Logos / Año XLIX / Número 136 / ene-jun 2021 / pp. 9-22
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empleos, aumentando las condiciones de precariedad y colocando a internet
como un bien incosteable. De esta forma, se genera un círculo vicioso: sin po-
sibilidades de pagar el acceso a internet se diculta la ejecución y el manteni-
miento de un trabajo; sin un trabajo, costear internet resulta imposible.
Esta imposibilidad aleja a las mujeres de la oportunidad de aumentar sus
competencias digitales, lo cual no es una desventaja menor al considerar que
más del 90 % de los trabajos en el mundo tienten un componente digital (UIT,
2019). Contar con habilidades digitales básicas se considera requisito para ac-
ceder a empleos mejor remunerados y con mayores condiciones de seguridad.
La Encuesta de Usuarios de Servicios de Telecomunicaciones (IFT, 2019 b) re-
porta que el 45% de las microempresas, 56% de las pequeñas y 61% de las me-
dianas externaron que el uso las TIC es fundamental para el desarrollo de sus
actividades productivas. Esto implica que los empleados y empleadas sepan,
mínimamente, manejar dispositivos, tengan conocimientos sobre el software
elemental y realicen las operaciones básicas en internet (crear una cuenta de
correo electrónico, usar buscadores y crear perles en línea). En las empresas
de mayor tamaño, el requisito de habilidades digitales especializadas aumenta.
La adquisición de competencias digitales básicas o especializadas requie-
re una inversión de tiempo de capacitación que las mujeres no siempre tie-
nen disponible y que en el contexto de la pandemia se ha visto drásticamente
reducido por el aumento de la carga de trabajo no remunerado (del hogar, del
cuidado de hijos e hijas, de labores asistenciales). Antes de la crisis sanitaria,
las mujeres de nuestro país dedicaban, en promedio, 66.5 horas semanales a
actividades de trabajo; de este total, el 67% correspondía a labores domésti-
cas no remuneradas y el 33% restante al trabajo asalariado. En contraste, los
hombres dedicaban 60.3 horas semanales al trabajo, 72% de destinado al tra-
bajo remunerado y 27.6% a las labores domésticas sin paga. Es decir, por cada
hora que ellos invertían en el trabajo no remunerado, las mujeres realizaban
tres (INEGI, 2018). Con las medidas de distanciamiento social, y al convertir al
hogar en el espacio laboral, educativo y de recreación, ha aumentado exponen-
cialmente la carga de trabajo para las mujeres. A esto se añade el trabajo re-
querido para la adaptación a la virtualidad, lo que hace pensar ya no en una
triple, sino en una cuádruple jornada: a las exigencias del trabajo doméstico, el
cuidado materno y el entorno laboral se suma el desarrollo de actividades vir-
tuales propias o ajenas, en tiempos y espacios compartidos. Con este panora-
ma la posibilidad de incorporarse a procesos de capacitación para el desarrollo
de competencias digitales se diculta, no solo pensando en las que se requieren
para atender las medidas sanitarias (clases, compras, reuniones en línea), sino
aquellas que permiten las mejoras salariales o educativas.