.3 En cada etapa de su evolución, su lógica de funcionamiento fue distinta y es muy importante comprenderla bien, sobre todo si queremos combatir sus nefastas consecuen- cias. Veamos cuál es la lógica del funcionamiento del capitalismo neoliberal.
La mutación tecnológica (informática, robótica, inteligencia artificial, genética…), que ocurrió al comienzo de 1970, ha producido un extraordinario incremento de la productividad del trabajo. Para las grandes empresas, que supieron tomar este “viraje tecnológico” de esta forma, los mercados internos se revelaron demasiado chicos para absorber todos los bienes y servicios que estas empresas eran capaces de producir. Por lo tanto, tuvieron que competir entre ellas para buscar activamente nuevos mercados en el mundo entero.
Para conquistar los mercados externos, los grandes capitalistas presio- naron a los Estados nacionales y consiguieron reducir o eliminar los derechos arancelarios, que protegían los mercados nacionales contra la competencia extranjera, y así dejaron de circular libremente los bienes, los servicios y los capitales. Esto provocó una mutación económica, donde fue resucitada la fa- mosa creencia en el viejo liberalismo del final del siglo xviii y, ante todo, del siglo xix, según la concepción del economista escocés Adam Smith (1723-1790). De acuerdo con esta concepción, la economía no necesitaría ser regulada por el Estado porque “la mano invisible” del mercado siempre estaría cuidando por
3 Por lo tanto, afirmar (como algunos autores, después de Marx, lo repiten regularmente en cada etapa) que el capitalismo “cava su propia tumba”, que estaría en su “fase última” y que se “es- taría muriendo”, solo sirve para darse ánimo y buena conciencia, pero no corresponde a ningu- na realidad.
el interés general de la nación. Según Smith (y muchos otros), hay que dejar que los empresarios compitan entre ellos, cada uno preocupado por maximizar sus intereses: sería la mejor manera de hacerlos contribuir al interés común, sin que se den cuenta, simplemente porque los más competitivos eliminan a los que lo son menos. De allí renació, en los años 70 y 80, el liberalismo que hemos llamado neoliberalismo. Y fue una poderosa manera de producir riqueza económica: en tres o cuatro décadas, los países (los que supieron practicar há- bilmente el capitalismo neoliberal) multiplicaron por tres, por cuatro (a veces más)4 la riqueza de su nación. Creo que jamás en su historia, la humanidad ha producido tanta riqueza económica en todos los sectores de actividad destina- dos a satisfacer tantas necesidades.
La eficacia del capitalismo neoliberal fue tan grande que produjo una mutación del orden político internacional. Como bien se sabe, este orden se regulaba por las relaciones (más o menos tensas) entre los dos bloques Este y Oeste que habían ganado la Segunda Guerra Mundial. Pero el bloque del Este entró en crisis: era demasiado burocrático y rígido para resistir las exigencias de la competencia internacional. Gorbachov intentó reformar la Unión Sovié- tica con la glásnost y la perestroika, pero sus propuestas fracasaron. Y el neo- liberalismo triunfó, después de 1989, en todos los países que eran parte del bloque del Este. A partir de entonces, el orden mundial político y económico fue regulado de otra manera, por las grandes organizaciones internacionales, como el Banco Mundial (bm), la Organización Mundial del Comercio (omc), el Fondo Monetario Internacional (fmi), la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (ocde) y, por supuesto, la Organización de las Naciones Unidas (onu) y sus múltiples ramificaciones. Todas estas organizaciones, salvo la onu, son pagadas por los países más ricos del noroeste y favorecen la genera- lización del modelo neoliberal en el mundo entero. También se constituyeron grupos de Estados que, entre otros aspectos, se concertaron entre ellos (G7, G8, G20), organizaron mercados comunes (entre otros, el Mercosur) e intentaron coordinar su vida común (la Unión Europea).
Los tres cambios anteriores explican también la necesidad de una mu- tación política. Esta fue (y es todavía) la más difícil, porque se resisten más los actores, es decir, los partidos, acostumbrados a funcionar en el sistema de la democracia parlamentaria representativa. Pero los dirigentes políticos de los Estados nacionales tuvieron que adaptarse al neoliberalismo y adoptar los cam- bios que los capitalistas neoliberales exigían. Y estos cambios fueron muy radi-
4 Chile, este “laboratorio del neoliberalismo”, multiplicó por cinco su pib per cápita, que pasó de 5 mil a 25 mil entre 1990 y 2020. Pero seamos claros, esto es crecimiento económico, no es ne- cesariamente desarrollo.
cales: privatización de las empresas y de algunos servicios públicos; austeridad presupuestaria, es decir, reducción de los subsidios a las políticas sociales, a la vida cultural, al funcionamiento mismo del Estado; fin de las ayudas públicas a las empresas nacionales en dificultad y, respecto de la libre competencia con los inversionistas extranjeros, tolerancia y facilidades fiscales: no demasiados impuestos (si fuera posible ninguno), regalos fiscales, tolerancia de los paraísos fiscales; reducción de la soberanía nacional en beneficio de los tribunales inter- nacionales que juzgan los litigios, por mencionar algunos. Con estos cambios, los ciudadanos se dieron cuenta de que sus dirigentes políticos nacionales habían perdido la soberanía sobre sus países, que muchos de ellos eran corruptos, com- prados, que hacían promesas electorales sabiendo que no las podían cumplir… Y el régimen democrático parlamentario y representativo entró en una crisis profunda: las ideologías de izquierda (el comunismo y el socialismo) perdieron su credibilidad; los electores, sobre todo los más jóvenes, dejaron de votar; la extrema derecha (populista, pero también mucho más agresiva) volvió… Y los pueblos, disgustados, gritaron en las calles: “¡Que se vayan todos!”.
