Logos / Año XLIX / Número 136 / ene-jun 2021 / pp. 159-175 163
ción letrada recurría a dioses extranjeros en busca de consuelo, o, también, a
las nuevas escuelas losócas que surgen justo en este periodo de “desespera-
ción”, como lo llama E. R. Dodds en Cristianos y paganos en una época de angustia
(1975). Comúnmente, conocemos a estas escuelas (epicureísmo, escepticismo y
estoicismo) por carecer de un sistema losóco, al ser comparadas con las au-
toridades que, ya para entonces, eran Platón y Aristóteles. Puesto que, tal co-
mo señala García Gual (2007), “la losofía [helenística] busca y propone un n
a la existencia en esta realidad que de pronto se ha vuelto extraña. Lo propo-
ne al hombre solo, náufrago de esa confusión vital que las convulsiones socia-
les del helenismo prodigan” (p. 103).
Por lo tanto, para estas nuevas escuelas losócas ya no se trataba de la
búsqueda de una verdad última que diese sustento metafísico a las aparien-
cias del mundo presente, ni de averiguar de qué manera sucede el movimiento
entre unos cuerpos y otros, ni de saber cuál es el origen del movimiento prime-
ro. La epistemología no había sido abandonada, pero su aplicación a las nece-
sidades del hombre antiguo en el contexto cosmopolita del mundo helenístico
fue distinta: se buscaba una razón u orden, una “razón dulcicadora” para la
amargura del confuso tiempo presente. Se necesitaba, pues, de un tipo de -
losofía diferente, “[…] una losofía que en ocasiones parecía más una fe, una
religión, una creencia fulgurante y ardiente que buscaba llegar a los demás,
propagarse y no auto-contemplarse soberbiamente” (Rivara Kamaji, 2004, p.
103). Pero de estas tres escuelas la que aquí nos ocupa es la estoica, de la que
Séneca forma parte como uno de sus últimos representantes, al lado de Epic-
teto y Marco Aurelio.
El estoicismo nace, como se mencionó, con Zenon de Citio en el conocido
pórtico (o stoá, de donde proviene el nombre) del ágora, en la ciudad de Ate-
nas, alrededor del siglo III a.C. (Reyes, 1959). Sin detenernos en los matices en-
tre las tres etapas del estoicismo (primero, medio y tardío) señalaremos que
Séneca se adhiere a las armaciones elementales de sus antecesores, pero que,
no obstante, discrepa en muchas otras, especialmente en lo relacionado con el
papel del lósofo o sabio en la administración de la vida pública, que es donde
se concentra el presente análisis. Bien, los predecesores de Séneca admitían la
existencia de un logos
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(o razón) presente en la Naturaleza, lo cual anima y en-
camina el acontecer humano por una senda de orden y racionalidad, al igual
que todo lo que le rodea y de lo cual forma parte, “la Naturaleza está dotada
de sentido racional, de logos. Éste es el concepto que anima el proceso físico, y
a la vez el que da a la concepción física estoica su nota fundamental” (García
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“En griego, la palabra logos tiene un amplio campo semántico, que incluye tanto la signica-
ción de ‘pensamiento’ como la de ‘lenguaje’” (García Gual, p. 123).