Las cuatro mutaciones mencionadas más arriba provocaron una quin- ta mutación también fundamental: la mutación del contrato social. ¿Cómo coexistir pacíficamente en sociedades que parecen ser gobernadas exclusiva- mente para el máximo beneficio de algunos de sus miembros, los más ricos, y no para todos? Son sociedades donde la colusión entre los dirigentes económicos y los dirigentes políticos produce desocupación laboral, exclusión social y don- de las desigualdades no dejan de crecer. En estas condiciones, el viejo contrato social5 del estado de bienestar social (estado-providencia) dejó de funcionar: el Estado no pudo seguir gastando tanto dinero, tuvo que ser un “Estado mínimo” y practicar la austeridad presupuestaria. Las consecuencias fueron numerosas: la reducción del financiamiento por el Estado de las políticas de solidaridad social ocasionó que las indemnizaciones por desempleo fueran menos generosas, la salud y la educación tuvieran altísimos costos para los ciudadanos, también la vivienda, el transporte, el acceso a la información, y que las pensiones no alcan- zaran para vivir. Todo esto para que un pequeño grupo de capitalistas, ya bas- tante ricos, pueda seguir enriqueciéndose más. Estos cambios son los primeros ingredientes de las rebeldías populares. Sin embargo, no son todavía suficientes para desencadenar un movimiento de reivindicación social: en la historia, los pueblos fueron muy pacientes y aguantaron la explotación, la discriminación,
5 Yo llamo contrato social al conjunto de dispositivos instituidos por el Estado para permitir que todos los grupos de interés constitutivos de una colectividad humana puedan coexistir pacífi- camente, negociando entre ellos compromisos aceptables entre sus intereses divergentes, con la garantía del Estado.
el hambre y la miseria sin rebelarse. Lo que falta, lo que es decisivo, es la dimen- sión cultural, que examinaremos en el punto 3 más adelante.
f ) Finalmente, tenemos que señalar una sexta mutación, tan esencial como las cinco primeras: la mutación de la integración social. Para que una colecti- vidad humana funcione bien, cada uno de sus miembros tiene que aprender de los otros (sus padres, sus maestros, sus amigos, sus vecinos y todas las ins- tituciones del Estado) cuáles son sus roles sociales y cómo tiene que cumplir- los (ser hijo/hija, ser alumno/alumna, ser novio/novia, ser marido/esposa, ser padre/madre, ser trabajador/trabajadora, ser ciudadano/ciudadana y muchos otros). Pero para que pueda cumplir estos roles como se debe, tiene que dispo- ner de los recursos necesarios: la salud, la educación, la información, el empleo o alguna fuente de ingresos, la vivienda, la seguridad social y física, etc. La idea básica del neoliberalismo es que cada individuo tiene que arreglarse solo, sin depender (o lo menos posible) del Estado para conseguir estos recursos. Esto generaliza el individualismo y el mérito individual como modo de integración social: las colectividades humanas son transformadas en una suma de indivi- duos que buscan, cada uno por su cuenta, cómo conseguir los recursos de su vida. Y, justamente, como lo veremos más lejos, la ideología neoliberal dice a cada uno de estos individuos cómo tiene que hacer para conseguirlo: ser un consumidor insaciable (y endeudado), un competidor despiadado (y despolitizado) y un comunicador incansable (que pasa su vida en internet). Es decir, un indivi- duo ccc, exactamente el tipo de persona que el capitalismo neoliberal necesita para funcionar “bien” según su lógica propia.
Para que mis lectores entiendan cabalmente lo que es la lógica del funcio- namiento del capitalismo neoliberal, tengo que hacer, brevemente, dos obser- vaciones más. La primera es que este capitalismo no es solamente un régimen económico, sino más bien un régimen global. Para funcionar bien, necesita una “colaboración” entre los seis campos relacionales constitutivos de la vida co- mún: técnico, económico, internacional, político, contrato social e integración social. Estos campos forman un todo; es decir, los actores de cada uno necesi- tan que los del anterior y los del siguiente se alineen a las exigencias de la ló- gica global. Si no lo hacen (si se resisten o se niegan), bloquean, o por lo menos, ralentizan y perturban el proceso. Mi segunda observación es que, finalmente, esta lógica es muy simple. Cualquier lector, medianamente informado e inte- resado en la vida social y política (este lector para el cual yo pretendo escribir), es capaz de comprender mi análisis.
El ser humano es un “animal de sentido”. Eso significa que necesita que los otros le enseñen cómo tiene que comportarse si quiere tener una vida que tenga
sentido (que no sea ni absurda ni arbitraria), una “vida buena” que sea consi- derada como digna para los otros y para los mismos. No es solamente un animal social, hay muchos otros: las hormigas, por ejemplo. Es un animal social cuya evolución ha dotado de un nivel elevado de inteligencia y de conciencia. Por tanto, toda colectividad humana produce referencias culturales (representacio- nes, valores, normas de conducta) que “dicen” a sus miembros lo que tienen que encontrar bueno (o malo), bonito (o feo), justo (o injusto), verdadero (o falso) en su vida personal y colectiva, en todo lo que hacen, dicen, piensan y sienten. Este conjunto de referencias es lo que se llama un modelo cultural: es una concepción de la “vida buena”. Por supuesto, los modelos culturales reinantes varían de una colectividad humana a otra y lo hacen también con el tiempo.
Por ejemplo, en Europa occidental, hasta las revoluciones industriales mo- dernas, las referencias culturales reinantes fueron definidas por el modelo cultural cristiano. Tener una “vida buena” era obedecer a los mandamientos que la Biblia atribuía a Dios, y que después la Iglesia católica y los papas (su- puestamente infalibles) atribuyeron a Jesucristo. Pero, después de varios siglos de lucha (desde el Renacimiento y el Siglo de las Luces hasta las revoluciones industriales modernas), cuando la modernidad logró imponer su concepción del mundo y de la vida (técnica, económica, política, social), el modelo cultural reinante cambió. En pocas décadas, el modelo cultural cristiano perdió una gran parte de su credibilidad (sin desaparecer) y de su hegemonía (proceso de secularización). La gente gradualmente creyó en otras referencias culturales que fueron presentadas como los nuevos “principios de sentido” que orien- tarían a los actores de la primera modernidad, la “modernidad progresista”. Recordaremos brevemente cuáles eran esos principios de sentido.
La razón. La relación del ser humano con el mundo (natural, sobrenatural, so- cial e individual) tiene que ser regida por la ciencia: los humanos tienen que observar la realidad del mundo, imaginar hipótesis, experimentar, comparar, averiguar y formular las leyes que lo rigen.
El progreso. A partir de los descubrimientos de la ciencia, pueden inven- tarse métodos e instrumentos técnicos que sirven para transformar el mundo gracias al trabajo humano, y así mejorar mucho las condiciones materiales y sociales de vida (facilitar el trabajo, el transporte, mejorar la salud, alargar la vida, aliviar poco a poco la condición humana).
La nación-patria. El espacio territorial sobre el cual está organizada la vida común tiene que ser amado por sus habitantes y defendido contra la agresivi- dad de los vecinos cercanos o lejanos: es “nuestra patria”, por la que cada uno
tiene que vivir y, si es necesario, morir; ninguna otra nación puede interferir en nuestros asuntos internos.
La democracia representativa. Los seres humanos no necesitan, para gober- nar su vida común, ni el poder espiritual de los dioses ni el de los cleros, ni el poder temporal de los reyes ni el de los aristócratas. Los humanos no son sola- mente seres racionales, también son razonables: son capaces de autogobernar su vida común por la democracia representativa, en el respeto de la libertad de cada uno de sus miembros.
La igualdad en utilidad. Los seres humanos “nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Las distinciones sociales solo pueden basarse en la utili- dad común”.6 Sus derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y la resis- tencia a la opresión. Por tanto, la utilidad limita la igualdad: entre los humanos los hay más útiles, menos útiles, inútiles y nefastos; no son iguales.
El deber. La vida común implica una división social del trabajo. Cada miem- bro del colectivo tiene que cumplir con los deberes (las normas) que corres- ponden a los roles sociales que desempeña, de tal manera que cada uno tiene interés en cambiar su libertad natural (hacer lo que quiere con sus riesgos y peligros), por una libertad política que garantice la seguridad de su persona y de sus propiedades.7
En la modernidad progresista, adherirse a estos seis principios era lo que cada uno tenía que hacer para lograr una vida que tuviera sentido, una “vida buena”.
Todo modelo cultural propone a los humanos una utopía que, supuestamente, debe permitirles organizar la cooperación entre ellos para vivir felices, en paz, en “el mejor de los mundos”.8 Lastimosamente, en el curso de la historia, las cosas suelen pasar de manera muy diferente. La cooperación siempre genera conflic- tos, competición y contradicciones que la perjudican. La modernidad progre- sista fue una de estas lindas utopías, en nombre de la que, los actores hicieron, durante dos siglos, muy buenas cosas para mejorar las condiciones de vida de los humanos, sobre todo de los que viven en los países del noroccidente. Pero también, en el nombre de los mismos principios, cometieron una gran cantidad
6 Este es el primer artículo de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, apro- bada el 26 de agosto de 1789 por la Asamblea Nacional, más de tres meses después del inicio de la Revolución francesa.
7 Es la idea central del contrato social según Rousseau.
8 Las utopías son necesarias y útiles. Los humanos necesitan soñar en “el mejor de los mundos” y, por tanto, producen periódicamente nuevas utopías, que les permiten criticar, rechazar y com- batir lo que sus dirigentes hicieron de las utopías anteriores. El Renacimiento fue un tiempo fe- cundo en utopías, por ejemplo, la de Thomas More.
de crímenes (explotación, colonización, guerras entre las naciones, fascismos, persecuciones, intolerancias…), de tal manera que, a partir de la segunda mitad y, sobre todo, del tercer tercio del siglo xx, los principios de sentido de la moder- nidad progresista entraron en crisis, es decir, su credibilidad (su poder de legiti- mación de las prácticas de los actores) comenzó a disminuir. Desde 1960 y hasta hoy, todos los olvidados de la modernidad (los pueblos de los países colonizados, las mujeres, los jóvenes, los pobres, los homosexuales9…) empezaron a denunciar la traición de la modernidad progresista por los dirigentes de la economía y de la política. Y ¿en qué consistía esta traición? En lo de siempre: estos dirigentes estaban interpretando los principios de sentido del modelo cultural progresista de tal manera que sirvieran a sus intereses particulares, sin preocuparse mucho del interés general.
Daremos algunos ejemplos de estas interpretaciones contrarias al interés general:
La razón. Conocer las leyes de la naturaleza y actuar sobre ellas puede también perturbar los equilibrios naturales; estas perturbaciones pue- den, a veces, amenazar gravemente la supervivencia de la humanidad, es el caso del calentamiento del planeta, por ejemplo; así que no cualquier descubrimiento científico es bueno.
El progreso. Tampoco cualquier técnica nueva constituye un progreso. Numerosos ejemplos de innovaciones tecnológicas que tuvieron efectos muy nefastos pueden ser citados, desde los abonos que envenenan las aguas subterráneas hasta la bomba atómica.
La nación-patria. La idea de nación fue una nueva manera de crear iden- tidades colectivas que permitieron sobrepasar las tensiones entre regio- nes (condados, ducados, principados…) y construir entidades más gran- des y fuertes. Pero también los conflictos bélicos entre estas identidades fueron una fuente inagotable de guerras devastadoras, desde las guerras napoleónicas hasta las guerras mundiales del siglo xx.
La democracia. Se trata de un valor fundamental de la modernidad que, en general, ha sido traducido por el régimen parlamentario y represen- tativo, con varias modalidades de elección. El problema es que los ele- gidos tienen interés en escapar al control de sus electores, y que, como
9 El sociólogo francés Alain Touraine solía decir en sus clases que la modernidad había sido in- ventada y respondía muy bien a los intereses de los hombres, adultos, blancos, ricos y hetero- sexuales. Los que no cumplen una o varias de estas cinco condiciones son marginalizados. Y son “olvidados”, salvo si se ponen a gritar fuerte, y a molestar mucho para reclamar sus dere- chos. Y, justamente, lo que pasó entre los años 70 y 90 fue el despertar de los (nuevos) movi- mientos sociales de todos estos “olvidados”.
contraparte, los electores no están tampoco muy dispuestos a controlar a los elegidos.10 Esto termina en la dominación de los partidos políticos: la partidocracia.
La igualdad en utilidad. Los que son considerados como de igual utilidad son tratados igualmente; pero los criterios de evaluación de la utilidad son fijados por los que se consideran como los más útiles (por ejemplo, el tra- bajo intelectual es mejor pagado que el trabajo manual; los hombres son mejor pagados que las mujeres…).
El deber. En su práctica concreta, los seres humanos, en lugar de elegir entre los dos tipos de libertades (natural y política), prefieren gozar de ambas (engañar la ley y reclamar su protección, por ejemplo); aun si ne- cesitan de la vida colectiva para desarrollarse como personas en medio de los otros, su individualismo no desaparece nunca.
Con esta crisis de la modernidad progresista y con la mutación del capitalis- mo que se produjo en el mismo tiempo (ver arriba “La hegemonía mundial del capitalismo neoliberal”), puede decirse que el mundo —comenzando por los paí- ses noroccidentales, pero extendiéndose después a casi todos los otros países— entró en una época de transición, no solamente de las prácticas (técnicas, eco- nómicas, políticas y sociales), sino también de las creencias culturales. Hemos dejado, poco a poco en medio siglo (de 1970 a 2020), de creer en los principios de sentido de la primera modernidad (progresista) y nos pusimos progresivamente a creer en nuevos principios de sentido, que yo llamo el modelo cultural subjetivista de la segunda modernidad.
Con este cambio, la “vida buena” ha sido definida de otra manera: lo que los seres humanos de hoy tienen que considerar como bueno, bonito, justo y verdadero, y lo que tienen que hacer, decir, pensar y sentir, si quieren considerarse y ser considerados como poseedores de una “vida buena”, es, en gran parte, distinto de lo que era hace medio siglo.11 Veamos cuales son las características de esta vida.
10 El sociólogo alemán Robert Michels (1971) llamó a este fenómeno “la ley de bronce de la oligarquía” por- que es una tendencia inflexible (dura como el bronce) y que lleva siempre al mismo resultado: los ele- gidos terminan por formar una casta dominante (una oligarquía) que aliena y engaña a los electores.
11 Este cambio muy profundo de la concepción de la “vida buena” no es el primero en la historia de la cultura de Europa occidental. Hubo cuando menos tres otros antes: entre el modelo cultu- ral cívico de la Grecia clásica y el modelo cultural aristocrático de la Roma antigua; entre este último y el modelo cultural cristiano de la Edad Media; y entre este último y el modelo cultu- ral progresista de la primera modernidad. Sin embargo, estas tres épocas de transición fueron mucho más largas que las que nos hicieron pasar al modelo cultural subjetivista.
La ética. La ciencia tiene que rendir cuentas a un valor superior a ella misma: la ética. Por ejemplo, ciertas investigaciones delicadas sobre el ge- noma humano, ciertas manipulaciones genéticas (como la clonación) tie- nen que ser solicitadas y autorizadas por una comisión de ética; lo mismo vale para todas las ciencias, naturales y humanas.
La ecología. El progreso tiene que ser responsable delante de algo más importante: la naturaleza. Tenemos que protegerla, cuidar los recursos no renovables, la biodiversidad; tenemos que respetar las leyes de la natura- leza porque somos parte de ella, como los vegetales, los animales, el agua, el aire, la tierra, los mares, etcétera.
La tolerancia. Las relaciones entre las naciones tienen que ser regidas por un principio más importante que ellas mismas: la tolerancia. Tenemos que instituir dispositivos que permitan asegurar la coexistencia pacífica entre todos los componentes de una humanidad por fin pacificada; la onu tiene que intervenir en todos los lugares donde la paz esté amenazada.
La democracia directa. El que delega su poder lo pierde (como ya lo decía Rousseau12 en 1762). El ciudadano es más importante que el representan- te, el elector vale más que el elegido. Por tanto, la democracia tiene que ser directa: referéndum, asambleas, cabildos, plebiscitos, descentraliza- ción, federalismo.
La equidad. La igualdad no tiene que ser evaluada por el criterio de la utilidad, sino por un criterio más importante: el mérito. La equidad es precisamente la igualdad de mérito (como es el caso en las competencias deportivas). Y el mérito se mide con la creatividad, la imaginación, la li- bertad del pensamiento y la experiencia.
El individuo-sujeto-actor.13 El deber tiene que ser conciliado con el dere- cho de cada individuo de ser sujeto de sí mismo y actor autónomo de su vida personal. Este imperativo general se traduce en algunos derechos- deberes más concretos de cada individuo. Son los derechos-deberes de ser sí mismo, de elegir su vida, de ser feliz (en su cabeza, su cuerpo y su corazón); de ser prudente y de ser tolerante.
Es importante darse cuenta del cambio radical que representa esta muta- ción del modelo cultural de la modernidad. Por primera vez en la historia de Europa occidental, pero muy probablemente del mundo, la cultura reinante “dice” a través de múltiples canales de comunicación que estos principios nue-
12 “La soberanía no puede ser representada, por la misma razón que no puede ser enajenada; con- siste esencialmente en la voluntad general, y ésta no puede ser representada: es ella misma o es otra; no hay término medio” (Rousseau, 1982, p. 32).
13 Es porque este principio es el más importante de los que constituyen este modelo cultural que yo lo llamo subjetivista.
vos que acabo de enunciar son legítimos. Nunca antes (que yo sepa), una colec- tividad había dicho a todos sus miembros: “Tienes el derecho de ser tú mismo y de elegir tu vida; de vivir en un mundo seguro, en paz, de expresar tus nece- sidades, de sentirte bien en la naturaleza”. Veamos ahora lo que pasó con esto.
La causa principal de las rebeldías y de la violencia
Los dos cambios fundamentales mencionados más arriba (la hegemonía del ca- pitalismo neoliberal y la mutación del modelo cultural de la modernidad) son profundamente contradictorios. Los seres humanos de hoy, sobre todo los jóve- nes, sienten y desean (conscientemente o no, incluso si no lo pueden formular como yo lo hago aquí) el derecho y el deber de adherirse a los principios de sen- tido del modelo cultural subjetivista, que así tiene que ser su “vida buena”. Y, en el mismo momento cuando sienten y desean esto, se acuerdan de que viven en un mundo gobernado por una clase económica capitalista neoliberal y de que unos dirigentes políticos cómplices de la primera, precisamente, les quitan los recursos para poder adherirse a los principios de sentido de este modelo cultural. Por una parte, el modelo cultural les invita a esperar, a creer, a formar sus expectativas, a trabajar, a invertir su energía en este proyecto de autorreali- zación personal; por otra, la lógica neoliberal los excluye del empleo, del ingreso, de la salud, de la educación, de la vivienda… porque todo esto es demasiado caro para muchos de ellos.
Esta contradicción es, simplemente, desesperante. Importa mucho com- prender por qué. Para un individuo, pensar “yo no seré nunca nadie” es muy distinto cuando siempre ha sabido: “Es así por mi condición social, como lo fue también para mi padre, para mi abuelo”, que cuando dice: “Todos me han deja- do creer que yo podía y que yo tenía que ser alguien en mi vida”. La sociología conoce, desde los siglos xviii, xix y xx (tiempo de las grandes revoluciones), la influencia que tiene la esperanza de una vida mejor sobre el comportamiento de los pueblos dominados: cuando no esperan, se resignan; cuando esperan, están dispuestos a pelear para cumplir sus expectativas. La manera más eficaz de provocar la rebeldía de un pueblo es hacerle promesas de reformas que van a mejorar sus condiciones de vida y, después, retractarse y no cumplirlas. Esto provoca una “frustración relativa” que genera un profundo sentimiento de in- justicia y desata la rebeldía: es la principal de las razones que hacen al pueblo bajar a las calles para gritar su rabia, y, a veces, para quebrar todo.
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Lógica dominante y lógica dirigente
Los que controlan y gestionan la riqueza económica (la clase gerencial) y los que ejercen el poder político (los gobernantes) son dos actores sociales indispensa- bles: las funciones que cumplan son vitales en toda colectividad humana. Sin embargo, estos actores pueden ejercer estas funciones de dos maneras: pueden ponerse al servicio del interés general de toda la colectividad o pueden limitarse a velar por sus intereses particulares. En el primer caso, diremos que obedecen a una lógica dirigente, y en el segundo, a una lógica dominante.14 En general, mezclan estas dos lógicas: tienen una cierta conciencia de la misión cívica que cumplen, pero los puestos que ocupan les permiten también cuidar sus intereses privados y los de su familia y amigos. En realidad, no es por ser buenas o malas personas que prefieren practicar una lógica más que la otra, es por la lógica misma de las relaciones sociales en las que están involucrados. Voy a tomar un ejemplo que nos interesa directamente aquí. Es muy sabido que la mayor parte de los capitalistas neoliberales es mucho más dominante que dirigente: es un hecho, públicamente denunciado, que son ellos los que controlan y gestionan la rique- za económica de los países. Esta preferencia por la lógica dominante les hace cometer varios comportamientos incívicos, es decir, contrarios al interés gene- ral. Recordaremos cuáles son exactamente estos comportamientos dominantes.
Explotar y precarizar los trabajadores. Pagar salarios lo más bajos posi- ble, imponer contratos de trabajo a tiempo parcial o a duración deter- minada, recurrir al trabajo sin contrato, pagar menos a las mujeres que a los hombres, acortar el tiempo de aviso con anticipación en caso de despido, imponer malas condiciones de trabajo.
Engañar a los consumidores. Inundar el mundo (las calles, los medios de comunicación, las redes sociales) de publicidad para manipular las necesidades y crear nuevas; incitar a los consumidores a endeudarse con los bancos y con empresas financieras; practicar la obsolescencia pro- gramada; utilizar, en los productos alimentarios, conservadores y otros productos químicos que pueden dañar la salud de los consumidores.
Destruir el medio ambiente. Contaminar los suelos y las aguas subterrá- neas, el aire, los ríos, los glaciares, el mar; destruir los bosques y la bio- diversidad; explotar los recursos naturales no renovables como si fueran ilimitados; transformar el océano en basurero.
14 Esta distinción está retomada de Alain Touraine (1973).
Engañar y corromper el Estado. Practicar el fraude fiscal para pagar menos impuestos; expatriar las ganancias de sus empresas a paraísos fiscales; exigir regalos fiscales o reducciones de impuestos, en particu- lar sobre las fortunas; negar o reducir su participación financiera en la seguridad social (las indemnizaciones de desocupación, las pensiones, los seguros contra las enfermedades y los accidentes); corromper a los dirigentes políticos y a los funcionarios.
Privatizar los bienes comunes. Obtener ganancias privadas con bienes y servicios que no pueden ser mercancías, sometidos a la ley de la oferta y de la demanda, porque pertenecen al patrimonio común de la humani- dad, responden a necesidades vitales y constituyen el interés general de los pueblos. Estos bienes y servicios tienen que seguir siendo públicos, gestionados por el Estado y sus precios deben estar al alcance de todos.
f ) Colaborar con inversionistas extranjeros. Ellos no tienen por qué preo- cuparse por el interés general. Lo que les interesa —es banal decirlo— es ganar mucho dinero, explotando los recursos de un país extranjero. Cola- borar con ellos sin exigir condiciones es un comportamiento irresponsable e incívico. Sin embargo, muchos empresarios de los países del Sur, partida- rios del modelo neoliberal, participan en alianzas con empresas multina- cionales extranjeras cuyo objetivo es la explotación de recursos naturales.
g) No respetar los derechos humanos. Hacer trabajar a niños, a mujeres y a hombres en condiciones inhumanas; deslocalizar sus empresas en paí- ses donde los dirigentes políticos prohíben el sindicalismo; financiar golpes de Estado para cambiar los gobiernos que no les convienen; sos- tener gobiernos que no respetan los derechos humanos; todas ellas son también prácticas contrarias al interés general.
¿Por qué se comportan de esta manera?
Estos comportamientos se explican por la lógica de la competencia, que es el cre- do del liberalismo y del neoliberalismo. En efecto, como ya lo dije, según el dis- curso ideológico liberal, la competencia sería la “mano invisible” que tendría la virtud de favorecer a los consumidores, al seleccionar los productos de la mejor calidad y venderlos a los mejores precios. Esta afirmación es objetivamente falsa, una mentira. La verdad es que cada uno de estos comportamientos incívicos tie- ne la “virtud” de reducir los costos de producción de los bienes y servicios que las empresas capitalistas tienen que vender sobre los mercados. Por lo tanto, cada uno de estos comportamientos permite aumentar la competitividad de la em- presa sobre estos mercados y, así, conservar los que ya tiene y conquistar nuevos.
Dicho de otra manera, no son las cualidades personales de los capitalistas neoliberales las que explican estos comportamientos incívicos, sino la lógica de la relación entre ellos, que los hace preferir ser dominantes más que dirigentes. El gerente, el dueño de una empresa o la asamblea general de los accionistas que, por una u otra razón —por ejemplo, motivos religiosos, éticos o cívicos— se niegue a comportarse de esta manera puede estar más o menos seguro de ser eliminado del mercado por los otros competidores en poco tiempo. El mundo económico neoliberal es un mundo en el que los más incívicos ganan más que los que lo son menos, todos los otros pierden algo y, a veces, pierden todo. Son los más ricos quienes dictan las reglas del juego. Además, se niegan a tener árbitro: prefieren que el Estado no intervenga.
¿Qué hacer para obligar a la clase capitalista neoliberal a ser dirigente?
¿Qué hacer frente a una clase capitalista neoliberal más dominante que diri- gente y a unos dirigentes políticos cómplices de ella que reprimen duramente las protestas populares? Hay varias soluciones. Algunos creen que es posible escapar a la dominación neoliberal, consiguiendo los bienes y servicios que ne- cesitan en empresas alternativas que funcionan bajo una lógica de solidaridad (la economía social solidaria o la economía de transición). Otros, en el otro extremo, creen hay que eliminar las empresas neoliberales, expropiarlas de sus bienes y nacionalizarlas, dicho de otra manera, hacer la revolución. Y, por su- puesto, en medio de estos dos extremos, están los que piensan que hay que imponer a los capitalistas neoliberales unas regulaciones políticas. Personal- mente, para poner bien claramente mis cartas sobre la mesa, estoy convencido de que la tercera solución es la mejor: la menos costosa en vidas humanas, la que más puede desarrollar la conciencia ciudadana de los pueblos y la más eficaz. Pero ¿quién les puede imponer semejantes limitaciones?
A partir de la unificación de los movimientos sociales existentes en cada país del mundo (siempre hay movimientos sociales pero habitualmente asi- lados los unos de los otros, cada uno ocupado con la causa que defiende), hay que crear un movimiento social cívico mundial, capaz de ejercer una presión conflictual suficientemente fuerte sobre los dirigentes políticos, para que ellos prohíban con leyes los comportamientos incívicos de los dirigentes económicos y para que los obliguen a financiar el mejoramiento de las condiciones mate- riales y sociales de vida del conjunto de la población, es decir, a promover un verdadero desarrollo de los países. Esta propuesta es perfectamente realista, como lo vamos a ver a continuación. Estoy convencido de que las condiciones están reunidas hoy para crear un movimiento mundial de protesta contra el neoliberalismo.
Pero ¿qué es un movimiento social cívico?
Cualquier movimiento social puede ser definido como una acción colectiva, solidaria y conflictual, que tiene cuatro componentes fundamentales. El actor que participa en la movilización tiene una identidad (“nosotros los…”) y se opone a un adversario (“contra ellos, los…”), del cual reclama un bien legítimo (“en nombre de…”); para ello, emplea ciertos métodos de lucha (“con cuáles métodos”).15 El movimiento obrero fue, durante por lo menos un siglo, el tipo ideal del movimiento social: “Nosotros los proletarios, contra ellos los patrones burgueses, en nombre del mejoramiento de nuestras condiciones materiales y sociales de trabajo y de vida, y por el método de la huelga”. Con esta larga y dura lucha, el movimiento obrero consiguió la transición del capitalismo sal- vaje del siglo xix al capitalismo de Estado-providencia del siglo xx, que fue en gran parte destruido por el capitalismo neoliberal.
Es importante explicitar estos cuatro componentes en el caso del movimien- to cívico que nos interesa aquí. Escuchamos lo que dice la gente del pueblo:
Nosotros los ciudadanos de este país (trabajadores, contribuyentes, consumi- dores de bienes y servicios privados, usuarios de bienes y servicios públicos, jóvenes, hombres, mujeres, adultos, viejos, creyentes, no creyentes, de diversas culturas, habitantes de la Tierra y participantes de la naturaleza...) contribui- mos todos, de diversas maneras, año tras año, a producir la riqueza económica de nuestro país. En tanto que ciudadanos, tenemos derechos: a la salud, a la educación, a la vivienda, al empleo, a la seguridad, a la libertad de expresión, a la resistencia a la opresión. Todos estos bienes los necesitamos para tener una “vida buena”, para ser sujetos de nosotros mismos y actores autónomos de nuestra vida personal. Pero resulta que no los tenemos o, por lo menos, no en suficiencia, porque son apropiados por los dirigentes de la economía, que se los reparten entre ellos y con los dirigentes políticos. Nosotros somos los ciu- dadanos engañados, cuyas necesidades son constantemente manipuladas por la publicidad, que nos pone en la nariz los bienes y servicios que desearíamos consumir, pero que no podemos comprar porque son demasiado caros; solo podremos conseguirlos si nos endeudamos, lo que es peor aún. Esta frustración de todos los días nos parece profundamente injusta, inadmisible, intolerable.
15 Esta definición viene de Alain Touraine (1973). Solo la he completado, añadiendo un cuarto componente.
Los que se apropian de los excedentes económicos —cualquiera que sea su for- ma: plusvalía sobre el trabajo, intereses bancarios, rentas inmobiliarias o re- galías, ganancias especulativas o beneficios comerciales— son los propietarios de las empresas que gestionan estas ganancias según sus intereses. Es muy importante entender que esta apropiación pasa por el mercado, sea financiero (endeudamiento), sea comercial (consumo). En otras palabras, lo que es de- cisivo para que el capitalista pueda entrar en posesión de los excedentes es que existe una demanda solvente, dispuesta a pagar el precio del mercado. Por tanto, la capacidad de las empresas de crear necesidades y de renovarlas permanentemente por la manipulación de la conciencia16 (o del subconsciente) de los consumidores es la primera clave del sistema: el cliente compra porque tiene el deseo irreprimible de poseer el último modelo de tal o tal bien o servi- cio que está de moda. Para lograr este resultado, la publicidad frenética es el método más eficaz. La segunda clave del sistema es la competitividad, como ya lo dijimos (ver “Lógica dominante y lógica dirigente”). Para ser y seguir siendo competitivos en un mercado libre, los capitalistas tienen que practicar varios o todos los comportamientos incívicos que hemos mencionado más arriba, es decir, que su gestión tiene que ser más dominante que dirigente.
En este punto hay dos apuestas fundamentales:
Prohibir con leyes los comportamientos incívicos de los capitalistas neo- liberales.
Obligarlos con leyes a asumir su responsabilidad en el desarrollo de la colectividad.
El desarrollo es un tema muy complejo. Durante muchos años (desde 1950 hasta el fin del siglo xx), el desarrollo era sinónimo de modernización de la sociedad y de la industrialización de su economía. Por tanto, los modelos de desarrollo eran las vías de la industrialización tales como fueron practicadas con éxito por los países del Norte: la vía liberal británica y, después, norteame- ricana; la vía nacionalista alemana, francesa, etcétera; la vía socialdemócrata de los países escandinavos; y la vía comunista de la urss. Los dirigentes de los paí- ses del Sur se peleaban, a veces con mucha violencia, entre los partidarios de
16 Pretender que el consumidor es “libre” de comprar o no es otra mentira del neoliberalismo: la manipulación de la conciencia provoca una forma de alienación que es una forma de coerción más fuerte que su voluntad.
las ideologías y de las políticas que proponían e imponían los países del Norte, para elegir la vía que iban a seguir.
Con la crisis de la modernidad progresista, de sus prácticas y de sus princi- pios de sentido, el problema del desarrollo tuvo que ser enteramente repensa- do. Los pueblos del Sur quisieron inventar su propia vía de desarrollo de mane- ra completamente autónoma. Muchas veces, plantearon un modelo inspirado por las culturas singulares que fueron, y siguen siendo, las suyas, antes de la dominación imperialista ejercida por los países del Norte. Estas concepciones del desarrollo, defendidas hoy por muchos pueblos originarios, en particular en América Latina, han sido llamadas teorías del buen vivir (sumak kawsay, en quechua).
El modelo de desarrollo, que yo propongo en el cuadro siguiente, es una síntesis provisoria que saco de mi experiencia personal, por tanto, es una hi- pótesis. Para mí, el desarrollo de una colectividad humana depende de la capa- cidad de sus actores (dominados y dominantes) de ponerse de acuerdo sobre algunas soluciones consensuales a los siete problemas vitales que les plantea su vida común.17 Cada uno de estos siete problemas, efectivamente, necesita la colaboración entre estos actores dominantes y dominados, pero es también una fuente de desacuerdos profundos entre ellos, sobre las finalidades que tie- nen que ser alcanzadas, y, por tanto, puede causar conflicto, competencia y contradicción.
Estoy profundamente convencido de que si el mundo de hoy anda mal (ver aquí “¿Por qué el punto anda tan mal?”), es porque en la mayoría de los paí- ses (no en todos, hay algunas excepciones más o menos exitosas, y también intentos de desarrollo habitualmente saboteados y fracasados), ni los dirigen- tes económicos neoliberales ni tampoco los dirigentes políticos en el poder se preocupan realmente de otra cosa que de sus intereses particulares, es decir, lo que figura en la segunda columna del cuadro más abajo. En consecuencia, lo repito, un movimiento social cívico, en cualquier país (de Norte como del Sur), debería ejercer sobre ellos una presión suficientemente fuerte para obligarlos a realizar también las finalidades del desarrollo indicadas en la tercera columna de este cuadro.
17 Estas soluciones no tienen que ser necesariamente “modernas”. Muchos pueblos del mundo han resuelto estos problemas bien antes de la invención de la modernidad y dejaron, hasta hoy, el recuerdo de un alto nivel de civilización.
Finalidades del desarrollo | Según los capitalistas neo- liberales y los dirigentes políticos de la derecha | Según las clases populares y los dirigentes políticos de la izquierda |
El bienestar económico | Que la riqueza económica na- cional (el pib) siga creciendo. | Que la repartición de la riqueza material sea más igualitaria. |
La paz y la autonomía nacional | Que los intercambios comer- ciales con otros países sean provechosos. | Que los recursos de la colectivi- dad sirvan para el provecho de su pueblo. |
La precaución ecológica | Que los recursos naturales sean plenamente explotados. | Que los recursos no renovables no sean agotados y que la na- turaleza sea protegida. |
La democracia política | Que el orden político interno sea firmemente mantenido. | Que sea garantizado el derecho de los ciudadanos a una demo- cracia política real. |
El contrato social | Que la coexistencia pacífica interna sea asegurada. | Que ningún grupo de interés sea excluido del contrato social. |
La integración social | Que los miembros de la colec- tividad sean bien socializados. | Que cada uno disponga de los recursos que necesita para cum- plir sus roles sociales. |
El proyecto cultural legítimo | Que la ideología de la clase dominante y de los dirigentes políticos sea impuesta a todos. | Que las diferencias culturales sean plenamente respetadas. |
Por supuesto, es tarea de cada movimiento social cívico, en el país donde le toca actuar, negociar con los dirigentes políticos el contenido efectivo de cada una de las siete finalidades consideradas y, por tanto, de las leyes que tendrían que promulgar para obligar a la clase capitalista neoliberal a utilizar la riqueza en favor de un verdadero desarrollo del conjunto de la población. No hay solu- ciones universales.
Los métodos de lucha de ayer pueden ser considerados como obsoletos: mi- les de personas que ocupan las calles, destruyen o degradan bienes colectivos o privados para enfrentar una represión excesiva con todos sus riesgos y sus consecuencias son métodos de otros tiempos que deberían ser abandonados.
Utilicemos las “armas” que nuestro adversario nos pone entre las manos. Hoy en día, con los adelantos de la tecnología, los movimientos sociales pueden ser mucho más eficaces sin necesidad de ser tan heroicos, y sin correr el riesgo de desprestigiarse ante la opinión pública. Las iniciativas de un movimiento social, por ejemplo, la decisión de emprender una acción, pueden ser comuni-
cadas a millones de personas en muy poco tiempo. Además, la huelga del tra- bajo, si bien sigue siendo útil en ciertas condiciones, puede ser ventajosamente reemplazada por otra mucho más eficaz: la huelga del consumo. Este tipo de huelga puede utilizar un método mucho más eficaz: el boicot. Si, por algún motivo específico, un millón de personas decidiera amenazar con su teléfono portátil o su computadora y desde su casa a un banco con retirar su dinero, o amenazar a una empresa con dejar de comprar sus productos o sus servicios, su presión sería tan fuerte que obligaría a este banco o a esta empresa a tomar seriamente en cuenta sus reivindicaciones. ¿Qué haría entonces el dueño de la empresa? Dirigirse a los gobernantes para que promulguen una ley que prohi- biera el boicot. Y ¿cómo reaccionaría el movimiento cívico? Boicoteando esta ley, con desobediencia pasiva.
Las condiciones para que un movimiento social sea eficaz
Para un movimiento social, ser eficaz es conseguir lo que sus participantes exigen, es decir, en este caso, eliminar las consecuencias nocivas del neolibera- lismo y alcanzar las finalidades de un desarrollo verdadero.
Los movimientos sociales de hoy pueden ser muy movilizadores, pero les cuesta mucho ser eficaces a causa de la desconfianza de sus militantes a las organizaciones, en general, y a los partidos políticos y sus dirigentes, en parti- cular. Esta actitud se explica por la mutación cultural (analizada más arriba) que cambió la relación de los jóvenes con el militantismo: no les gusta delegar el poder, negociar con el adversario, hacer compromisos, controlar los compor- tamientos de sus miembros, establecer alianzas con organizaciones sociales y políticas, etcétera. Y es cierto que, a estas prácticas, típicas de los movimientos sociales de ayer, les costó, muchas veces, burocratizarse o ser recuperadas por los políticos. El riesgo es real y, por tanto, tiene que ser tomado en cuenta con seriedad. Sin embargo, sacrificar la eficacia de un movimiento social por miedo a este riesgo es un mal cálculo.
Es la razón por la cual me permito añadir algunos consejos prácticos, que he obtenido de mis observaciones de diversos movimientos sociales.
Las reivindicaciones tendrían que ser precisas y limitadas. No hay que pedir todo de una sola vez: es preferible repartirlas en el tiempo. Es esen- cial acumular victorias parciales para mantener el nivel de movilización (porque los fracasos desmovilizan).
Hay que saber manejar el nivel de la represión. Las manifestaciones pa- cíficas son más eficaces que las más violentas. El adversario y las fuerzas represivas lo saben: tienen interés en que las manifestaciones sean vio- lentas porque esto les desprestigia ante la opinión pública.
Los métodos de lucha tienen que ser legítimos. Un movimiento social no puede permitir a sus miembros dañar a las personas ni destruir bienes públicos (el metro, por ejemplo), o bienes privados (el supermercado de la esquina, por ejemplo).
Por tanto, un movimiento social tiene que organizar su propio “servicio interno de orden”, para calmar o echar a los participantes violentos. Mu- chas veces, los movimientos son infiltrados por participantes incontrola- bles o por miembros de la policía o de las fuerzas armadas, cuya intención es provocar una deriva violenta.
Hay que lograr el apoyo de la opinión pública y saber utilizar los medios de comunicación. Un movimiento social tiene que convencer a la mayor cantidad de personas de la legitimidad de sus reivindicaciones y ganar así su apoyo. Por ello, un movimiento social debe tener uno o varios voceros autorizados para hablar en su nombre.
Hay que tener una buena política de alianzas con otros movimientos so- ciales. No faltan, en la mayoría de los países, movimientos que luchan contra el capitalismo o por otras causas importantes. En general, estos movimientos han creado organizaciones (los sindicatos, por ejemplo) que tienen una larga experiencia y su apoyo puede ser apreciable.
Hay que saber negociar con el adversario y aceptar compromisos. Esto implica que el movimiento social elija entre sus miembros negociadores y que les delegue el poder de presentar las reivindicaciones al adversario y discutir con él. Después, estos delegados tienen que rendir cuentas al movimiento de sus negociaciones.
Hay que tener aliados políticos para transformar los compromisos en le- yes. El valor de un compromiso depende de su transformación en una ley que lo garantiza. Por esta razón, es importante, e incluso esencial, que un movimiento social sea apoyado en el Parlamento por algunos represen- tantes políticos aliados que defiendan estas leyes y las hagan aprobar.
Todo lo que precede hace imprescindible que un movimiento social tenga una buena organización interna. Una organización no puede funcionar correctamente sin disciplina (división de las tareas y autoridad). Si la dis- ciplina interna es necesaria, también necesita el respeto de una demo- cracia interna. Los delegados, que el movimiento social necesitará para ejercer funciones dirigentes, tienen que ser elegidos democráticamente por sus bases y estrechamente controlados por ellas.
Finalmente, en lugar de enfrentar a la policía en las calles de las ciuda- des, es preferible que los militantes de hoy hagan un uso intensivo de los medios modernos de comunicación para organizarse.
Dejemos a la fecunda imaginación de los jóvenes de hoy que encuentre ma- neras de hacer todo esto, de acuerdo con su concepción de una nueva demo- cracia social, política y económica. Y que tengan el coraje de seguir luchando “hasta que la dignidad se haga costumbre”.18
Referencias
Michels, R. (1971). Les partis politiques. París, Francia: Flammarion. Rousseau, J. J. (1982). Del contrato social. Madrid, España: Alianza. Touraine, A. (1973). Production de la société. París, Francia: Seuil.
18 Como lo dijeron los participantes del movimiento insurreccional chileno del 18 de octubre de 2019.